Miércoles, 22 de abril de 2015
Un estudio bíblico por Jack Kelley
“Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús. Así que, ¡escuchen los perfectos! Todos debemos tener este modo de pensar. Y si en algo piensan de forma diferente, Dios les hará ver esto también. En todo caso, vivamos de acuerdo con lo que ya hemos alcanzado” (Filipenses 3:13-16).
Después que somos salvos, tenemos la oportunidad de ganar recompensas, o coronas, las cuales nos serán presentadas inmediatamente después del Rapto (1 Corintios 4:5). El mismo Jesús es quien hará la presentación en lo que será la mayor ceremonia de premiación jamás vista en la historia de la humanidad.
Esta ceremonia de premiación algunas veces se le llama el juicio ante el Tribunal de Cristo, (o Trono Bema) debido a la similitud con la palabra griega para juicio. En las antiguas olimpíadas, los jueces les otorgaban coronas de hiedra (llamadas stéfanos) a los ganadores de los diferentes eventos, en el “Trono Bema”, o estrado de los jueces, de la misma forma como se hace hoy día.
El Nuevo Testamento enumera cinco categorías en las que se les otorgarán coronas a las personas creyentes calificadas.
Estas coronas se identifican como la Corona Eterna (de la Victoria) en 1 Corintios 9:25, la Corona del Ganador de Almas en Filipenses 4:1 y 1 Tesalonicenses 2:19, la Corona de Justicia en 2 Timoteo 4:8, la Corona de Vida en Santiago 1:12 y Apocalipsis 2:10, y la Corona de Gloria en 1 Pedro 5:4.
La Corona Eterna (La Corona de la Victoria)
“¿No saben que en una carrera todos los corredores compiten, pero sólo uno obtiene el premio? Corran, pues, de tal modo que lo obtengan. Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre. Así que yo no corro como quien no tiene meta; no lucho como quien da golpes al aire. Más bien, golpeo mi cuerpo y lo domino, no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo quede descalificado” (1 Corintios 9:24-27).
Este pasaje define con mayor claridad el contexto dentro del cual las coronas son otorgadas, por eso es mejor verlo de primero. La Biblia dice más sobre la Corona de Victoria porque es la que cada creyente puede ganar. Pablo utilizó la analogía del deporte para ayudarnos a entender las reglas de la victoria, con el objeto de no confundirnos en cómo eso funciona.
Como en los eventos de las olimpíadas, para ganar las coronas de victoria se requiere que los competidores primero califiquen y luego compitan. Para nosotros, calificar significa ser salvos, porque este es un evento solamente para personas creyentes. Luego pasamos a un “entrenamiento estricto” con el objeto de aumentar nuestras oportunidades para la victoria. Los atletas olímpicos no están satisfechos con solamente calificar para los juegos. Ellos quieren ganar el evento por el que calificaron. De la misma manera ninguna persona cristiana debe de quedar satisfecha con solamente ser salva, aun si eso significa ganar la vida eterna. Eso es solamente el principio. También debemos querer ganar coronas. Al ir por esa corona, no estamos compitiendo unos contra otros, sino contra nuestro antiguo yo, llamado también “la carne”.
Lograr la victoria significa sepultar la carne; quitarnos de encima nuestros deseos egoístas, nuestros malos hábitos y actitudes, así como cualquier otro comportamiento que avergüence al Señor. Uno de los lugares en los que la Biblia tiene mucho que decir para poder ganar esta corona se encuentra en Efesios 4—6. De hecho en cada una de las cartas a la Iglesia, Pablo nos exhorta a competir por esta corona en agradecimiento por lo que se nos ha dado. Ganarle la batalla a la carne es lo mejor que podemos hacer para mostrarle al Señor lo agradecidos que estamos por habernos salvado.
Y como en todos los eventos de una competencia, no hay ningún castigo por perder, solamente hay un premio por ganar. Y el fracaso de no ganar no significa que renunciamos a los premios ganados en otras competencias. Pero tenemos que ganar legítimamente (2 Timoteo 2:5) y más que cualquier otra cosa, nuestra actitud debe de ser la correcta. Cualquier pensamiento de reconocimiento o de ganancia personal, o aun tratar de ganar puntos con el Señor, nos descalifica. El único motivo aceptado es para darle la gloria al Señor (1 Corintios 3:12-15; 4:1-5).
Si estamos en Cristo somos una nuevas criaturas a Sus ojos (2 Corintios 5:17). Ahora estamos en el entrenamiento de la realeza. Nuestro reto es vivir en lo que nos hemos convertido actuando como quienes somos en Cristo. Todas aquellas personas que lo logren recibirán la Corona de la Victoria.
La Corona de quien gana almas
Por lo tanto, queridos hermanos míos, a quienes amo y extraño mucho, ustedes que son mi alegría y mi corona, manténganse así firmes en el Señor (Filipenses 4:1). En resumidas cuentas, ¿cuál es nuestra esperanza, alegría o motivo de orgullo delante de nuestro Señor Jesús para cuando él venga? ¿Quién más sino ustedes? Sí, ustedes son nuestro orgullo y alegría (1 Tesalonicenses 2:19-20).
Pablo era más feliz cuando pensaba que todas las personas que habían llegado a Cristo lo habían hecho a través de sus enseñanzas, escritos y por la siembra de iglesias. Y la cosecha de sus obras no ha disminuido en toda la Era de la Iglesia. Ya que no está estipulado ningún número como calificador, no debemos ser intimidados por los incomparables resultados de Pablo. Solamente tenemos que hacer lo mejor de cada oportunidad que el Señor nos presenta en nuestro camino. Y recuerden, aquí somos juzgados por nuestros esfuerzos, no por nuestros resultados. Cada persona tiene la responsabilidad de hacer su propia elección con respecto a la salvación. Por eso no debemos ser argumentativos o coercitivos, ni manipuladores, solamente tenemos que hacer una presentación clara y concisa del Evangelio y después orar para que el mismo sea recibido. Este es el modelo que Pablo estableció para nosotros.
La Corona de Justicia
Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida (2 Timoteo 4:8).
Ya que nuestra justicia se deriva de nuestra fe, esta corona no es para aquellas personas cuyas vidas han sido de lo más puras. Nadie puede ser más puro que Dios, cuya justicia es la que nos ha sido impuesta por fe. Cuando añoramos la venida del Señor estamos demostrando nuestra creencia de que Él viene por nosotros. No nos da temor de que no demos la talla sino que estamos absolutamente ciertos de que cuando Él venga por Su Iglesia nosotros estaremos entre los que Él se lleva.
Una persona que depende de la justicia de sus propias obras solamente puede sentir arrogancia o temor, no añoranza. Algunas personas son tan arrogantes como para creer que se merecen la entrada al cielo debido a su vida ejemplar. Su orgullo las mantiene alejadas de añorar al Señor porque obtienen mucha satisfacción al sentirse superiores. Son como los fariseos quienes miraron al Señor directamente a los ojos pero prefirieron depender de sus propias obras en vez de Su gracia.
Otras personas viven atemorizadas de que serán rechazadas en el último momento por algún fracaso que han olvidado. Ellas no añoran al Señor porque están muertas de miedo de ser rechazadas.
Solamente las personas que dependen exclusivamente en la Gracia de Dios pueden añorar al Señor. Puesto que saben que nunca darán la talla, lo que añoran es el día en que nunca fracasarán.
La Corona de Vida
Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman (Santiago 1:12). No tengas miedo de lo que estás por sufrir. Te advierto que a algunos de ustedes el diablo los meterá en la cárcel para ponerlos a prueba, y sufrirán persecución durante diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida (Apocalipsis 2:10).
Esta corona es para las personas creyentes que se han enfrentado a la persecución y han sufrido por el Señor, aun hasta la muerte. Nosotros estamos familiarizados con las pruebas y las tribulaciones de los creyentes de los primeros dos siglos de esta era, pero aun en nuestro tiempo cientos de personas creyentes mueren por su fe todos los días y muchos miles más están siendo sacados de sus casas, encarcelados, u obligados a vivir atemorizados de perder sus vidas. Todas estas personas ganarán la Corona de Vida.
La Corona de Gloria
A los ancianos que están entre ustedes, yo, que soy anciano como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe con ellos de la gloria que se ha de revelar, les ruego esto: cuiden como pastores el rebaño de Dios que está a su cargo, no por obligación ni por ambición de dinero, sino con afán de servir, como Dios quiere. No sean tiranos con los que están a su cuidado, sino sean ejemplos para el rebaño. Así, cuando aparezca el Pastor supremo, ustedes recibirán la inmarcesible corona de gloria (1 Pedro 5:1-4).
Solamente aquellas personas que han sido llamadas a ejercer un ministerio califican para esta corona. Los requisitos son muy claros, y muchos pastores fieles al rebaño del Señor finalmente tendrán el reconocimiento que tanto se merecen. Pero los que se han enseñoreado sobre las personas creyentes que se les confiaron, o que les han puesto pesados yugos de legalismo sobre sus cuellos, serán obligados a hacerse a un lado y ver al Señor recompensar a aquellos que han permanecido fieles a Su Palabra.
Estas son cinco coronas enumeradas en el Nuevo Testamento. Algunos de nosotros recibiremos las cinco, pero todos nosotros podemos calificar para recibir por lo menos una de ellas. Y como lo mencioné anteriormente, no hay nada que nosotros podamos hacer para darle mayor placer al Señor que el desear tener una de estas coronas. Y después de todo lo que Él ha hecho por nosotros, esto no es pedir mucho, ¿verdad?
Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Romanos 12:1). Selah. 26/05/2007.