Salmo 95

Vengan, aclamemos alegremente a Jehová; cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación. Lleguemos ante su presencia con alabanza; aclamémosle con cánticos. Porque Jehová es Dios grande, y Rey grande sobre todos los dioses. Porque en su mano están las profundidades de la tierra, y las alturas de los montes son suyas. Suyo también el mar, pues él lo hizo; y sus manos formaron la tierra seca.

Vengan, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor. Porque él es nuestro Dios; nosotros el pueblo de su prado, y ovejas de su mano.

Si ustedes oyeran hoy su voz, No endurezcan su corazón, como en Meriba, como en el día de Masah en el desierto, Donde me tentaron los padres de ustedes, me probaron, y vieron mis obras. Cuarenta años estuve disgustado con la nación, y dije: Pueblo es que divaga de corazón, y no han conocido mis caminos. Por tanto, juré en mi furor que no entrarían en mi reposo.

Una de las mayores razones para alabar al Señor es que Él estuvo de acuerdo en ser nuestro Dios. Eso es algo en lo que debemos meditar; Él no tenía porqué hacerlo. Nosotros no tenemos absolutamente nada que Él pueda necesitar. No nos debe ningún favor, ni ninguna obligación tiene pendiente que lo comprometa con nosotros. A Él no le hace falta nada que nosotros podamos suplirle y el apartarnos de Él no lo reducirá de categoría. Él todo lo hizo por amor.

Cuando Dios le dio a Moisés las cuatro promesas que son un memorial en las Cuatro Copas de la Pascua, Él dijo, “Por tanto, dirás a los hijos de Israel: Yo soy JEHOVÁ; y yo los sacaré de debajo de las tareas pesadas de Egipto, y los libraré de su servidumbre, y los redimiré con brazo extendido, y con juicios grandes; y los tomaré por mi pueblo y seré el Dios de ustedes; y ustedes sabrán que yo soy Jehová su Dios, que los sacó de debajo de las tareas pesadas de Egipto” (Éxodo 6:6-7).

Jesús le hizo promesas similares a Su Iglesia. En el Sermón del Monte Él nos dijo que no nos preocupáramos por lo que comeríamos o beberíamos, prometiéndonos que si buscamos Su reino, Él nos dará todas esas cosas también. Jesús nos estaba liberando del yugo del mundo.

Cuando Jesús fue a la cruz, Él nos liberó de nuestra esclavitud al pecado. Cuando Él salió de la tumba, demostró que nos había redimido a la vida por medio de un poderoso acto de juicio contra la muerte.

Cuando Jesús dijo que pidiéramos y así recibiríamos, que buscáramos y así encontraríamos, que tocáramos y así la puerta se abriría, Él estaba accediendo en tomarnos como Su propio pueblo y ser el Dios de todos los que le buscan.

Eso significa mucho más que solamente perdonar nuestros pecados. Significa que Él estaba de acuerdo en aceptar la responsabilidad de llenar nuestras necesidades durante esta vida y garantizarnos un lugar en Su Reino en la próxima vida. Significa que a donde sea que vayamos o cualquier cosa que hagamos, Él estará allí con nosotros, para protegernos de cualquier peligro, velando para beneficiarnos y derramando una dosis generosa de bendiciones en todo el camino. Y no solamente ahora o entonces, o cuando a Él le parezca bien o le sea conveniente, sino que siempre lo hará y por toda la eternidad.

Si usted ha confiado en Jesús para su salvación, pero no le ha entregado completamente su vida a Él, usted se está perdiendo de una gran parte de la bendición que le ha prometido. “porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios” (2 Corintios 1:20).

Vengan, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor. Porque él es nuestro Dios; nosotros el pueblo de su prado, y ovejas de su mano.

 

 

Traducido por Walter Reiche-Berger

walterre@racsa.co.cr