Con mi voz clamé a Dios, a Dios clamé, y él me escuchará. Al Señor busqué en el día de mi angustia; alzaba a él mis manos de noche, sin descanso; mi alma rehusaba consuelo. Me acordaba de Dios, y me conmovía; me quejaba, y desmayaba mi espíritu. No me dejabas pegar los ojos; estaba yo quebrantado, y no hablaba. Consideraba los días desde el principio, los años de los siglos. Me acordaba de mis cánticos de noche; meditaba en mi corazón, y mi espíritu inquiría: ¿Desechará el Señor para siempre, y no volverá más a sernos propicio? ¿Ha cesado para siempre su misericordia? ¿Se ha acabado perpetuamente su promesa? ¿Ha olvidado Dios el tener misericordia? ¿Ha encerrado con ira sus piedades?
Dije: Enfermedad mía es esta; traeré, pues, a la memoria los años de la diestra del Altísimo. Me acordaré de las obras de JAH; sí, haré yo memoria de tus maravillas antiguas. Meditaré en todas tus obras, y hablaré de tus hechos. Oh Dios, santo es tu camino; ¿Qué dios es grande como nuestro Dios? Tú eres el Dios que hace maravillas; hiciste notorio en los pueblos tu poder. Con tu brazo redimiste a tu pueblo, a los hijos de Jacob y de José. Te vieron las aguas, oh Dios; las aguas te vieron, y temieron; los abismos también se estremecieron. Las nubes echaron inundaciones de aguas; tronaron los cielos, y discurrieron tus rayos. La voz de tu trueno estaba en el torbellino; tus relámpagos alumbraron el mundo; se estremeció y tembló la tierra. En el mar fue tu camino, y tus sendas en las muchas aguas; y tus pisadas no fueron conocidas. Condujiste a tu pueblo como ovejas por mano de Moisés y de Aarón.
Muchas personas tienen problemas trasladando la fidelidad de Dios del pasado, al presente. “Claro, Él me ha salvado antes”, pensamos, “pero ¿cómo sé que lo hará esta vez? Quizás Él está cansado de arrastrar mi lamentable ser fuera del fuego. Quizás yo he ido ya tan lejos que Él no va a poner atención esta vez para darme una lección”.
Nosotros pensamos de esa forma porque imponemos nuestros motivos a Su comportamiento. A sabiendas de que estamos hastiados con nuestro comportamiento, asumimos que Él también lo está y que Él hará lo que nosotros haríamos en Su lugar. Al no entender el alcance ilimitado de Su Gracia, pensamos que cada una de nuestras trasgresiones puede ser la paja que incline la balanza.
En Mateo 18:21, Pedro preguntó cuántas veces debíamos de perdonarnos, “¿Hasta siete veces, Señor?”
Jesús le respondió “No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete”. Si esa es la norma para nosotros, ¿cuál supone usted que sea la norma de Dios?
“Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. (Lamentaciones 3:22-23). Eso quiere decir que cada mañana Dios borra el pasado y comenzamos con una pizarra limpia. No importa lo mal que cumplimos ayer, hoy es un nuevo comienzo. Y no solamente por una semana o un mes, o aun un año, sino durante toda nuestra vida.
En tiempos antiguos un cordero se colocaba sobre el altar cada mañana para ser quemado durante todo el día. Eso protegía a los israelitas de ser castigados por pecados no intencionales que pudieron haber cometido durante el día. Al atardecer, se colocaba un nuevo cordero que reemplazaba al que había sido quemado durante todo el día. Este último se quemaba durante toda la noche para protegerlos hasta el amanecer. Y así se hacía todos los días, día y noche. Mientras que hubiera un Templo y mientras los sacerdotes fueran fieles, el pueblo estaba bien. Pero ya que la protección era retroactiva y solamente cubría los pecados no intencionales, el pueblo estaba tremendamente expuesto.
“Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:12-14).
Con la muerte de Jesús, nuestra protección se extendió en ambas direcciones de la línea del tiempo para incluir nuestros pecados intencionales también. Su único sacrificio nos ha hecho perfectos para siempre a la vista de Dios, a pesar de que estamos siendo santificados cada día. La cruz le permite a Dios vernos ahora tal como seremos luego de que Él nos haga inmortales e incorruptibles. Todo lo que tenemos que hacer cuando pecamos es confesar nuestro pecado y seremos perdonados automáticamente. Y más que eso, nuestros pecados se olvidan de inmediato. Quedamos limpios de toda injusticia (1 Juan 1:9).
Nuestro Padre Celestial nos ama tanto que Él quiso eliminar toda barrera que impidiera la completa expresión de Su amor hacia nosotros. La única barrera que queda es la que nosotros mismos hemos levantado la cual está hecha de orgullo y de culpabilidad y de la falsa creencia de que Su amor por nosotros está condicionado a nuestros resultados. Solamente nosotros podemos derribar esta barrera. Pero una vez que lo hacemos, podemos experimentar el sentido completo de Lamentaciones 3:22-23. Sus misericordias nunca fallan, ni por siete veces ni por setenta veces siete, porque son nuevas cada mañana.