Salmo 48

Grande es Jehová, y digno de ser en gran manera alabado en la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo. Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra, es el monte de Sion, a los lados del norte, la ciudad del gran Rey. En sus palacios Dios es conocido por refugio.

Porque he aquí los reyes de la tierra se reunieron; pasaron todos. Y viéndola ellos así, se maravillaron, se turbaron, se apresuraron a huir. Les tomó allí temblor; dolor como de mujer que da a luz. Con viento solano quiebras tú las naves de Tarsis. Como lo oímos, así lo hemos visto en la ciudad de Jehová de los ejércitos, en la ciudad de nuestro Dios; la afirmará Dios para siempre.

 

Nos acordamos de tu misericordia, oh Dios, en medio de tu templo. Conforme a tu nombre, oh Dios, así es tu loor hasta los fines de la tierra; de justicia está llena tu diestra. Se alegrará el monte de Sion; se gozarán las hijas de Judá por tus juicios. Andad alrededor de Sion, y rodeadla; contad sus torres. Considerad atentamente su antemuro, mirad sus palacios; para que lo contéis a la generación venidera. Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; el nos guiará aun más allá de la muerte.

Hay una ciudad que ha sido apartada para nosotros, una ciudad Santa y hermosa que también lleva el nombre de Jerusalén. Abraham soñó con ella (Hebreos 11:10), pero Juan la pudo ver (Apocalipsis 21:2-4, 10-27), y nos la describió.

Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.

Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal. Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel; al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas. Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.

La ciudad se halla establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura; y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios; la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales. Y midió su muro, ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es de ángel. El material de su muro era de jaspe; pero la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio; y los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda piedra preciosa. El primer cimiento era jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, ágata; el cuarto, esmeralda; el quinto, ónice; el sexto, cornalina; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el noveno, topacio; el décimo, crisopraso; el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista. Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era una perla. Y la calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio.

Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche. Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella. No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.

Este es el hogar de los redimidos, el “Cielo” en donde todos los creyentes morarán con el Señor para siempre. El Señor ha pasado los últimos 2.000 años preparando y perfeccionando este hogar para nosotros (Juan 14:1-3). Yo creo que la Ciudad Celestial, la Nueva Jerusalén, no descenderá completamente a la tierra, sino que estará sostenida en el aire, sobre la tierra, como un enorme satélite en órbita. (Si descendiera para posarse sobre la tierra, requeriría de un área equivalente toda la tierra de Noruega, Suecia, Finlandia, Inglaterra, Francia, Alemania, España e Italia juntos, y se levantaría a una altura de más de 4.500 veces la del edificio más alto.) Aquellas personas que han calculado estas cosas estiman que cada uno de nosotros tendría una mansión de más de mil metros cuadrados, que sería nuestra en esta nueva ciudad.

Sin ninguna ayuda vehicular, podremos trasladarnos de un lugar a otro a la velocidad del pensamiento y a cualquier punto en la historia en cualquier parte del universo, empapándonos de conocimiento, visión y perspectiva conforme lo hacemos. Al poseer mentes y cuerpos liberados de la corrupción de nuestra antigua naturaleza pecaminosa, seremos científicos, exploradores, aventureros, atletas y artistas, y más, todo en uno. Cada momento de nuestra existencia eterna seremos llenos del gozo del descubrimiento, la emoción de ser, y la expectación de un futuro sin fin de aun mayores mañanas. Habiendo sido eliminados para siempre la tensión, el desánimo y la incertidumbre que enfrentamos hoy en día, finalmente seremos completamente libres.

Este fue el sueño de Abraham; este es el destino de todo creyente; y nuestra es la generación bendecida que verá todo esto hacerse realidad.