Salmo 49

Oíd esto, pueblos todos; escuchad, habitantes todos del mundo, Así los plebeyos como los nobles, el rico y el pobre juntamente. Mi boca hablará sabiduría, y el pensamiento de mi corazón inteligencia. Inclinaré al proverbio mi oído; declararé con el arpa mi enigma.

¿Por qué he de temer en los días de adversidad, cuando la iniquidad de mis opresores me rodeare? Los que confían en sus bienes, y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan, Ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate (Porque la redención de su vida es de gran precio, y no se logrará jamás), Para que viva en adelante para siempre, y nunca vea corrupción.

 

Pues verá que aun los sabios mueren; que perecen del mismo modo que el insensato y el necio, y dejan a otros sus riquezas. Su íntimo pensamiento es que sus casas serán eternas, y sus habitaciones para generación y generación; dan sus nombres a sus tierras. Mas el hombre no permanecerá en honra; es semejante a las bestias que perecen. Este su camino es locura; con todo, sus descendientes se complacen en el dicho de ellos.

 

Como a rebaños que son conducidos al Seol, la muerte los pastoreará, y los rectos se enseñorearán de ellos por la mañana; se consumirá su buen parecer, y el Seol será su morada. Pero Dios redimirá mi vida del poder del Seol, Porque él me tomará consigo. No temas cuando se enriquece alguno, cuando aumenta la gloria de su casa; Porque cuando muera no llevará nada, ni descenderá tras él su gloria. Aunque mientras viva, llame dichosa a su alma, y sea loado cuando prospere, Entrará en la generación de sus padres, y nunca más verá la luz. El hombre que está en honra y no entiende, semejante es a las bestias que perecen.

Se nos ha enseñado envidiar a los ricos. En nuestra sociedad moderna, la riqueza hoy día se considera como una señal de inteligencia y de buena fortuna. En el pasado se veía como una evidencia de justicia. No hay duda de que la riqueza puede hacerle a uno la vida más fácil. Yo creo que fue la legendaria Sophie Tucker la que una vez dijo, “He sido rica y he sido pobre. Ser rico es mejor”.

Henry David Thoreau escribió, “Hay dos caminos para la independencia financiera. Aumente sus recursos o disminuya sus deseos”. La mejor estrategia es la combinación de ambas, pero muchas personas parece que se concentran solamente en la primera.

Mi última temporada en el mundo de los negocios me produjo un salario agradable y garantizado. Casi por cuatro años me lo depositaban automáticamente en mi cuenta bancaria cada dos semanas. Era la primera vez en mi vida que había experimentado una cosa parecida, habiendo sido siempre mi propio jefe hasta ese momento. Tomé el trabajo para ayudar a financiar el arranque de este ministerio en la web, pero pronto absorbió lo mejor de mi tiempo y energía.

Después de haber retornado al ministerio a tiempo completo, me di cuenta de cuánto había llegado a depender de ese trabajo para mi seguridad económica. Y a pesar de que era agradable tenerlo, ahora considero que fue una distracción en lugar de un medio para alcanzar mis metas. Se ha dicho que el gran obstáculo para el éxito en cualquier empresa es la pérdida del propósito, y ese falso sentido de seguridad provocado por un ingreso garantizado, hizo que pusiera mi verdadera meta en el quemador trasero. Pérdida de propósito, pérdida de urgencia.

De vuelta en el ministerio ahora dependo del Señor y estoy luchando para recuperar el tiempo perdido. Cuando leo pasajes como los de este Salmo estoy agradecido que mi esposa pudiera implementar el consejo de Thoreau cuando empezó a mencionar de dejar el mundo de los negocios de una vez por todas. En un tiempo relativamente corto, ella sola disminuyó nuestros gastos personales que ahora son cerca de una tercera parte de lo que eran antes de esto.

Y no es que el Señor no nos hubiera proveído con los ingresos iniciales, sino que descubrimos que no los necesitábamos para vivir felizmente, y al no tener que pasar tanto tiempo y gastar tanta energía para mantener nuestro antiguo estilo de vida, nos ha producido más tiempo para dedicarlo al ministerio. Y después de algunos años hemos encontrado que esa “vida simple” ha sido la más bendecida para nosotros.

La eternidad es un tiempo muy largo, y todos nosotros tendremos vivir en toda ella. Comparados con la eternidad, los más o menos 70 años que vivimos aquí representan un tiempo que es más corto que un parpadeo. El Salmo 49 fue escrito para recordarnos que las reglas de juego del hombre para esta vida son diferentes de las de Dios para la vida eterna. Y mientras más nos afanemos en ganar aquí en la tierra, más nos estamos arriesgando a perder en la eternidad. No existe cantidad de dinero capaz de comprar nuestra salvación, y sin la salvación, no importa si usted le ha puesto su nombre a sus propiedades, usted terminará en un sepulcro para siempre. “Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Marcos 8:36).

Pero resulta que la regla más importante de Dios en este juego, funciona tanto aquí como en la otra vida. Está guardada en un pasaje que muchas veces pasa desapercibido en 2 Corintios:

“Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:16-18).

Ya sea que seamos ricos o pobres, todo lo que vemos a nuestro alrededor desaparecerá. Todo es temporal y puede irse en un instante. Usted entrará en el mundo próximo, el permanente, con nada de eso. Nunca hemos visto a la compañía de mudanzas, siguiendo al cortejo fúnebre, con los bienes del difunto al cementerio.

Jesús nos dijo, “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:19-21).

La manera de guardar tesoros en el cielo es usando una porción de la abundancia que el Señor nos ha dado aquí en la tierra para trabajar más en Su Reino acá en la tierra. Después que usted le ha dado su porción a la congregación que atiende, échele un vistazo a los otros ministerios alrededor suyo. Estos son algunas veces en donde las cosas se hacen como dice la Palabra y una pequeña inversión allí puede pagar grandes dividendos. Es cierto, usted no se los llevará consigo, pero de esa forma usted los puede enviar arriba por adelantado.

Los tesoros en la tierra se quedan en la tierra, y desaparecen cuando usted exhala el último suspiro. Los tesoros en el cielo le esperan en el cielo y permanecen para toda la eternidad.