Oh congregación, ¿pronunciáis en verdad justicia? ¿Juzgáis rectamente, hijos de los hombres? Antes en el corazón maquináis iniquidades; hacéis pesar la violencia de vuestras manos en la tierra. Se apartaron los impíos desde la matriz; se descarriaron hablando mentira desde que nacieron. Veneno tienen como veneno de serpiente; son como el áspid sordo que cierra su oído, Que no oye la voz de los que encantan, por más hábil que el encantador sea.
Oh Dios, quiebra sus dientes en sus bocas; quiebra, oh Jehová, las muelas de los leoncillos. Sean disipados como aguas que corren; cuando disparen sus saetas, sean hechas pedazos. Pasen ellos como el caracol que se deslíe; como el que nace muerto, no vean el sol.
Antes que vuestras ollas sientan la llama de los espinos, así vivos, así airados, los arrebatará él con tempestad. Se alegrará el justo cuando viere la venganza; sus pies lavará en la sangre del impío. Entonces dirá el hombre: Ciertamente hay galardón para el justo; ciertamente hay Dios que juzga en la tierra.
Pronto llegará un día cuando todos los líderes corruptos e impíos serán barridos de sus puestos, y cuando el carácter de una persona volverá a ser un indicador de su destino. Ese será un día cuando la ley y la justicia serán términos sinónimos otra vez y cuando una persona inocente no le tendrá temor a las autoridades.
Pero antes de que eso pueda suceder, la complacencia y la indiferencia de la gente tendrán que ser arrancadas. Y todo parece indicar que se necesitará de una intervención catastrófica del mismo Dios.
Entonces nos preguntamos ¿qué tan grande será la llamada de atención de Dios para que despertemos? ¡Tendrá que será muy, pero muy grande! Según el mismo Señor Jesús, no tendrá igual “porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá” (Mateo 24:21). En promedio, más de un millón de personas van a morir cada día durante ese tiempo y aun así, habrá multitudes que rechazarán lo que vendrá (o Quién vendrá).
Así es. Un día, pronto, Dios va a intervenir de manera catastrófica para juzgar la complacencia del mundo y su indiferencia al pecado. Él tendrá que hacer esto para poder restaurarnos a las condiciones de bendición que Él siempre quiso que tuviéramos. Mientras tanto, anímense, porque el Señor sabe cómo rescatar a la gente devota de estas pruebas, mientras que mantendrá a los impíos para el día del juicio, porque “sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio” (2 Pedro 2:9). Entonces las personas dirán: “Ciertamente hay galardón para el justo; ciertamente hay Dios que juzga en la tierra.»