Jehová, no me reprendas en tu enojo, ni me castigues con tu ira. Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy enfermo; sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen. Mi alma también está muy turbada; y tú, Jehová, ¿hasta cuándo? Vuélvete, oh Jehová, libra mi alma; sálvame por tu misericordia. Porque en la muerte no hay memoria de ti; en el Seol, ¿quién te alabará?
Me he consumido a fuerza de gemir; todas las noches inundo de llanto mi lecho, riego mi cama con mis lágrimas. Mis ojos están gastados de sufrir; se han envejecido a causa de todos mis angustiadores.
Apartaos de mí, todos los hacedores de iniquidad; porque Jehová ha oído la voz de mi lloro. Jehová ha oído mi ruego; ha recibido Jehová mi oración. Se avergonzarán y se turbarán mucho todos mis enemigos; se volverán y serán avergonzados de repente.
Algunos creyentes, con frecuencia con la “ayuda” de algunos amigos bien intencionados, igualan los males o la enfermedad con la disciplina. Son animados a creer que el Señor produjo esa enfermedad; que algún pecado que cometieron fue desagradable al Señor y por eso Él los está castigando, o los ha enfermado para enseñarles alguna lección “piadosa”. Me imagino que estas personas creen que a pesar de que Dios nos amó lo suficiente como para morir por nuestros pecados aun cuando lo odiábamos, una vez que nos acercamos a Él en amor, Él nos hará sufrir.
Existen explicaciones simples para nuestras enfermedades. Algunas personas se enferman debido a su insalubre estilo de vida. Atribuirle su enfermedad a Dios les ayuda a evitar aceptar la responsabilidad por su propio comportamiento. Ellos están tratando de vencer la ley de la causa y efecto y han fracasado. Otros subconscientemente se complacen por la atención que acarrea su enfermedad. Les da temor que si no estuvieran enfermos, las personas los ignorarían completamente y eso es peor que estar enfermos. Pero para la mayoría, la enfermedad entró en el mundo con el pecado y por lo tanto, es parte de nuestra existencia. Eso afecta tanto al creyente como al incrédulo.
Esta manera de hacer las cosas al azar es la forma cómo Satanás hace que las personas culpen a Dios por las cosas malas que les suceden en la vida. Como le dijo Job a Dios, “¿Por qué yo?” No nos damos cuenta que este mundo es un lugar de oscuridad y de maldad, y que actualmente está bajo el control del peor enemigo jurado de Dios (1 Juan 5:19). Cuando nos colocamos del lado de Dios nos convertimos en extranjeros detrás de las líneas del enemigo. Solamente es por Su gracia que no somos golpeados de inmediato con enfermedades devastadoras.
La Biblia nunca nos dice que seremos inmunes a enfermedades y males. En lugar de ello nos ordena que oremos unos por los otros por sanidad (Santiago 5:14-16). El Señor se describe a Sí mismo como “el Señor nuestro sanador” (Éxodo 15:26). E Isaías 53:4-5 dice que por Su llaga fuimos curados.
El Señor se los explicó a sus discípulos, “En el mundo tendréis aflicción (tribulación); pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Para algunos creyentes esa promesa se hace realidad cuando la sanidad de una enfermedad es inmediata. Para otros se hace realidad en la gracia que recibimos para soportar esa enfermedad hasta que la misma sea sanada.
Una misionera amiga nuestra había sufrido silenciosamente durante meses un dolor en su hombro. Los analgésicos para aliviar el dolor le habían ayudado un poco. Finalmente ella pidió oración para ser curada. Después de la oración sintió una mejoría en su brazo, pero no del 100%. En lugar de quejarse de que no había sido sanada ella oró, “Señor, Tu palabra dice que una oración ofrecida en fe sanará a una persona enferma (Santiago 5:15). Entonces escojo creer que soy sana. Si tengo que sentir este dolor durante un poquito más de tiempo hasta que mi curación esté completa, es algo que con gusto haré por Ti. Después de todo, mira cómo sufriste Tú por mí”. En unos pocos días el dolor se le quitó del todo. El Señor había escuchado su clamor por misericordia y había aceptado esa oración. Su fe la había sanado.