Oh Dios, vinieron las naciones a tu heredad; han profanado tu santo templo; redujeron a Jerusalén a escombros. Dieron los cuerpos de tus siervos por comida a las aves de los cielos, la carne de tus santos a las bestias de la tierra. Derramaron su sangre como agua en los alrededores de Jerusalén, y no hubo quien los enterrase. Somos afrentados de nuestros vecinos, escarnecidos y burlados de los que están en nuestros alrededores.
¿Hasta cuándo, oh Jehová? ¿Estarás airado para siempre? ¿Arderá como fuego tu celo? Derrama tu ira sobre las naciones que no te conocen, y sobre los reinos que no invocan tu nombre. Porque han consumido a Jacob, y su morada han asolado.
No recuerdes contra nosotros las iniquidades de nuestros antepasados; vengan pronto tus misericordias a encontrarnos, porque estamos muy abatidos. Ayúdanos, oh Dios de nuestra salvación, por la gloria de tu nombre; y líbranos, y perdona nuestros pecados por amor de tu nombre. Porque dirán las gentes: ¿Dónde está su Dios? Sea notoria en las gentes, delante de nuestros ojos, la venganza de la sangre de tus siervos que fue derramada.
Llegue delante de ti el gemido de los presos; conforme a la grandeza de tu brazo preserva a los sentenciados a muerte, Y devuelve a nuestros vecinos en su seno siete tantos de su infamia, con que te han deshonrado, oh Jehová. Y nosotros, pueblo tuyo, y ovejas de tu prado, te alabaremos para siempre; de generación en generación cantaremos tus alabanzas.
¿No sería agradable que el Señor vengara los males que se nos hacen las personas en un tiempo real? En realidad, eso sucede. Un pastor cuenta de una situación que ilustra este punto.
Una pareja había sido el centro de una controversia hacía unos años y en consecuencia habían abandonado la congregación. Recientemente regresaron, pidiendo perdón y restauración. Casi todos de inmediato los recibieron con los brazos abiertos, pero había un grupito de personas empecinadas a no perdonarlos y restaurarlos a la congregación. Poco a poco esta pareja se ganó a la mayoría de ese grupito, y parecía que la restauración había sido completa.
Pero llegó un domingo cuando la pareja recibió unos momentos de atención durante el servicio relacionados con el ministerio en el que estaban involucrados. Una de las personas de aquel grupito criticó fuertemente al pastor por haber permitido eso, diciendo que le habían arruinado su culto dominical. Pero resulta que esa persona no se había integrado a la congregación sino hasta un año o dos después de la controversia, pero era amiga de alguien que había estado presente entonces, y ella “lo había escuchado todo”.
Así que por muchos años esta persona había estado disgustada y enojada por una situación en la que no había tomado parte alguna y sólo el recuerdo de la misma era suficiente para destruir su tiempo semanal con el Señor. Ella aun estaba lo suficientemente enojada al día siguiente, como para enviarle una nota envenenada al pastor, y quién sabe cuándo ella se sobrepondrá a esa situación.
Pero la pregunta en realidad es, ¿quién está siendo afligido aquí? Es cierto, el pastor estaba desilusionado de que un miembro de su rebaño no estaba asimilando su mensaje del perdón. Y esta persona estaba tratando de revolver los ánimos de ese grupito otra vez. Pero, ¿no es ella la víctima principal? Es su corazón el que se ha endurecido y su espíritu se está quemando, y es su relación con el Señor lo que se ha interrumpido. La pareja que tanto le disgusta, ni siquiera la conoce, y si se enteraran cómo se siente, le tendrían lástima. Es que el invertir todo ese tiempo en una energía negativa en un asunto que ni siquiera le afecta, es una total pérdida de tiempo.
Así que, ¿envió el Señor fuego del cielo para consumirla por atacar a esa pareja? No directamente. Pero al haber desobedecido el mandamiento de perdonar le dio cabida al diablo para penetrar en su mente y robarle su gozo. ¿Y utilizará eso el diablo para contaminar otras áreas de su vida también? Absolutamente. Hay personas que su enojo los ha rodeado de tal forma que aun sus antiguos amigos no se les acercan.
Esa mujer permitió convertirse en el blanco de una táctica que los depredadores parecen conocer intuitivamente. Aparte al débil del rebaño y luego atáquelo. Si esa mujer no aprende a perdonar como ella ha sido perdonada, se encontrará estrangulada y alejada de Dios convirtiéndose en presa fácil para el enemigo.
Si usted guarda sentimientos similares al anterior hacia alguna persona, ya sean justificados o no, pídale a Dios que le perdone y que le ayude a perdonar a esa otra persona. El dolor y el sufrimiento que usted se está causando a sí mismo, y el peligro espiritual que se está imponiendo, simplemente no valen la pena.
“Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo” (Efesios 4:26-27).