Salmo 86

Inclina, oh Jehová, tu oído, y escúchame, porque estoy afligido y menesteroso. Guarda mi alma, porque soy piadoso; salva tú, oh Dios mío, a tu siervo que en ti confía. Ten misericordia de mí, oh Jehová; porque a ti clamo todo el día. Alegra el alma de tu siervo, porque a ti, oh Señor, levanto mi alma.

Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que te invocan. Escucha, oh Jehová, mi oración, y está atento a la voz de mis ruegos. En el día de mi angustia te llamaré, porque tú me respondes. Oh Señor, ninguno hay como tú entre los dioses, ni obras que igualen tus obras.

Todas las naciones que hiciste vendrán y adorarán delante de ti, Señor, y glorificarán tu nombre. Porque tú eres grande, y hacedor de maravillas; sólo tú eres Dios.

Enséñame, oh Jehová, tu camino; caminaré yo en tu verdad; afirma mi corazón para que tema tu nombre. Te alabaré, oh Jehová Dios mío, con todo mi corazón, y glorificaré tu nombre para siempre. Porque tu misericordia es grande para conmigo, y has librado mi alma de las profundidades del Seol.

Oh Dios, los soberbios se levantaron contra mí, y conspiración de violentos ha buscado mi vida, y no te pusieron delante de sí. Mas tú, Señor, Dios misericordioso y clemente, lento para la ira, y grande en misericordia y verdad, Mírame, y ten misericordia de mí; da tu poder a tu siervo, y guarda al hijo de tu sierva.

Haz conmigo señal para bien, y véanla los que me aborrecen, y sean avergonzados; porque tú, Jehová, me ayudaste y me consolaste.

 

¿Se ha dado usted cuenta de que aún las personas que no creen en Dios están empezando a dudar si el actual aumento en la frecuencia y la intensidad de los desastres naturales, significa que nos estamos acercando al fin de esta era?

No recuerdo cuando escuché por primera vez que todos tenemos un agujero como con un semblante de Dios en nuestros corazones y que pasamos toda nuestra vida tratando de llenarlo. En tiempos como este ese esfuerzo se hace cada vez más urgente conforme las personas pensantes en todos lados buscan entender el significado de todo lo que está sucediendo.

Nosotros no somos como los antiguos con su plétora de dioses paganos; estatuas de madera y piedra, planetas, árboles, aves y animales, o lo que sea, que adoraban, porque el hombre intrínsecamente sabe que hay alguien superior a él, alguien que lo ha precedido y que lo ha producido.

Hoy día nuestros dioses son la ciencia, el dinero, las posesiones materiales, nosotros mismos, y aun los sucesos fortuitos, y los adoramos como lo hacían los antepasados, buscando el conocimiento innato de algo mayor, porque ese agujero con aspecto de Dios aún se encuentra allí.

Todos los comportamientos que brotaron de la adoración a los dioses en aquel tiempo, son también evidentes en la humanidad del presente conforme el hombre continua en su esfuerzo en encontrar algo, lo que sea, para llenar ese agujero en su corazón.

Pero aparte de nuestro mismo Creador morando en nuestros corazones, nada ni nadie más lo podrá llenar, porque entre todos esos “dioses” no hay ninguno como Él; ningún acto o proeza se pueden comparar a Él.

“Fuera de mí no hay Dios”. El Señor hizo que Isaías formulara esta declaración en siete ocasiones diferentes en el rango de siete capítulos (Isaías 42—48). Y “Antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí” (Isaías 43:10).

 

Para demostrarse a nosotros, Él dijo, “Anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho” (Isaías 46:10). Él también dijo que ningún otro de los llamados dioses puede hacer esta afirmación (Isaías 44:6-8), y ciertamente ninguno la ha podido hacer.

Cualquier comparación de la profecía con la historia claramente revela la presencia de Dios. Han existido los llamados “hombres grandes y letrados”, como C. S. Lewis, Simon Greenleaf, y Josh MacDowell, entre otros, quienes se propusieron probar de una vez por todas que Dios no existe. Pero el resultado de cada investigación fue exactamente lo contrario, y cada investigador se volvió en un creyente y dedicó el resto de su vida a divulgar la Palabra de Dios.

El Señor nos ha dicho más sobre los tiempos que vivimos que sobre cualquier otro en la larga historia de la humanidad. En respuesta a las preguntas sobre las señales de Su venida y del final de la era, Él dijo que habría guerras y rumores de guerras, se levantaría reino contra reino, habrían terremotos, hambrunas y pestilencias, y angustia de las gentes que estarían perplejas por el bramido de las olas del mar. Él dijo que la frecuencia y la intensidad de estas cosas aumentarían más y más conforme nos acercamos al final de los tiempos.

En los últimos años hemos visto más huracanes y terremotos mortales en el mundo que en el pasado. La gente se está muriendo de hambre en África. El brote del hambre y las enfermedades tienen a los expertos advirtiendo que millones de personas pueden morir pronto, los aires de guerra están soplando fuerte en el Medio Oriente, y otro golpe terrorista en los EE.UU. es inevitable.

David pidió una señal de la bondad de Dios para que sus enemigos la vieran y fueran avergonzados y hoy día, esa señal está por ser manifestada. Jesús prometió, “Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca” (Lucas 21:28) Así que mejor prepárese para el Rapto. Esa es la señal de Su bondad en una era que se ha vuelto irrecuperablemente mala. “Sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio” (2 Pedro 2:9).