Pero los que para destrucción buscaron mi alma caerán en los sitios bajos de la tierra. Los destruirán a filo de espada; serán porción de los chacales. Pero el rey se alegrará en Dios; será alabado cualquiera que jura por él; porque la boca de los que hablan mentira será cerrada.
Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas, para ver tu poder y tu gloria, así como te he mirado en el santuario. Porque mejor es tu misericordia que la vida; mis labios te alabarán.
Según Proverbios 23:7 las creencias que dominan nuestros pensamientos no solamente reflejan lo que somos sino que ayudan a formarnos y a moldearnos en la persona en que nos convertimos. El clásico de James Allen “As a Man Thinketh” (Como el Hombre Piensa), está basado en este versículo. En esta obra, él sostiene que nuestros pensamientos literalmente nos hacen lo que somos.
Yo prefiero una ilustración más moderna y que le escuché por primera vez al pastor Chuck Smith de la Iglesia del Calvario, él dijo, “Nos convertimos en el dios que adoramos”. Por ejemplo, si el deseo de ciertas posesiones domina nuestra mente, estas se convierten en objetos de culto y nos volvemos materialistas. La preocupación hacia la riqueza nos puede hacer avaros y aun deshonestos. La obsesión hacia uno mismo nos lleva al narcisismo y al egoísmo. La pasión por la comida y la bebida puede resultar en glotonería. Y la lista continúa. Sin hacer ningún esfuerzo consciente de nuestra parte, adoptamos las características de los pensamientos que dominan nuestra mente.
Entonces, si seguimos el mismo razonamiento, si llenamos nuestra mente con pensamientos del Señor, nos convertimos más como Él es. Sin ningún esfuerzo real hacia un cambio, empezaremos a actuar más como Él actuaría. Esto es lo que Pablo describió como el fruto del Espíritu en su carta a los gálatas. “Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23). Eso sin mencionar la Corona de Justicia que recibiremos todos los que anhelamos el retorno del Señor, en Su reino. (2 Timoteo 4:8).
La mente humana es como un jardín. Si no cuidamos lo que crece en nuestro jardín, entonces no importa qué es lo que se siembra. La mala hierba crece por sí sola. Pero si lo que queremos es fruta y vegetales deliciosos, debemos arrancar la mala hierba y plantar, fertilizar, regar y cultivar las plantas de nuestra elección. Y no solamente por un solo día, sino por todo el período de crecimiento.
Así es con nuestras mentes. Para cumplir con la advertencia de Pablo en Efesios 4:22-23 de “en cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente”, debemos arrancar los viejos pensamientos y luego plantar, fertilizar, regar y cultivar pensamientos nuevos. Eso lo logramos al reemplazar de manera consciente, nuestros viejos y mundanos pensamientos, con pensamientos espirituales nuevos, leyendo las Escrituras, escuchando música cristiana y orando. Y no solamente por un solo día, sino a través de toda nuestra vida. Y conforme lo hacemos, nos convertimos más y más como el Dios que adoramos.
Por eso es que el Señor les dijo a los israelitas que tomaran un tiempo para discutir Sus Mandamientos: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas” (Deuteronomio 6:7-9). Él quería que ellos se convirtieran más como Él.
Por eso es que también David compuso poemas para el Señor, le cantó alabanzas y le tenía constantemente en su mente. David era un varón conforme al corazón de Dios. (cf. Hechos 13:22; 1 Samuel 13:13-14.) ¿Y, usted cómo es?