Ten misericordia de mí, oh Dios, porque me devoraría el hombre; me oprime combatiéndome cada día. Todo el día mis enemigos me pisotean; porque muchos son los que pelean contra mí con soberbia.
En el día que temo, yo en ti confío. En Dios alabaré su palabra; en Dios he confiado; no temeré; ¿Qué puede hacerme el hombre?
Todos los días ellos pervierten mi causa; contra mí son todos sus pensamientos para mal. Se reúnen, se esconden, miran atentamente mis pasos, como quienes acechan a mi alma.
Pésalos según su iniquidad, oh Dios, y derriba en tu furor a los pueblos. Mis huidas tú has contado; pon mis lágrimas en tu redoma; ¿No están ellas en tu libro? Serán luego vueltos atrás mis enemigos, el día en que yo clamare; esto sé, que Dios está por mí. En Dios alabaré su palabra; en Jehová su palabra alabaré. En Dios he confiado; no temeré; ¿Qué puede hacerme el hombre?
Sobre mí, oh Dios, están tus votos; te tributaré alabanzas. Porque has librado mi alma de la muerte, y mis pies de caída, para que ande delante de Dios en la luz de los que viven.
Si la meta que usted tiene es ayudar en el avance del Reino a través de un ministerio personal, usted encontrará resistencia, especialmente al principio. Pedro, quien tenía un mejor motivo para entender esto mejor que nadie, dijo, “Sean sobrios, y velen; porque su adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). Las personas en las que él estaba más interesado eran aquellos que le habían dado los peores momentos. Si el diablo podía frustrarlos y atormentarlos lo suficiente, esperaba que se dieran por vencidos y se alejaran de su misión.
Usualmente, al iniciar un ministerio, somos los más vulnerables a este tipo de ataque (y recuerde, que todos hemos sido llamados al ministerio de acuerdo con 2 Corintios 1:3-5). Al principio no podemos estar tan seguros de nuestro llamado y por lo general podemos malinterpretar la resistencia de Satanás como una desaprobación de Dios.
Nos preguntamos: “¿En realidad esto es lo que Dios quiere que haga?, quizás no he sabido interpretar las señales”. Se nos olvida que la primera reacción de los egipcios cuando Moisés hizo su aparición inicial, fue hacerles la vida más difícil a los israelitas, volviéndolos en contra de Moisés a pesar de que él estaba luchando para liberarlos.
Pregúntele a cualquier miembro de un ministerio importante sobre sus primeros días y usted escuchará la misma historia una y otra vez. Al principio hubo grandes batallas que finalizaron con pequeñas victorias, pero, conforme pasó el tiempo, esas batallas se volvieron más pequeñas y las victorias más grandes. Aunque las variaciones sobre este tema son tan numerosas como hay ministerios, hay dos elementos en común en todas las historias. Siempre hubo batallas y siempre hubo victorias. La fe de aquellos que estaban involucrados estaba siendo probada por el enemigo y en el proceso, era fortalecida por el Señor para que pudieran asumir las mayores oportunidades que Él les había preparado de antemano.
Oigamos de nuevo de Pedro: “Ustedes también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadan a su fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en ustedes, y abundan, no les dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2 Pedro 1:5-8).
¿Cuánto dura este período de prueba? Solamente lo que se necesita para prepararlo a usted a recibir las bendiciones que el Señor le tiene guardadas. Pareciera que mientras mayores son las eventuales bendiciones, también las batallas iniciales son mayores. Pero dos cosas son ciertas; eso no será para siempre y la victoria es nuestra. “Sométanse, pues, a Dios; resistan al diablo, y huirá de ustedes” (Santiago 4:7). Una vez que Satanás se da cuenta que Usted no se da por vencido, él se retirará. Él tiene mejores cosas que hacer que perder una batalla.