Escucha, oh Jehová, mis palabras; considera mi gemir. Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, porque a ti oraré. Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré.
Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; el malo no habitará junto a ti. Los insensatos no estarán delante de tus ojos; aborreces a todos los que hacen iniquidad. Destruirás a los que hablan mentira; al hombre sanguinario y engañador abominará Jehová.
Mas yo por la abundancia de tu misericordia entraré en tu casa; adoraré hacia tu santo templo en tu temor. Guíame, Jehová, en tu justicia, a causa de mis enemigos; endereza delante de mí tu camino.
Porque en la boca de ellos no hay sinceridad; sus entrañas son maldad, sepulcro abierto es su garganta, con su lengua hablan lisonjas. Castígalos, oh Dios; caigan por sus mismos consejos; por la multitud de sus transgresiones échalos fuera, porque se rebelaron contra ti.
Pero alégrense todos los que en ti confían; den voces de júbilo para siempre, porque tú los defiendes; en ti se regocijen los que aman tu nombre. Porque tú, oh Jehová, bendecirás al justo; como con un escudo lo rodearás de tu favor.
Hace algunos años pude adquirir el hábito de orar diariamente mientras me dirigía al trabajo. Cada mañana le agradecía al Señor por las bendiciones del día anterior, le pedía perdón por los pecados que había cometido y le daba gracias por perdonarme, luego oraba por la seguridad de mi familia y por la guía que necesitaba durante el día. Esos veinte minutos aproximadamente que me tomaba llegar al trabajo eran suficientes, y como el tráfico de temprano en la mañana estaba aun ralo, no tenía muchas distracciones. Llegaba al trabajo lleno de energías y listo para enfrentar el día. Parecía que mi oración matutina me limpiaba espiritualmente de la misma manera que el baño diario me limpia físicamente.
Luego me afilié a un grupo cuya oficina quedaba a cinco minutos de mi casa. Eso no me daba suficiente tiempo para orar. En cosa de pocos días me di cuenta de que algo andaba mal. Ya no me sentía el mismo. Al levantarme unos minutos más temprano pude tomar una corta caminata, antes de ir al trabajo, para orar. De inmediato comencé a sentirme mejor otra vez.
Yo se con toda seguridad que todos mis pecados, pasados, presentes y futuros fueron perdonados en la cruz. Y al creer en la seguridad eterna yo se que no puedo perder la salvación que fue adquirida para mí allí en la cruz. Pero yo también sé que la cita de 1 Juan 1:9 se escribió para los creyentes años después de la resurrección de Jesús:
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
A este versículo se le ha llamado el jabón limpiador del cristiano, por una buena razón. Nuestros pecados no confesados no pueden hacer que Dios cambie de manera de pensar sobre nuestra salvación, pero sí puede debilitar, y de hecho lo hace, nuestra relación con Dios. David estaba en lo correcto, Dios no es un Dios que se complace en la maldad, el malo no puede vivir junto a Él. Eso nunca ha cambiado, pero lo que sigue es lo que sí ha cambiado. David tuvo que pasar por un elaborado ritual que incluye el sacrificio de un cordero cada vez que cometía pecado. Pero el sacrificio de nuestro Cordero fue por una sola vez y para siempre. Y puesto que Dios es fiel a la promesa que le hizo a Su Hijo, el perdón es nuestro si solamente lo pedimos. Una vez que pedimos ese perdón somos inmediatamente purificados de toda injusticia; nos volvemos santos como Dios es santo y nuestra relación e intimidad con Él es restaurada y así somos bendecidos. Porque tú, oh Jehová, bendecirás al justo; como con un escudo lo rodearás de tu favor.
Y así como lo fue con nuestra salvación así lo es con nuestra relación. Es gratuita con solo pedirla, pero tenemos que pedirla. David escribió que él escogió las mañanas para pedir. Créame es una buena manera de comenzar el día.
Oración: Señor, gracias por este día. Gracias por esta nueva oportunidad de trabajar y aprender, y para crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Por favor perdóname por los pecados de ayer. Límpiame y purifícame de todas mis injusticias, y permíteme que pueda pasar este día deleitándome en el calor de Tu presencia. Amén.