Yo dije: Atenderé a mis caminos, para no pecar con mi lengua; guardaré mi boca con freno, en tanto que el impío esté delante de mí. Enmudecí con silencio, me callé aun respecto de lo bueno; y se agravó mi dolor. Se enardeció mi corazón dentro de mí; en mi meditación se encendió fuego, y así proferí con mi lengua:
Hazme saber, Jehová, mi fin, y cuánta sea la medida de mis días; sepa yo cuán frágil soy. He aquí, diste a mis días término corto, y mi edad es como nada delante de ti; ciertamente es completa vanidad todo hombre que vive. Selah
Ciertamente como una sombra es el hombre; ciertamente en vano se afana; amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá. Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti. Líbrame de todas mis transgresiones; no me pongas por escarnio del insensato. Enmudecí, no abrí mi boca, porque tú lo hiciste. Quita de sobre mí tu plaga; estoy consumido bajo los golpes de tu mano. Con castigos por el pecado corriges al hombre, y deshaces como polilla lo más estimado de él; ciertamente vanidad es todo hombre. Selah.
Oye mi oración, oh Jehová, y escucha mi clamor. No calles ante mis lágrimas; porque forastero soy para ti, y advenedizo, como todos mis padres. Déjame, y tomaré fuerzas, antes que vaya y perezca.
Completamente abrumado por su penetrante naturaleza pecaminosa, David le ruega al Señor que retire Su mirada de él para poder disfrutar, por lo menos una sola vez, de un momento de paz en la tierra sin tener al Espíritu Santo señalando su comportamiento pecaminoso. David quería saber cuánto duraría su vida para poder saber hasta cuando podría seguir engañándose a sí mismo y al Señor. Aun cuando mantenía su boca cerrada sus pensamientos traicionaban su pecaminosidad. Ese era el estado del hombre antes de la Cruz.
Pero entonces Dios envió a Su Hijo y todo cambió. “Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él” (Colosenses 1:21-22). Ahora ya no importa lo desordenado y sucio que usted fue en el pasado, su futuro está seguro con Cristo. Todo lo que usted tiene que hacer es confesar sus pecados y usted es perdonado, de manera inmediata e incondicional, y purificado de toda maldad (1 Juan 1:9).
Como lo demuestra tan claramente David, la culpa es una de las emociones que más debilitan. Al leer el Salmo 39 usted casi puede sentir el peso que él llevaba encima. Solamente el perdón trae alivio.
La muerte de nuestro Señor le ha reconciliado a usted con su Padre Celestial quien pagó por adelantado la pena por nuestros pecados. La ley de la doble causa ahora nos excluye del castigo de Dios y nos garantiza el perdón. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Ninguna condenación por parte de Dios y ninguna auto-condenación del tipo que David sentía. No más culpa, la carga ha sido quitada. “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36). Es una cosa más para estar agradecidos.