Jueves, 3 de abril de 2014
Un Comentario Por Jack Kelley
Quienes predican el Evangelio de la Prosperidad están en lo correcto cuando dicen que el Señor quería que viviéramos una vida abundante. El problema es que quienes enseñan eso han malinterpretado los motivos que el Señor tenía cuando hizo esas promesas al punto de que a pesar de que estas personas están llenas de riquezas materiales, sus seguidores se encuentran en el segundo lugar más bajo entre todos los cristianos norteamericanos con respecto a sus ingresos. (Fuente: Pew Forum on Religion & Public Life 2—Foro Pew sobre Religión y Vida Pública 2). El Señor quería que todos tuviéramos una seguridad financiera para que pudiéramos ser generosos sin defecto, pero no para amasar fortunas personales a expensas de los demás.
Pero esa es una historia para otro día. Nuestro tópico de hoy es cómo es que eso debió de haber sido. A pesar de la evidencia actual al contrario, el Señor siempre tuvo la intención de que nuestras vidas fueran mucho mejor que las del mundo pagano/secular. Les mostraré lo que quiero decir. Seguidamente menciono algunas de las cosas que Dios le dijo a Moisés para que les dijera a los israelitas cuando los estaba preparando para su vida en la Tierra Prometida.
“Y por haber oído estos decretos y haberlos guardado y puesto por obra, el SEÑOR tu Dios guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres. Y te amará, te bendecirá y te multiplicará, y bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu grano, tu mosto, tu aceite, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas, en la tierra que juró a tus padres que te daría. Bendito serás más que todos los pueblos; no habrá en ti varón ni hembra estéril, ni en tus ganados. Y el SEÑOR quitará de ti toda enfermedad; y todas las malas plagas de Egipto, que tú conoces, no las pondrá sobre ti, antes las pondrá sobre todos los que te aborrecieren” (Deuteronomio 7:12-15).
Sus cosechas nunca les faltarían y siempre serían abundantes. Sus crías y sus rebaños aumentarían en número estación tras estación. Cada matrimonio produciría hijos e hijas felices y sanos. No habría enfermedades. En términos modernos, esto significa seguridad en el trabajo y una riqueza creciente para el hogar, además de ser bendecidos con excelentes hijos e hijas y con buena salud. En resumen, ellos vivirían unas vidas largas y felices, seguros en las bendiciones del Señor.
“Y comerás y te saciarás, y bendecirás al SEÑOR tu Dios por la buena tierra que te habrá dado. Cuídate de no olvidarte del SEÑOR tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy” (Deuteronomio 8:10-11).
Él también les advirtió de nunca olvidar cuál es la fuente de su prosperidad,
“Y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza. Sino acuérdate del SEÑOR tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día” (Deuteronomio 8:17-18).
Y que tampoco cometieran el error de creer que ellos eran los que habían producido su propio éxito. No debía haber personas hechas por sí mismas en Israel. Él los bendeciría sin medida alguna, pero Él quería que le dieran el crédito por ello.
“Cada siete años cancelarás las deudas. Y esta es la manera cómo lo harás: Perdonará a su deudor todo aquel que hizo empréstito de su mano, con el cual obligó a su prójimo; no lo demandará más a su prójimo, o a su hermano, porque es pregonada la remisión del SEÑOR” (Deuteronomio 15:1-2).
Si alguna persona estaba pasando por tiempos difíciles y debía pedir dinero prestado, cualquier saldo pendiente después de siete años debía ser perdonado. (A propósito, según Deuteronomio 23:19, también era prohibido que un prestamista cobrara intereses sobre el préstamo.) No había deudas a largo plazo. Y una vez que en cada generación no solamente todas las deudas eran perdonadas, sino también cualquier persona que se había vendido en esclavitud para poder pagar sus deudas, era liberada, y cualquier propiedad que había tenido que vender, era devuelta. No había ningún incentivo para la formación de imperios de riqueza o para el enriquecimiento de uno a expensas de los menos afortunados (Levítico 25:8-55)
“Para que así no haya en medio de ti mendigo; porque el SEÑOR te bendecirá con abundancia en la tierra que el SEÑOR tu Dios te da por heredad para que la tomes en posesión, si escucharas fielmente la voz del SEÑOR tu Dios, para guardar y cumplir todos estos mandamientos que yo te ordeno hoy” (Deuteronomio 15:4-5).
El tener que pedir prestado debido a los tiempos difíciles debió de haber sido una situación inexistente. El Señor les prometió una prosperidad ininterrumpida a cambio de su obediencia.
“Cuando haya en medio de ti menesteroso de alguno de tus hermanos en alguna de tus ciudades, en la tierra que el SEÑOR tu Dios te da, no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano contra tu hermano pobre, sino abrirás a él tu mano liberalmente, y en efecto le prestarás lo que necesite… Sin falta le darás, y no serás de mezquino corazón cuando le des; porque por ello te bendecirá el SEÑOR tu Dios en todos tus hechos, y en todo lo que emprendas” (Deuteronomio 15:7-8, 10).
Él quería que ellos demostraran su generosidad los unos a los otros motivados en la gratitud por la generosidad que el Señor les había demostrado.
Durante los reinados de David y de Salomón, estas promesas vieron su realidad de una forma nunca antes vista sobre la Tierra. Israel fue bendecido con un nivel de vida que era la envidia de todas las naciones. Especialmente durante el reinado de Salomón, Israel era la nación más saludable, rica, y feliz de la Tierra.
Eso era entonces, esto es ahora
Posiblemente usted está pensando que eso era así en los tiempos del Antiguo Testamento. Pero antes de que usted diga que esas promesas eran solamente para Israel, piénselo bien. Les mostraré que todas estas promesas se repiten en el Nuevo Testamento, solamente que ahora han sido redirigidas hacia la Iglesia. Los cristianos norteamericanos necesitan recordar lo siguiente. Los Estados Unidos no se convirtió en la nación más rica de la Tierra porque el Señor prometió bendecir esta nación como lo hizo con Israel. No existe absolutamente nada en las Escrituras que sustente ese punto de vista. Los Estados Unidos se hizo rico debido a la libertad para buscar la religión cristiana sin ninguna intervención del gobierno (separación entre Iglesia y Estado) lo cual atrajo tantos cristianos llenos de fe a sus costas que, para todos los propósitos prácticos, los Estados Unidos se volvió el centro de operaciones de la Iglesia en la Tierra. Y como Él lo había prometido, bendijo a todos estos creyentes. Fue lo que llegó a conocerse como la ética de la obra protestante lo que produjo la riqueza de los Estados Unidos más allá de cualquier expectativa de una persona promedio no estadounidense.
Aun un rápido estudio de la historia de los EE.UU. nos enseña que, con muy pocas excepciones, su gobierno siempre ha sido corrupto, las grandes empresas siempre se han aprovechado del ciudadano pequeño, y siempre ha existido un grupo de élite acechando en las sombras, que se ha enriquecido con el sudor de la gente común y corriente. Muchos de los fundadores de la nación eran deístas. Eso quiere decir que creían en Dios, pero rechazaban la noción de que Él alguna vez podía involucrarse en los asuntos humanos. A pesar de su alabanza de labios, nunca esperaron que Dios bendijera a los EE.UU. porque los deístas no creen que Dios pueda bendecir a alguna nación. Ellos piensan que Él solamente está observando Su creación desde lejos. Fue la Iglesia la que empezó a pensar de sí misma como el Nuevo Israel, y no el gobierno, (y ciertamente tampoco Dios). Lo que hicieron los políticos fue adular esa falsa doctrina, empañando la diferencia entre la religión y el patriotismo con el objeto de poder ser reelegidos.
El deterioro de los EE.UU. empezó cuando la separación entre Iglesia y Estado fue re-interpretada para significar que el gobierno no podía hacer nada que fuera percibido como el favorecer a una religión sobre otra. Habiéndose divorciado de la Iglesia, los Estados Unidos ya no tenía ningún derecho a las bendiciones que había recibido a causa de la Iglesia. Al haber tomado el control filosófico del gobierno, los incrédulos tuvieron éxito al matar la gallina de los huevos de oro de los EE.UU., y en el lapso de aproximadamente una generación, los EE.UU. pasó de ser del país que más le prestaba al mundo al mayor deudor. Ha sido un sorprendente revés a la fortuna.
Pero eso no quiere decir que las promesas de Dios a la Iglesia se anularon. La Palabra de Dios no puede ser rota por las acciones de un gobierno corrupto. Considere estas promesas:
“No se afanen, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero su Padre celestial sabe que ustedes tienen necesidad de todas estas cosas. Pero busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas. Así que, no se afanen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal” (Mateo 6:31-34).
Este es el equivalente en el Nuevo Testamento a las promesas en Deuteronomio 7:12-15. La diferencia estriba en que no fue hecha a una nación específica, como en el Antiguo Testamento, sino que fue hecha a la Iglesia. Y la condición no es la obediencia, sino la fe. Cuando buscamos la justicia que se nos impone por la fe, y nos enfocamos en el Reino venidero en donde se encuentra nuestra verdadera ciudadanía, el Señor ha prometido suplirnos de todas nuestras necesidades terrenales.
“No se hagan tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones se meten y hurtan; sino háganse tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no se meten ni hurtan. Porque donde esté el tesoro de ustedes, allí estará también su corazón” (Mateo 6:19-21).
Son tantos los cristianos que viven vidas que no se distinguen de la de sus vecinos mundanos porque más del 90% de los cristianos tienen un punto de vista secular del mundo. Igual a sus vecinos incrédulos están guardando tesoros en la tierra en donde la polilla y la herrumbre de la inflación y de los intereses destruyen, y los ladrones del gobierno y de los bancos penetran y roban.
“No juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados. Den, y se les dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en el regazo de ustedes; porque con la misma medida con que ustedes miden, se les volverá a medir” (Lucas 6:37-38).
Una vez más, el centro de esto es la persona individual. En lugar del esfuerzo polarizador (y generalmente inútil) para obligar a los incrédulos a vivir según nuestros estándares y condenarlos al infierno cuando no lo hacen, cada uno de nosotros puede seguir estas advertencias sin importar de cuál país o vecindario pertenece nuestro vecino. Si nosotros no juzgamos a los demás por sus pecados, no seremos juzgados por los nuestros. Si no los condenamos no seremos condenados. Si perdonamos a los pecan en contra nuestra, seremos perdonados por nuestros pecados en contra de Dios. Y aun si el mundo entero se va al infierno dentro de un canasto, nuestra generosidad hacia los demás será igualada por la generosidad de Dios hacia nosotros.
Por favor recuerden que estas advertencias fueron emitidas con un sentido de relación no uno de juicio. Somos salvos por gracia debido a nuestra fe, pero el que permanezcamos en comunión con Dios o no, requiere que seamos misericordiosos con los demás de la misma manera como Él ha sido misericordioso con nosotros (Mateo 18:23-35).
“Regocíjense en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocíjense! Que la gentileza de ustedes sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estén afanosos, sino sean conocidas sus peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará los corazones de ustedes y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:4-7)
La ciudad de Filipos era una colonia romana poblada en su mayoría por los antiguos miembros del ejército a quienes se les había dado una parcela de tierra allí en pago por sus servicios. Estaban orgullosos de su ciudadanía romana, amaban ser romanos, y no toleraban ninguna amenaza que pudiera interrumpir su estatus quo. Ellos miraban a la Iglesia como una amenaza, y por esa razón es que los creyentes eran perseguidos. Muchos de ellos perdieron sus trabajos y muchos no fueron aceptados por toda la comunidad y les fueron anulados sus derechos de poder adorar en paz. En medio de todo esto, Pablo, también encarcelado por su fe, los exhortó a mantener una actitud de regocijo frente a la persecución, efectivamente diciendo que nada de eso le prevenía a Dios el suplirles sus necesidades (Filipenses 4:19).
Entonces, muchas personas me preguntan en estos días cuán peor se pueden poner las cosas antes del Rapto. Algunas de ellas me envían informes sobre campos de concentración que están siendo construidos para encerrar a los cristianos y a otros “terroristas” potenciales, y sobre una división especial del ejército estadounidense que está siendo entrenada para usarla en contra de la población civil en caso de que haya protestas públicas en contra del gobierno. Otras piensan si deben empezar a almacenar alimentos para protegerse de una escasez futura. Y aun otras advierten sobre un día en que los bancos pondrán en práctica un estilo de Gran Depresión que puede negarle el acceso a sus cuentas durante semanas o meses, perjudicando así la economía.
Mi respuesta es que el paralelo entre la Iglesia de Filipos de ese entonces, y la Iglesia en el mundo de hoy día, es obvio. Como ellos, nuestro destino no depende del favor de ningún gobierno humano, sino sobre las promesas inmutables de Dios. Debemos estar gozosos en nuestra salvación, orar por todo, no temerle a nada, y dar gracias en todo. Solamente esto nos dará la paz.
“Pues ustedes no han recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que han recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15). Nosotros somos hijos del Dios Altísimo, Creador del Cielo y de la Tierra. “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32). Estos temores nacen de nuestra humanidad, no de nuestra espiritualidad.
Si ustedes quieren seguir una estrategia para los días venideros, intenten lo siguiente.
“Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará… porque Dios ama al dador alegre… Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará la siembra, y aumentará los frutos de la justicia de ustedes, para que estén enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios” (2 Corintios 9:6, 7-10, 11).
Como pueden ver de Deuteronomio 8:17-18, es Dios quien ha suministrado la semilla. Entre el círculo de conocidos que ustedes tienen siempre habrá alguien que tiene alguna necesidad. Siembre generosamente para ayudar en esa necesidad y así usted cosechará de acuerdo a eso. Primero tendrá el gozo que viene al dar, seguido de un incremento en su bodega de semillas. En realidad, usted va a encontrar que al final terminará con más de lo que usted tenía al principio. Luego, usted se dará cuenta que ha iniciado una reacción en cadena. Mientras usted permanezca sembrando la semilla el Señor estará aumentando el suministro para que usted pueda sembrar más. Esto es lo que significa ser hechos ricos en todas las formas para que podamos ser generosos en todas las ocasiones. Y como un bono especial, cada vez que usted siembre va a estar guardando un tesoro en el Cielo el cual nunca podrá ser devaluado. Estos son mis pensamientos. 04/07/09.