Salmo 46

Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; Aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza.

Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de las moradas del Altísimo. Dios está en medio de ella; no será conmovida. Dios la ayudará al clarear la mañana. Bramaron las naciones, titubearon los reinos; dio él su voz, se derritió la tierra.

Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob. Venid, ved las obras de Jehová, que ha puesto asolamientos en la tierra. Que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra. Que quiebra el arco, corta la lanza, y quema los carros en el fuego. Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra.

Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob.

Las primeras líneas de este Salmo siempre me han producido una sensación de tranquilidad. Estas fueron entre los primeros versículos que memoricé cuando ya era adulto. Cada vez que me enfrento a alguna dificultad o incertidumbre, estas palabras saltan automáticamente en mi mente para ser fortalecido. Es una promesa que Dios nos hizo, una promesa de un refugio de paz en este mundo tan confuso y agitado.

El escritor de la carta a los Hebreos utilizó una analogía náutica para mostrar el mismo punto. Escribió, “La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor” (Hebreos 6:19-20). En los tiempos en que las bahías no habían sido dragadas para poder acomodar los grandes barcos, los marineros de estas naves debían anclarlas fuera de la bahía y transferir los pasajeros y la carga en lanchas pequeñas y llevarlos a la costa. Debido a que los fuertes vientos y el oleaje podían, en algunos casos, reventar las amarras del ancla estando en mar abierto, siempre existía el peligro de que la embarcación fuera dañada o arrastrada a la deriva. Para prevenir esto, los marineros fijaban las anclas a largos cables y las llevaban para colocarlas en las aguas más tranquilas de la bahía, que no eran afectadas por el viento y las corrientes marinas. A pesar de que las olas bramaban y el viento soplaba en donde se encontraba el barco, las anclas permanecían firmemente aseguradas debajo de las quietas aguas, manteniendo de esa manera la embarcación segura.

En Hebreos 6, el escritor explica la seguridad ofrecida a quien solamente confía en la obra completa del Señor en la cruz. Utilizando la analogía náutica, él muestra el cuadro de nuestra alma plantada firmemente en el Lugar Santísimo. Protegida de los vientos de la controversia y de las corrientes del engaño, nuestra esperanza bienaventurada está segura anclada en la Sala del Trono de nuestro Creador por nuestro Señor Jesucristo, Quien roció allí Su sangre por nosotros. Deje que brame la tormenta y que las olas revienten. Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob. ¡Aleluya!