Salmo 88

Oh Jehová, Dios de mi salvación, día y noche clamo delante de ti. Llegue mi oración a tu presencia; inclina tu oído a mi clamor. Porque mi alma está hastiada de males, y mi vida cercana al Seol. Soy contado entre los que descienden al sepulcro; soy como hombre sin fuerza, Abandonado entre los muertos, como los pasados a espada que yacen en el sepulcro, de quienes no te acuerdas ya, y que fueron arrebatados de tu mano.

Me has puesto en el hoyo profundo, en tinieblas, en lugares profundos. Sobre mí reposa tu ira, y me has afligido con todas tus ondas. Has alejado de mí mis conocidos; me has puesto por abominación a ellos; encerrado estoy, y no puedo salir. Mis ojos enfermaron a causa de mi aflicción; te he llamado, oh Jehová, cada día; he extendido a ti mis manos.

¿Manifestarás tus maravillas a los muertos? ¿Se levantarán los muertos para alabarte? ¿Será contada en el sepulcro tu misericordia, o tu verdad en el Abadón? ¿Serán reconocidas en las tinieblas tus maravillas, y tu justicia en la tierra del olvido?

Mas yo a ti he clamado, oh Jehová, y de mañana mi oración se presentará delante de ti. ¿Por qué, oh Jehová, desechas mi alma? ¿Por qué escondes de mí tu rostro? Yo estoy afligido y menesteroso; desde la juventud he llevado tus terrores, he estado medroso. Sobre mí han pasado tus iras, y me oprimen tus terrores. Me han rodeado como aguas continuamente; a una me han cercado.

Has alejado de mí al amigo y al compañero, y a mis conocidos has puesto en tinieblas.

Nunca había quedado tan poderosamente impactado el día cuando ingresé en la mazmorra debajo de la casa de Caifás, el Sumo Sacerdote de Israel entre los años 18 y 37 d.C. Yo había llevado grupos de personas a Israel durante varios años, pero dicho lugar había estado cerrado en cada visita por haberse estado renovando totalmente.

Conforme el grupo descendía a esa mazmorra, nuestro guía palestino de nombre Freddy, silenciosamente apartó a uno de los participantes. Cuando todos los demás estábamos apiñados dentro de ese pequeño lugar al fondo de una empinada escalera, 4,5 metros debajo del nivel del suelo, el guía les informó que esas escaleras se habían colocado después. En la noche de Su arresto Jesús había sido bajado con sogas dentro de este pequeño lugar, el cual también se utilizaba como una cisterna. Jesús pasó aquí toda la noche, solo, en la oscuridad. Al amanecer sería llevado ante Pilatos y de allí al Gólgota.

Mientras el grupo permanecía apiñado en el lugar, Freddy, de un momento a otro, apagó la luz, dejándonos en total oscuridad. Entonces, la persona que él había apartado del grupo comenzó a leer el Salmo 88 a través de la abertura sobre la mazmorra. El golpe del silencio pronto dio lugar a lágrimas y sollozos al sentir, aunque fuera un poquito, lo que el Señor pudo haber sentido esa noche al estar totalmente aislado y en la desesperación porque, siendo inocente, fue condenado injustamente.

Imagínese usted, si puede. Inocente de cualquier crimen pero ya condenado a muerte. Nada qué mirar hacia adelante sino la tortura que ellos llamaban un juicio, programado para la primera hora del día, y la lenta, agonizante y dolorosa muerte que le esperaba. El agua al fondo de la cisterna impedía que la persona pudiera sentarse en el piso o siquiera recostarse a la pared, para conciliar un poquito de sueño. Nada que hacer sino estar de pie toda la noche en esa agua fría y esperar, tratando de prevenir los pensamientos de lo que vendría, que lo llevarían a la desesperación y la histeria. ¿Quién entre nosotros puede siquiera sondear cosa semejante?

Si usted es un simple ser humano sin esperanza de poder escapar, como ellos creían que Jesús era, ya eso de por sí era malo. Pero suponga que usted es el Hijo de Dios, con poderes inimaginables por sus captores. Suponga que usted sabe que con un chasquido de sus dedos usted estaría libre, y aquellos que le han capturado estarían atados sin ninguna esperanza. Entonces, ¿qué fuerza podría sostenerlo allí sabiendo lo que le espera?

Suena tan innecesario siquiera mencionarlo, porque nunca hemos sentido esa fuerza, pero fue la de Su amor hacia nosotros. “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”, les dijo Jesús (Juan 15:13).

En esos días la palabra “amigos” se aplicaba a los participantes en una relación de pacto, y la palabra “amor” significaba estar incondicionalmente entregado al objeto del afecto. Es la clase de amor que raramente alguien ha sentido alguna vez. Nuestro auto-centrismo lo hace ser casi imposible.

Aun Pedro, después de haber pasado tres años al lado del Señor y haber experimentado de primera mano todos los eventos increíbles de Su ministerio, no pudo sentir esa clase de amor por su Señor. Luego de ser restaurado después de la resurrección, Jesús tuvo que volver al uso de la forma condicional de la palabra cuando le preguntó, “Pedro, ¿me amas?” Jesús conocía la debilidad humana muy bien, y el propio fracaso de Pedro cuando había llegado el momento de ponerse en pie y hablar.

Pero a pesar de todo, esa es la forma en que el Señor nos ama, a usted y a mí. Él, “por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2). Y Él, “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Filipenses 2:6-8).

¿Y cuál era el gozo puesto delante de Él? La oportunidad de pasar la eternidad con usted y conmigo. ¡Eso es amor!

 

Traducido por: Walter Reiche-Berger

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