Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación. Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios. Vuelves al hombre hasta ser quebrantado, y dices: Convertíos, hijos de los hombres.
Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche. Los arrebatas como con torrente de aguas; son como sueño, como la hierba que crece en la mañana. En la mañana florece y crece; a la tarde es cortada, y se seca. Porque con tu furor somos consumidos, y con tu ira somos turbados. Pusiste nuestras maldades delante de ti, nuestros yerros a la luz de tu rostro.
Porque todos nuestros días declinan a causa de tu ira; acabamos nuestros años como un pensamiento. Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos. ¿Quién conoce el poder de tu ira, y tu indignación según que debes ser temido?
Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría. Vuélvete, oh Jehová; ¿hasta cuándo? Y aplácate para con tus siervos. De mañana sácianos de tu misericordia, y cantaremos y nos alegraremos todos nuestros días. Alégranos conforme a los días que nos afligiste, y los años en que vimos el mal.
Aparezca en tus siervos tu obra, y tu gloria sobre sus hijos. Sea la luz de Jehová nuestro Dios sobre nosotros, y la obra de nuestras manos confirma sobre nosotros; sí, la obra de nuestras manos confirma.
El trabajo con un sentido debe de ser la meta de cada trabajador. Con mucha frecuencia, ya sea como patrono entrevistando a quienes han solicitado trabajo o como consultor en una misión de conseguir datos para un nuevo cliente, me recordaba que simplemente el ganar un buen salario no es suficiente para muchas personas. No, porque lo que todos deseamos más allá del salario es un trabajo que tenga sentido, uno que produzca un impacto y no simplemente uno para vivir bien. La vida de por sí ya está llena de problemas y penalidades como para poder soportar un trabajo que no tiene sentido encima de todo lo demás. Y en el ministerio cristiano he visto muchas veces personas brillantes y talentosas que han dejado un empleo bien remunerado para servir como misioneros porque sienten que allí es donde harán la diferencia.
Tomemos el caso de un matrimonio formado por Kevin y Patty. Él estaba en el departamento de mercadeo de una pujante empresa de productos de consumo masivo, y ella era corredora de bienes raíces. No eran millonarios pero les iba muy bien y acababan de darle los últimos toques a su casa de habitación la cual quedó como la casa de sus sueños.
Entonces decidieron vender todo lo que tenían, renunciaron a sus trabajos para iniciar un programa de desayunos gratuitos para niños de escuela en uno de los lugares más pobres de México. Vivían en el tercer piso de un apartamento que ambos remodelaron, al que se sube por una estrechas escaleras, tienen a sus dos hijas educándolas en el hogar y viven de un sueldo como misioneros, el cual representa mucho menos del que estaban acostumbrados a ganar. Empezaron dedicando cada mañana a alimentar entre 60 a 100 niños con la única comida nutricional que reciben cada día, y todo financiado por medio de contribuciones. Más tarde se expandieron a un kindergarten también. Ambos programas continúan al presente.
“La necesidad estaba allí, escuchamos el llamado del Señor así que para allá fuimos”, dijeron.
Poco tiempo después de que habían arribado en México, Samanta y yo los visitamos y tuvimos el privilegio de estar con ellos toda una mañana. El sentido de cumplimiento en sus rostros mientras se deleitaban dándoles amor a esos niños, era algo de admirar, y los visitantes pudieron escuchar al Señor decir, “cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe” (Mateo 18:5).
Kevin y Patty se comprometieron durante varios años con este proyecto, y les fue bastante difícil entregárselo a sus sucesores cuando su período de tiempo había finalizado. ¿Creen ustedes que ellos volverán a ser los mismos que fueron antes? ¿Y qué hay de los niños y niñas que alimentaron y encaminaron hacia una buena educación? ¿Quién se puede imaginar lo que el Señor hará por medio de ellos? A eso se le llama un trabajo con sentido.
“Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que crean en el que él ha enviado” (Juan 6:28-29). Kevin y Patty comenzaron a creer en Él para la salvación. Luego, en agradecimiento por eso, ellos creen en Él por la obra que están haciendo.
Como creyentes, todos estamos en un ministerio. Pueda que usted no sea llamado para dejarlo todo y convertirse en misionero en una tierra lejana, pero igualmente usted puede ser el mejor en todo el mundo con tan solo darle consuelo a un vecino o a un compañero en el trabajo. Para poder encontrar qué clase de trabajo con sentido tiene el Señor para usted, intente hacer del último versículo del Salmo 90 su oración. “Sea la luz del Señor nuestro Dios sobre nosotros, y la obra de nuestras manos confirma sobre nosotros; sí, la obra de nuestras manos confirma”.