Escucha, oh Dios, mi oración, y no te escondas de mi súplica. Está atento, y respóndeme; clamo en mi oración, y me conmuevo, A causa de la voz del enemigo, por la opresión del impío; porque sobre mí echaron iniquidad, y con furor me persiguen. Mi corazón está dolorido dentro de mí, y terrores de muerte sobre mí han caído. Temor y temblor vinieron sobre mí, y terror me ha cubierto.
Y dije: ¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría. Ciertamente huiría lejos; moraría en el desierto. Me apresuraría a escapar del viento borrascoso, de la tempestad.
Destrúyelos, oh Señor; confunde la lengua de ellos; porque he visto violencia y rencilla en la ciudad. Día y noche la rodean sobre sus muros, e iniquidad y trabajo hay en medio de ella. Maldad hay en medio de ella, y el fraude y el engaño no se apartan de sus plazas.
Porque no me afrentó un enemigo, lo cual habría soportado; ni se alzó contra mí el que me aborrecía, porque me hubiera ocultado de él; Sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, mi guía, y mi familiar; Que juntos comunicábamos dulcemente los secretos, y andábamos en amistad en la casa de Dios.
Que la muerte les sorprenda; desciendan vivos al Seol, porque hay maldades en sus moradas, en medio de ellos. En cuanto a mí, a Dios clamaré; y Jehová me salvará. Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y él oirá mi voz. El redimirá en paz mi alma de la guerra contra mí, aunque contra mí haya muchos. Dios oirá, y los quebrantará luego, el que permanece desde la antigüedad; por cuanto no cambian, ni temen a Dios.
Extendió el inicuo sus manos contra los que estaban en paz con él; violó su pacto. Los dichos de su boca son más blandos que mantequilla, pero guerra hay en su corazón; suaviza sus palabras más que el aceite, mas ellas son espadas desnudas. Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo. Mas tú, oh Dios, harás descender aquéllos al pozo de perdición. Los hombres sanguinarios y engañadores no llegarán a la mitad de sus días.
Pero yo en ti confiaré.
David estaba escribiendo sobre Saúl cuando se quejó de que él había sido anteriormente un amigo el cual lo traicionó con palabras tan dulces como la miel, mientras que su corazón estaba lleno de pensamientos de guerra. David también estaba escribiendo proféticamente sobre la relación entre Jesús y Judas Iscariote. Las profecías de los Salmos y de Zacarías muestran cómo es que el Señor se sentía sobre Su traición:
“Aun el hombre de mi paz, en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, alzó contra mí el calcañar” (Salmo 41:9). “Y le preguntarán: ¿Qué heridas son estas en tus manos? Y él responderá: Con ellas fui herido en casa de mis amigos” (Zacarías 13:6). Al final, aun los más cercanos a Él lo traicionaron.
Pareciera que la historia está repleta con narraciones de traiciones de amigos cercanos. Yo sé que las heridas más profundas que recibí durante mi tiempo como pastor fueron producidas por las personas más cercanas a mí. Jesús les dijo a Sus discípulos que vendría un tiempo cuando los que los perseguían creerían que le estaban haciendo un favor a Dios (Juan 16:2) y que un día los enemigos de las personas serían los de su propia casa (Mateo 10:36). La traición pareciera ser una característica de los hijos de Dios. El motivo es el siguiente:
Satanás hará todo lo posible para destruir las relaciones, especialmente aquellas formadas alrededor del amor al Señor. Por eso es que las peleas dentro de la iglesia son de las peores. Y puesto que todos somos pecadores, siempre habrá una manera en que Satanás nos puede atrapar. Quizás tenemos celos de los logros de alguna amistad o deseamos sus posesiones o su posición. Nuestro enemigo utilizará nuestros pecados no confesados para lograr tener acceso a nuestra mente y plantar allí ideas en apariencia bien intencionadas pero destructivas.
Estas ideas se pueden manifestar a sí mismas como chismes, insubordinación, rebelión, etc. El enemigo usó la condición mental de Saúl para hacerle creer que David trataba de matarlo para así lograr que Saúl matara a David, el ungido del Señor. Saúl creyó que estaba aplacando una sublevación y que actuaba en defensa propia.
Judas estaba tratando de arreglar una reunión entre los principales sacerdotes y Jesús. Estaba convencido de que era un simple problema de comunicación que podía ser resuelto con alguna discusión y negociación cara a cara entre ellos. Fue devastado al conocer que por medio de ellos, Satanás lo había engañado para que le entregara a Jesús para ser ejecutado.
Los creyentes están entre los mejores asistentes de Satanás porque creen que no pueden ser utilizados de esa manera. Creen que cada inspiración que reciben tiene que ser del Señor, aun cuando esta estuviera en conflicto con las Escrituras y con las recomendaciones de consejeros sabios.
Para evitar ser utilizados como tal herramienta debemos permanecer en comunión con Dios. Debemos confesar nuestros pecados con frecuencia y rápidamente. Debemos buscar una confirmación independiente antes de actuar en lo que creemos que sea un mensaje de Dios porque “sólo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación” (Deuteronomio 19:15). Cualquier idea que usted tenga preséntela al liderazgo de su iglesia y pídales que oren con usted para confirmar si es la voluntad de Dios sobre ese asunto.
Recuerde que cualquier obra tomada de la mano del Señor producirá las manifestaciones del fruto del Espíritu dentro del cuerpo: “Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23). El Señor no es autor de confusión o de discusiones. Esas cosas provienen de otra fuente totalmente diferente.