En ti, oh Jehová, me he refugiado; no sea yo avergonzado jamás. Socórreme y líbrame en tu justicia; inclina tu oído y sálvame. Sé para mí una roca de refugio, adonde recurra yo continuamente. Tú has dado mandamiento para salvarme, porque tú eres mi roca y mi fortaleza.
Dios mío, líbrame de la mano del impío, de la mano del perverso y violento. Porque tú, oh Señor Jehová, eres mi esperanza, seguridad mía desde mi juventud. En ti he sido sustentado desde el vientre; de las entrañas de mi madre tú fuiste el que me sacó; de ti será siempre mi alabanza. Como prodigio he sido a muchos, y tú mi refugio fuerte. Sea llena mi boca de tu alabanza, de tu gloria todo el día.
No me deseches en el tiempo de la vejez; cuando mi fuerza se acabare, no me desampares. Porque mis enemigos hablan de mí, y los que acechan mi alma consultaron juntamente, Diciendo: Dios lo ha desamparado; perseguidle y tomadle, porque no hay quien le libre. Oh Dios, no te alejes de mí; Dios mío, acude pronto en mi socorro.
Sean avergonzados, perezcan los adversarios de mi alma; sean cubiertos de vergüenza y de confusión los que mi mal buscan. Mas yo esperaré siempre, y te alabaré más y más. Mi boca publicará tu justicia y tus hechos de salvación todo el día, aunque no sé su número.
Vendré a los hechos poderosos de Jehová el Señor; haré memoria de tu justicia, de la tuya sola. Oh Dios, me enseñaste desde mi juventud, y hasta ahora he manifestado tus maravillas. Aun en la vejez y las canas, oh Dios, no me desampares, hasta que anuncie tu poder a la posteridad, y tu potencia a todos los que han de venir,
Y tu justicia, oh Dios, hasta lo excelso. Tú has hecho grandes cosas; oh Dios, ¿quién como tú? Tú, que me has hecho ver muchas angustias y males, volverás a darme vida, y de nuevo me levantarás de los abismos de la tierra. Aumentarás mi grandeza, y volverás a consolarme. Asimismo yo te alabaré con instrumento de salterio, oh Dios mío; tu verdad cantaré a ti en el arpa, oh Santo de Israel.
Mis labios se alegrarán cuando cante a ti, y mi alma, la cual redimiste. Mi lengua hablará también de tu justicia todo el día; por cuanto han sido avergonzados, porque han sido confundidos los que mi mal procuraban.
A pesar de que no hay ningún precedente bíblico para sostener estas ideas, algunos creyentes esperan que puesto que han llegado al Señor, nunca más van a experimentar dificultades. Otros asumen que si un creyente está teniendo problemas se debe a algún castigo del Señor y, por lo tanto, esa persona se lo merece.
En cuanto a la primera idea, el versículo que opera es Juan 16:33: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”. El Señor no les estaba hablando solamente a Sus discípulos, sino que, a través de ellos, también a nosotros. El mundo en que vivimos es un lugar lleno de maldad, que está bajo el control del maligno (1 Juan 5:19). Ningún creyente está automáticamente inmune de accidentes o enfermedades, injusticia o persecución. Se nos ha prometido que seremos sanados de nuestras enfermedades (Isaías 53:4-5), que Jesús está intercediendo continuamente por nosotros para ayudarnos a través de los tiempos difíciles (Romanos 8:34), y que si las cosas se ponen bien malas, Él nos mostrará la salida (1 Corintios 10:13).
Por ejemplo, hubiera sido fácil para el Señor haber protegido a Pablo de los golpes y pedradas que recibió en casi todas las ciudades que visitó, y como se nos dice en 2 Corintios 12, Pablo en repetidas ocasiones le pidió al Señor que lo librara de eso. Pero el Señor sabía que si lo libraba de manera sobrenatural, sanando a Pablo después de cada golpiza, su testimonio no sería tan poderoso, por lo que el Señor le dijo, “Bástate mi gracia” (2 Corintios 12:9) y eso lo sanó cada vez que era lastimado. Para Pablo esto resolvió el asunto, y quedó en paz con ello.
Y en cuanto a la segunda idea, nosotros no podemos ser castigados por los pecados pasados porque “si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Con respecto a los pecados presentes y futuros, “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). Habiendo pagado el precio por todos nuestros pecados, pasados, presentes y futuros, Dios nos ve ahora como si fuéramos tan justos como Él es. Cuando pecamos, simplemente confesamos el pecado y Él, que es fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda injusticia (1 Juan 1:9). Es como si nunca hubiéramos pecado.
Pero al citar Proverbios 3:11-12, el escritor de la carta a los Hebreos dice, “Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo” (Hebreos 12:6). ¿Está esto en conflicto con el pasaje de 2 Corintios? Yo creo que Pablo fue el autor de ambas cartas, así que si existe un conflicto significa que o Pablo cambió de manera de pensar, o estaba hablando de dos cosas diferentes.
Pero resulta que es esto último. En 2 Corintios 5 Pablo estaba hablando sobre la seguridad de nuestra salvación. Luego de que somos salvos, no hay ningún pecado que usted cometa que lo pueda descalificar, porque la cruz le permite a Dios verlo a usted cómo va a ser después de haber sido perfeccionado, sin pecado como Él, y nunca más sujeto al castigo. En Hebreos 12 él está hablando sobre la obra del Espíritu Santo la cual mejora la calidad de nuestra vida aquí en la tierra.
El primer significado de la palabra griega traducida “disciplina” aquí, es “instruir”, de la raíz que significa “entrenar a un niño”. Se refiere entonces a la educación de un niño. La palabra traducida “azotar” (castigar) también describe a un padre entrenando a sus hijos, y mientras que en la Biblia se describe más como la paliza brutal que Jesús recibió de manos de los soldados romanos, no hay ninguna base bíblica para compararlo con el entrenamiento de los hijos. Lo más seguro es que el Espíritu Santo escogió esta palabra para mostrarnos que esto también fue el caso del Padre Celestial al castigar a Su Hijo por nuestros pecados, con la intención de enseñarnos con ese ejemplo la clase de castigo que merecemos por nuestros pecados en contra de Dios.
En cualquiera de los casos, la conclusión de esta afirmación la encontramos en el versículo 11, “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Hebreos 12:11).
Tanto en el Evangelio de Juan como en la Carta a los Hebreos, el propósito de la afirmación del Señor es traer la paz al corazón del creyente. Jesús nos prometió la paz que proviene de saber que “esto también pasará” y que saldremos victoriosos porque nuestro Señor venció el mal de este mundo. La Carta a los Hebreos muestra que el entrenamiento que recibimos de manos del Señor también significa que nos dará la paz.
Entre estas dos promesas hemos cubierto tanto los problemas coincidentales que resistimos, así como el entrenamiento específico que el Señor prepara, y el resultado esperado en ambos casos es la paz. Si usted está pasando por un tiempo difícil, ore por la paz que se le ha prometido. Si usted conoce de alguien más que está pasando por ese momento difícil, ore para que también pueda encontrar esa paz. Pero sobre todo, siga el consejo de Pablo a los filipenses: No se afanen por nada, oren sin cesar y den gracias por todo, “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:4-7).