Salmo 53

Dice el necio en su corazón: No hay Dios. Se han corrompido, e hicieron abominable maldad; no hay quien haga bien. Dios desde los cielos miró sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido que buscara a Dios. Cada uno se había vuelto atrás; todos se habían corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni aun uno.

¿No tienen conocimiento todos los que hacen iniquidad, que devoran a mi pueblo como si comiesen pan, y a Dios no invocan? Allí se sobresaltaron de pavor donde no había miedo, porque Dios ha esparcido los huesos del que puso asedio contra ti; los avergonzaste, porque Dios los desechó. ¡Oh, si saliera de Sion la salvación de Israel! Cuando Dios hiciere volver de la cautividad a su pueblo, se gozará Jacob, y se alegrará Israel.

El necio dice en su corazón. “no hay Dios”. Solamente un insensato puede decir eso. Pero aun un necio no puede decir eso de manera lógica, de su cabeza, porque hay demasiada evidencia en contrario. Lo debe de decir guiado por sus emociones, desde su corazón (De las 593 veces que la palabra hebrea leb aparece en el Antiguo Testamento, se traduce “corazón”, y como el centro de las emociones, 508 veces.) Las opiniones tontas basadas en las emociones no tienen porqué ser ciertas.

¿En cuál otra religión podemos encontrar un registro impecable en el que primero se anuncia y luego se ejecutan las mayores intervenciones en la historia del hombre como una manera en que Dios se prueba a Sí mismo ante Sus seguidores?

Este método de validación se llama profecía predictiva y debido a ella la evidencia de la existencia de nuestro Dios es tan abrumadora que cuando Él habla sobre la incredulidad de Su pueblo, en realidad está utilizando una palabra que quiere decir desobediencia. Eso significa que Él ve la incredulidad como un rechazo a creer, y como una falta de voluntad en vez de incapacidad.

Escuchemos Sus palabras de Isaías 42:8-9:

“Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas. He aquí se cumplieron las cosas primeras, y yo anuncio cosas nuevas; antes que salgan a luz, yo os las haré notorias”.

Y de Isaías 44:6-8:

“Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios. ¿Y quién proclamará lo venidero, lo declarará, y lo pondrá en orden delante de mí, como hago yo desde que establecí el pueblo antiguo? Anúncienles lo que viene, y lo que está por venir.

No temáis, ni os amedrentéis; ¿no te lo hice oír desde la antigüedad, y te lo dije? Luego vosotros sois mis testigos. No hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco ninguno”.

Esta es Su prueba, primero predice y luego actúa, y, francamente, Él lo ha hecho ya tantas veces que no lo podemos culpar cuando dice, “¡Ya es suficiente la discusión! Yo les he demostrado, fuera de toda posible duda, quien soy. ¿Me creerán ahora o no?”

Recientemente conduje un análisis general de solamente siete de las más de 300 profecías relacionadas con la primera venida de Jesús en el Antiguo Testamento, lo arroja una probabilidad de cumplimiento de 1 en 9 con 45 ceros después. El punto está en que Él ha demostrado ser quien es con mayor certeza que con la que podemos demostrar quiénes somos nosotros.

“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” Él nos dice en el Salmo 46:10. Dios no dice “tengan la esperanza de que soy Dios”, como tampoco dice, “crean que soy Dios”, sino nos dice “conozcan que soy Dios”.  Él no nos ordenaría eso a menos que fuera posible. La prueba que nos ofrece consiste en que Él predice y luego actúa. A eso le llamamos profecía, y este tópico llena más la Biblia que cualquier otro, para que podamos conocer que Él es Dios.