¿Por qué, oh Dios, nos has desechado para siempre? ¿Por qué se ha encendido tu furor contra las ovejas de tu prado? Acuérdate de tu congregación, la que adquiriste desde tiempos antiguos, la que redimiste para hacerla la tribu de tu herencia; este monte de Sion, donde has habitado.
Dirige tus pasos a los asolamientos eternos, a todo el mal que el enemigo ha hecho en el santuario. Tus enemigos vociferan en medio de tus asambleas; han puesto sus divisas por señales. Se parecen a los que levantan el hacha en medio de tupido bosque. Y ahora con hachas y martillos han quebrado todas sus entalladuras. Han puesto a fuego tu santuario, han profanado el tabernáculo de tu nombre, echándolo a tierra. Dijeron en su corazón: Destruyámoslos de una vez; han quemado todas las sinagogas de Dios en la tierra.
No vemos ya nuestras señales; no hay más profeta, ni entre nosotros hay quien sepa hasta cuándo. ¿Hasta cuándo, oh Dios, nos afrentará el angustiador? ¿Ha de blasfemar el enemigo perpetuamente tu nombre? ¿Por qué retraes tu mano? ¿Por qué escondes tu diestra en tu seno?
Pero Dios es mi rey desde tiempo antiguo; el que obra salvación en medio de la tierra. Dividiste el mar con tu poder; quebrantaste cabezas de monstruos en las aguas. Magullaste las cabezas del leviatán, y lo diste por comida a los moradores del desierto. Abriste la fuente y el río; secaste ríos impetuosos. Tuyo es el día, tuya también es la noche; tú estableciste la luna y el sol. Tú fijaste todos los términos de la tierra; el verano y el invierno tú los formaste.
Acuérdate de esto: que el enemigo ha afrentado a Jehová, y pueblo insensato ha blasfemado tu nombre. No entregues a las fieras el alma de tu tórtola, y no olvides para siempre la congregación de tus afligidos. Mira al pacto, porque los lugares tenebrosos de la tierra están llenos de habitaciones de violencia. No vuelva avergonzado el abatido; el afligido y el menesteroso alabarán tu nombre.
Levántate, oh Dios, aboga tu causa; acuérdate de cómo el insensato te injuria cada día. No olvides las voces de tus enemigos; el alboroto de los que se levantan contra ti sube continuamente.
¿No sería agradable que la retribución divina fuera un poco más oportuna? En mi vida he acumulado una cantidad de personas que parecen haber sido asignadas por Satanás para atormentarme. Y no es que esta gente lo acepte de esa manera, o que aún pueda siquiera estar consciente de ello. Puedo estar seguro que ellas creen que lo que están haciendo está correcto, y que cualquiera que las observe estaría de acuerdo con lo que hacen; y aún más siendo cristianos posiblemente piensen que están haciendo la obra del Señor (Juan 16:2).
Algunas veces, después de un ataque, he deseado que el Señor los ponga en orden como Su promesa en Apocalipsis 3:9, “yo haré que vengan y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado”. Pero luego el Señor me recuerda que Él no hace esas cosas cuando yo hago algo malo, entonces, ¿por qué debo suponer que Él se lo debe de hacer a ellos?
Algunos amigos bien intencionados me dicen que debo ver los ataques de Satanás como una evidencia de que estoy impactando al mundo. Ataques como esos son como un cumplido de izquierda pues dicen que es el reconocimiento del enemigo de que le estoy causando problemas. El enemigo está lo suficientemente ocupado para mantenernos bajo su radar mientras no hagamos olas. Al llamar su atención es una señal de que somos relevantes. Otros repiten un axioma que yo he usado con frecuencia, “vivir bien es la mejor venganza”. En otras palabras, manténgase por encima de todo. Viva su vida como si nada de lo que ellos puedan hacer le pueda quitar su gozo. Utilice su enojo para darle energía a su triunfo. Es como mantener carbones encendidos en sus manos (Romanos 12:20).
La parte más difícil de todo lo anterior es que nada de eso parece tener un sentido de cierre. Es como si todo se quedara suspendido hasta que en algún día desconocido en el futuro el Señor haga que las cosas se enderecen otra vez.
Y luego, dos amigos, de manera independiente, me dieron un idéntico consejo el cual arregló las cosas de una vez por todas. Dijeron, “Recuerda, solamente la parte ofendida tiene el privilegio de treparse en la cruz con Jesús”.
Es el testimonio de dos testigos, y eso me agradó. Ahora sí puedo llegar al cierre. Después de todo, la cruz es en donde está la verdadera victoria. “El siervo no es mayor que su señor”, nos dice Jesús, “Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Juan 15:20).
La próxima vez que alguien le ponga la puntería, mire hacia la cruz. Allí siempre habrá lugar para uno más, y piense en la compañía con que usted estará…