Salmo 62

Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de él es mi esperanza. El solamente es mi roca y mi salvación. Es mi refugio, no resbalaré. En Dios está mi salvación y mi gloria; en Dios está mi roca fuerte, y mi refugio. Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; derramad delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio.

Por cierto, vanidad son los hijos de los hombres, mentira los hijos de varón; pesándolos a todos igualmente en la balanza, serán menos que nada. No confiéis en la violencia, ni en la rapiña; no os envanezcáis; si se aumentan las riquezas, no pongáis el corazón en ellas.

Una vez habló Dios; dos veces he oído esto: Que de Dios es el poder, Y tuya, oh Señor, es la misericordia; porque tú pagas a cada uno conforme a su obra.

Dios es fuerte y Dios es amoroso. ¿Qué más se puede pedir de alguien que ha prometido protegernos? “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” nos prometió Jesús (Mateo 28:20). Él también es fiel, paciente, perdonador, y la lista continúa.

“No se turbe el corazón de ustedes; si creen en Dios, crean también en mí”, les dijo a Sus discípulos (Juan 14:1). Pero Él nos hablaba a nosotros también. En Él podemos confiar.

“Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:31-32). Buena pregunta, Pablo. ¿Quién puede anular las decisiones de Dios o renunciar a Sus acciones? Nadie puede torcer Sus planes.

Nuestros obstáculos están allí, frente a nosotros, y son muy obvios, de tal manera que Pablo nos aconseja que fijemos nuestra vista no en lo que se ve, sino en lo que no se ve. “Pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:18). El permitir que las cosas tangibles y físicas de este mundo, o las actividades de oposición de nuestros enemigos, nos detengan, significa ceder a las cosas temporales mientras que ignoramos las cosas permanentes.

“Lo que tú haces muestra en lo que crees”, escribió Henry T. Blackaby en su libro, Experimentando a Dios. “Si usted vive una vida llena de ansiedades y temores, usted está demostrando su falta de confianza en la protección de Dios, sin importar lo que usted diga”.

Cuando yo era un joven Gerente de Ventas, un amigo me enseñó, “Observa lo que una persona conscientemente le pone atención, y te darás cuenta de las intenciones de su subconsciente”. Ninguna persona que se inicia en las ventas raramente admitirá conscientemente que pretende fracasar en su nueva carrera, pero al observar su comportamiento aprendí que podía llegar a predecir con bastante exactitud cuál sería el resultado final. Pude observar que siempre se reducía a un solo factor. ¿Eran estas personas proactivas o reactivas al hacer su trabajo?

Las ventas requieren ejecutar una serie de actividades aprendidas en una secuencia propia, y los vendedores exitosos pronto se dan cuenta y adaptan ese hábito (lo que les permite ser pro-activos con sus clientes), mientras que los que fracasan no lo lograron (lo cual los hacen ser reactivos). No es que los fracasos no permitan tomar ese hábito, es que ellos no lo hicieron. Es así de simple. La lógica es abrumadora.

El aprender muy bien esa secuencia se convierte en un hábito para que los vendedores la puedan seguir; mis vendedores exitosos se dieron cuenta que pueden ser mejores oidores al observar las señales que los compradores siempre transmiten, las cuales indican que están listos para hacer la compra o para revelar sus verdaderas intenciones. Puesto que el siguiente paso de la secuencia de ventas le llegaba de manera automática a la mente, el vendedor podía concentrarse en lo que los clientes estaban diciendo.

Una y otra vez pude ver a vendedores que fracasaban al no seguir los pasos en la debida secuencia mientras trabajaban con sus clientes. Se les había enseñado los pasos a seguir y su secuencia pero no los habían practicado lo suficiente para hacerlos un hábito. Algunos otros se creían que eso no era importante, mientras que otros se creían muy inteligentes y se lo “saltaban”.

Pero a la mitad del proceso se confundían y se veían forzados a entrar en el modo reactivo. El intentar recordar lo que supuestamente debían decir les imposibilitaba poder escuchar lo que el cliente trataba de decirles, causando que no vieran las señales importantes con las que podían cerrar la venta. Se trata simplemente de formar los hábitos correctos o no.

De la misma manera es el vivir una vida victoriosa. Si uno no se ha formado el hábito de confiar en Dios en todo y en creer en lo que Él dijo, nos confundiremos en el fragor de un ataque del enemigo. Las cosas de este mundo llenarán nuestras mentes, y harán que dejemos la verdad de Dios en la parte de atrás de la mente, forzando la verdad de la Palabra de Dios al fondo de todo. Recuerde que uno solamente puede pensar una cosa a la vez.

Para poder vencer estos ataques, debemos tomar el tiempo para aprender muy bien las promesas de Dios para que cuando las necesitemos, automáticamente lleguen a nuestra mente en tiempos de necesidad. Esto es críticamente importante. Nadie es tan inteligente como para “saltárselas” cuando nos enfrentamos a Satanás. “Sólo en Dios halla descanso mi alma; de él viene mi salvación. Sólo él es mi roca y mi salvación; él es mi protector. ¡Jamás habré de caer!” – NVI).