Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio.
He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre. He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido. Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades.
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti.
Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación; cantará mi lengua tu justicia. Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza. Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. Haz bien con tu benevolencia a Sion; edifica los muros de Jerusalén. Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, el holocausto u ofrenda del todo quemada; entonces ofrecerán becerros sobre tu altar.
El rey David accidentalmente miró a Betsabé cuando se bañaba en el terrado de su casa y de inmediato sucumbió. Solamente que había un problema. Ella estaba casada con un hombre que servía en el ejército de David. David conspiró en contra de este hombre junto con su oficial inmediato, para que lo colocara en un lugar desprotegido en el frente de batalla, donde las fuerzas del enemigo eran fuertes. Cuando el enemigo atacó, el hombre fue muerto y David tomó a la recién enviudada Betsabé como esposa.
¿Cómo iba Dios a permitir eso y continuar bendiciendo el reino con David como rey? Ciertamente no, puesto que David le había recordado a Dios que había nacido con una naturaleza pecaminosa y no podía ayudarse a sí mismo. Tampoco era porque David había prometido portarse bien de allí en adelante y enseñarle a la gente a dejar de pecar a cambio del perdón. Dios sabía que David no podía ser bueno y que Él tenía otros maestros más confiables entre Su pueblo.
Dios perdonó a David porque David le rogó que lo perdonase. David pidió el perdón con tal arrepentimiento interno que aun entró en el lugar santísimo y puso sus manos sobre el Arca del Pacto esperando morir. Ya él había visto sucederle eso a uno de sus soldados el cual, de manera instintiva, trató de sostener el Arca para que no cayera de la carreta que la transportaba (1 Crónicas 13:7-10). Nadie más, sino solamente aquella persona especialmente designada de la tribu de Leví, podía tocar el Arca, y ese soldado no era una de esas personas; como tampoco lo era David.
Pero Dios no mató a David sino que lo perdonó. Fue una demostración dramática de Su gracia y una prueba de que David estaba en lo cierto cuando dijo, “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”.
Es imposible que la sangre de toros y de machos cabríos quiten los pecados (Hebreos 10:4). Este sistema de sacrificios únicamente sostenían los pecados mientras llegaba el Sacrificio Perfecto. Y luego, solamente eran perdonados si el Señor veía la sinceridad en el corazón de la persona que los presentaba. Como todo lo que es con Dios, no es la acción sino la motivación del corazón del que actúa, lo que cuenta.
Usted probablemente no ha cometido esa clase de pecado tan grande y público, como lo hizo David. Pero recuerde que a los ojos de Dios no hay grados de pecado. Todo pecado es mortal y requiere de una confesión del corazón. Por lo tanto, confiese sus pecados con prontitud y con frecuencia. Confiéselos con toda sinceridad y apasionadamente. Pídale al Señor que le conceda un espíritu deseoso que lo sostenga a usted. Entonces los sacrificios de alabanza que usted ofrezca lo serán en toda justicia y agradables al Señor.