Oh Dios, no guardes silencio; no calles, oh Dios, ni te estés quieto. Porque he aquí que rugen tus enemigos, y los que te aborrecen alzan cabeza. Contra tu pueblo han consultado astuta y secretamente, y han entrado en consejo contra tus protegidos.
Han dicho: Venid, y destruyámoslos para que no sean nación, y no haya más memoria del nombre de Israel.
Porque se confabulan de corazón a una, contra ti han hecho alianza Las tiendas de los edomitas y de los ismaelitas, Moab y los agarenos; Gebal, Amón y Amalec, los filisteos y los habitantes de Tiro. También el asirio se ha juntado con ellos; sirven de brazo a los hijos de Lot.
Hazles como a Madián, como a Sísara, como a Jabín en el arroyo de Cisón; Que perecieron en Endor, fueron hechos como estiércol para la tierra. Pon a sus capitanes como a Oreb y a Zeeb; como a Zeba y a Zalmuna a todos sus príncipes, Que han dicho: Heredemos para nosotros las moradas de Dios.
Dios mío, ponlos como torbellinos, como hojarascas delante del viento, Como fuego que quema el monte, como llama que abrasa el bosque. Persíguelos así con tu tempestad, y atérralos con tu torbellino. Llena sus rostros de vergüenza, y busquen tu nombre, oh Jehová. Sean afrentados y turbados para siempre; sean deshonrados, y perezcan.
Y conozcan que tu nombre es Jehová; tú solo Altísimo sobre toda la tierra.
Este salmo habla sobre las naciones vecinas de Israel. En varias ocasiones intentaron derrotar al pueblo judío y sacarlo de la tierra que el Señor le había dado. A pesar de que todos sus intentos han sido inútiles, pareciera que se están alistando para intentarlo de nuevo. Estas naciones aún no han aprendido la dolorosa lección cuando se desafía la promesa de Dios a Abraham, “Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan, maldeciré”. Una vez más Israel saldrá victorioso como un testimonio más al poder de la promesa de Dios.
¿Dios le ha hecho promesas a usted?
“He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”, nos dijo Jesús (Mateo 28:20).
“Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:25, 33).
“Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Juan 16:7).
“Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3).
“Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra” (Apocalipsis 3:10).
Cada una de esas promesas salió directamente de la boca del Señor a nuestros oídos. Cada una es tan clara como Su promesa a Abraham. Se nos dice que “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8). La promesa a Abraham no tiene fecha de vencimiento. Más de cuatro mil años después, las naciones que maldigan a los descendientes de Abraham aún se arriesgan a la ira de Dios.
Y es lo mismo con Sus promesas para con nosotros. Así como la prioridad principal del pastor es proteger a sus ovejas, la prioridad principal del Señor es protegernos a nosotros. Es un deber sagrado que Él ha puesto sobre Sus descendientes en la tierra.
Jesús nos dice, “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:37-40).
Oh Señor, que la disposición de estas naciones antiguas, así como las modernas que buscan anular Tus promesas hacia Tu pueblo escogido, sirvan para fortalecer nuestra fe en Tus promesas siempre.