Líbrame de mis enemigos, oh Dios mío; ponme a salvo de los que se levantan contra mí. Líbrame de los que cometen iniquidad, y sálvame de hombres sanguinarios. Porque he aquí están acechando mi vida; se han juntado contra mí poderosos. No por falta mía, ni pecado mío, oh Jehová; Sin delito mío corren y se aperciben. Despierta para venir a mi encuentro, y mira. Y tú, Jehová Dios de los ejércitos, Dios de Israel, Despierta para castigar a todas las naciones; no tengas misericordia de todos los que se rebelan con iniquidad.
Volverán a la tarde, ladrarán como perros, y rodearán la ciudad. He aquí proferirán con su boca; espadas hay en sus labios, porque dicen: ¿Quién oye? Mas tú, Jehová, te reirás de ellos; te burlarás de todas las naciones.
A causa del poder del enemigo esperaré en ti, porque Dios es mi defensa. El Dios de mi misericordia irá delante de mí; Dios hará que vea en mis enemigos mi deseo. No los mates, para que mi pueblo no olvide; dispérsalos con tu poder, y abátelos, oh Jehová, escudo nuestro. Por el pecado de su boca, por la palabra de sus labios, sean ellos presos en su soberbia, y por la maldición y mentira que profieren. Acábalos con furor, acábalos, para que no sean; y sépase que Dios gobierna en Jacob hasta los fines de la tierra.
Vuelvan, pues, a la tarde, y ladren como perros, y rodeen la ciudad Anden ellos errantes para hallar qué comer; y si no se sacian, pasen la noche quejándose. Pero yo cantaré de tu poder, y alabaré de mañana tu misericordia; porque has sido mi amparo y refugio en el día de mi angustia. Fortaleza mía, a ti cantaré; porque eres, oh Dios, mi refugio, el Dios de mi misericordia.
David se dirigía al lugar correcto para ser librado de los hacedores del mal. Sus mejores esfuerzos para ser razonable con Saúl habían sido desairados. Su gentileza siempre la habían confundido con debilidad. Mientras David trataba las cosas abierta y honestamente, Saúl le devolvía mentiras y traiciones. Saúl disponía de todo el poder terrenal, posición e influencia como rey, e hizo lo mejor que pudo para mantener a David por fuera mirando hacia dentro.
Pero David tenía al Señor, el Campeón Máximo, para el desvalido. El Señor lo protegió, le proveyó y lo preservó todo el tiempo, transformando los limones que Saúl le tiraba a David, en limonada. A través de todo este tormento y abuso, Dios estaba haciendo de David el rey más amado de Israel, iniciándose así una dinastía ¡que culminaría con el mismo Mesías!
Al final del Libro de Génesis, cuando José perdonaba a sus hermanos por todo lo que le habían hecho, dijo, “Ustedes pensaron mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien” (Génesis 50:20). Y así fue. El pueblo de Egipto había sido librado de una gran hambruna, la familia de Jacob había sido reunida y se le dio la mejor tierra en todo Egipto, y a la par de Faraón, José era el hombre más poderoso de la tierra. Nada de eso hubiera sucedido si los hermanos de José no lo hubieran vendido como esclavo. Historias similares las podemos encontrar en Sansón, Ester, Daniel y muchos otros.
Pero el ejemplo máximo nos llegó 2.000 años después de José, cuando Dios envió a Su Hijo único al mundo, y Su propio pueblo lo rechazó y lo envió a la muerte. Pero lo que ellos trataron para mal, Dios lo utilizó para bien, porque por medio de Su muerte y resurrección, el mundo tiene ahora la oportunidad de la salvación, y la familia de Dios se está reuniendo y está volviendo a la Tierra Prometida, y el Hijo de Dios es Rey sobre toda la tierra, a la par de Dios con todo el poder y la autoridad. Eso nunca hubiera sido posible si Su pueblo no hubiese rechazado al Mesías.
Y así es también con usted. Cuando los hacedores del mal le persiguen y las potencias de este mundo parecen formarse en contra suya, recuerde que lo que ellos hacen para mal, Dios lo transforma para bien. “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28). “Pero yo cantaré de tu poder, y alabaré de mañana tu misericordia; porque has sido mi amparo y refugio en el día de mi angustia. Fortaleza mía, a ti cantaré; porque eres, oh Dios, mi refugio, el Dios de mi misericordia.”