Salmo 70

Oh Dios, acude a librarme; apresúrate, oh Dios, a socorrerme. Sean avergonzados y confundidos los que buscan mi vida; sean vueltos atrás y avergonzados los que mi mal desean. Sean vueltos atrás, en pago de su afrenta hecha, los que dicen: ¡Ah! ¡Ah!

Gócense y alégrense en ti todos los que te buscan, y digan siempre los que aman tu salvación: Engrandecido sea Dios. Yo estoy afligido y menesteroso; apresúrate a mí, oh Dios. Ayuda mía y mi libertador eres tú; oh Jehová, no te detengas.

En los tiempos cuando el “fax” era lo último en la tecnología de las comunicaciones escritas, a las oraciones rápidas se les llamaba “oraciones fax” para informarle al Señor de nuestras necesidades inmediatas, como si el Señor necesitara recibir información. Hoy se le podrían llamar “oraciones correo electrónico”, o mensajes de texto. Es la clase de oración la cual Pedro de manera instintiva clamó cuando se estaba hundiendo mientras intentaba caminar sobre el agua. “¡Señor, sálvame!”

Y pienso que David se encontraba rodeado de enemigos y estaba más dado a aceptar su infortunio que informarle al Señor, y entonces emitió un ruego urgente pidiendo ayuda. En una forma, eso demuestra nuestra fe cuando lo hacemos, no solamente nuestra inutilidad. Cuando estamos en problemas grandes no acudimos a alguna persona que no creemos que nos pueda rescatar, como tampoco a alguien de quien no estamos seguros tenga esa habilidad, sino más bien acudimos a alguien que sentimos es la persona más capacitada.

Alguien dijo una vez, “Si usted quiere saber los verdaderos sentimientos de una persona, observe lo que hace cuando usted la sorprende sin aviso”. Cuando somos sorprendidos por algún desastre inminente e instintivamente pedimos ayuda, ¿a quién acudimos? ¿Al Señor? Si es así por lo menos podemos consolarnos sabiendo que nuestra dependencia en Él está asentada en la verdad.

Pero tristemente, muchos de nosotros pertenecemos a lo que podríamos llamar “La Iglesia del Último Recurso”. Eso significa que intentamos todos los medios humanos a nuestro alcance para lograr nuestro propio rescate y si todo lo demás falla, empezamos a orar como último recurso. Decimos que no queremos molestar al Señor con cada cosa pequeña que se nos presenta, pero la verdad es que, en el fondo, somos muy auto-dependientes. No nos gusta pensar que somos dependientes ni aun del Señor. Es poner abajo nuestro auto estima, como si al volvernos a la oración estamos siendo obligados a aceptar que no somos capaces de llevar a cabo la tarea de resolver nuestros propios problemas.

Pero de vez en cuando, algo surge de la nada y nos toma por sorpresa. Entonces todas las apuestas se derrumban, todas las ilusiones de auto-dependencia se resquebrajan, y, como Pedro, clamamos, “¡Señor, sálvame!” Y el Señor lo hace, porque Su fortaleza se perfecciona en nuestra debilidad.