La Epístola a los Hebreos, Parte 2 — Hebreos Capítulo 2:5-18

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19 de junio de 2019

Un estudio bíblico por Jack Kelley

Parte 2 de 9

En nuestro estudio anterior vimos cómo el autor anónimo dio pruebas que Jesús es superior a los ángeles, así como Su nombre (el Hijo de Dios) es mayor que el de ellos (hijos de Dios). El Hijo de Dios es la representación exacta de Su ser, Su profeta para los últimos días, el único proveedor de nuestra purificación, y cuando terminó Su obra, se sentó a la derecha de la Majestad. Ahora veremos que en el proceso Él descendió más abajo que los ángeles por un corto período de tiempo, para convertirse en un hombre y así poder salvar a la humanidad. Entonces, empecemos.

Jesús hecho como Sus hermanos

Dios no puso el mundo venidero, del cual estamos hablando, bajo la autoridad de los ángeles. Como alguien testificó en cierto lugar: «¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que lo tengas en cuenta? Lo hiciste un poco menor que los ángeles; lo coronaste de gloria y de honra [autoridad], y lo pusiste sobre las obras de tus manos; todo lo sujetaste debajo de sus pies.» [Sal 8:4-6]. Así que, si Dios puso todas las cosas debajo de sus pies, entonces no dejó nada que no esté sujeto a él. Sin embargo, todavía no vemos que todas las cosas le estén sujetas. Lo que sí vemos es que Jesús, que fue hecho un poco menor que los ángeles, está coronado de gloria y de honra, a causa de la muerte que sufrió. Dios, en su bondad, quiso que Jesús experimentara la muerte para el bien de todos” (Hebreos 2:5-9).

Tanto aquí como en el Salmo 8 la frase “un poco menor”, también se traduce como “por un poco tiempo”. Jesús quien como el Hijo de Dios es superior a los ángeles y de hecho los creó, de manera temporal descendió a la jerarquía de la creación a un lugar más abajo que el de ellos, para convertirse en el Hijo del Hombre.

Porque convenía que Dios, por quien todas las cosas existen y subsisten, perfeccionara mediante el sufrimiento al autor de la salvación de ellos, a fin de llevar muchos hijos a la gloria. Porque el mismo origen tienen tanto el que santifica como los que son santificados. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos cuando dice: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos, Y en medio de la congregación te alabaré.» Y en otra parte: «Yo confiaré en él.» (Isaías 8:17). Y una vez más: «Aquí estoy, con los hijos que Dios me dio.» (Isaías 8:18). (Hebreos 2:10-13)

A nosotros, los hijos del Padre, se nos ha dado el Hijo para que podamos ser sus hermanos y hermanas. Romanos 8:29 nos dice que desde la perspectiva de Dios hemos sido confirmados a la semejanza de Su Hijo para que podamos ser los primeros nacidos entre muchos hermanos. Y Pablo también escribió:

Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto ustedes son hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo (Gálatas 4:4-7).

En las culturas griega y romana, los hijos no eran herederos automáticos de las propiedades de su padre. Cuando llegaban al momento de la madurez cuando ya podían entender de lo que se trataba, usualmente entre los 14 y 18 años, pasaban por un proceso de adopción formal en el cual recibían “todos los derechos como hijos”, calificándolos para poder heredar las propiedades de su padre. Hasta ese momento, a pesar de que eran descendientes biológicos de sus padres, no tenían ninguna posición legal mayor que la de los esclavos de la casa. Por medio del sacrificio expiatorio del Señor, se nos ha dado la calidad de “los derechos totales como hijos” en la familia de nuestro Padre. Ya no somos más esclavos del pecado, y no solamente hemos sido perdonados, sino que también hemos sido hechos herederos con Cristo de toda la eternidad.

Así como los hijos eran de carne y hueso, también él era de carne y hueso, para que por medio de la muerte destruyera al que tenía el dominio sobre la muerte, es decir, al diablo, y de esa manera librara a todos los que, por temor a la muerte, toda su vida habían estado sometidos a esclavitud. Ciertamente él no vino para ayudar a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham. Por eso le era necesario ser semejante a sus hermanos en todo: para que llegara a ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiara los pecados del pueblo. Puesto que él mismo sufrió la tentación, es poderoso para ayudar a los que son tentados” (Hebreos 2:14-18).

Dios no hizo a Su Hijo como un ángel para salvar a los ángeles, sino en un hombre para salvar a la humanidad, ser nuestro Sumo Sacerdote, nuestro sacrificio expiatorio, y nuestro mediador ante Dios. Cuando Adán pecó, perdió su inmortalidad y su herencia, y todos sus hijos fueron hechos esclavos de Satanás. Sin un redentor el hombre estaba perdido y sin esperanza, siéndole imposible salvarse a sí mismo. Dios tenía el precio de la redención y el deseo de pagarlo, pero según Sus propias leyes, solamente un hombre, el pariente cercano de Adán, podía salvarnos (Levítico 25:25, 47-48). Pero estando esclavizados ellos mismos al pecado, nadie en la familia humana podía hacerlo. Y así fue como Dios se convirtió en un hombre en la forma de Su propio Hijo y pagó el precio de nuestra redención con Su propia vida. Pero Él no solamente nos salvó a nosotros. Cuando ascendió de vuelta a la jerarquía de Su legítima posición en el trono de la creación, Él nos tomó consigo, más allá de los ángeles, para ser hijos e hijas de Dios y coherederos con Él, sentándonos a Su lado en el ámbito celestial (Re.: Efesios 2:6).

Hebreos Capítulo 3

Jesús Es Superior a Moisés

Por lo tanto, hermanos santos, que tienen parte del llamamiento celestial, consideren a Cristo Jesús, el apóstol y sumo sacerdote de la fe que profesamos. Él es fiel al que lo constituyó, como lo fue también Moisés en toda la casa de Dios. Pero a Jesús se le ha concedido más honor que a Moisés, así como al que hace una casa se le rinde más honor que a la casa misma. Porque toda casa es hecha por alguien, pero el que hizo todas las cosas es Dios. Como siervo, Moisés fue fiel en toda la casa de Dios, para dar testimonio de lo que se iba a decir. Cristo, en cambio, como hijo es fiel sobre su casa, que somos nosotros, si mantenemos la confianza firme hasta el fin y nos gloriamos en la esperanza” (Hebreos 3:1-6).

Aquí los destinatarios de la carta son descritos como creyentes vueltos a nacer, y se les dice que su ancestro más reverenciado, Moisés, ha sido sobrepasado por Jesús. Como el apóstol Juan escribiría, “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17). La superioridad del Hijo sobre el siervo demuestra la superioridad del Nuevo Pacto sobre el Antiguo. Aquellas personas que han sido entrenadas desde su nacimiento a depender del Antiguo Pacto ahora deben de tener la valentía y la esperanza de aferrarse al Nuevo.

Advertencia Sobre La Incredulidad

Por eso, como dice el Espíritu Santo: «Si ustedes oyen hoy su voz, no endurezcan su corazón, como lo hicieron en el desierto, en el día de la tentación, cuando me provocaron. Allí los antepasados de ustedes me tentaron, me pusieron a prueba, aun cuando durante cuarenta años habían visto mis obras. Por eso me disgusté contra ellos, y dije: “Su corazón siempre divaga; no han reconocido mis caminos.” Por eso, en mi furor juré: “No entrarán en mi reposo.”» [Salmo 95:7-11]

Hermanos, cuiden de que no haya entre ustedes ningún corazón pecaminoso e incrédulo, que los lleve a apartarse del Dios vivo. Más bien, anímense unos a otros día tras día, mientras se diga «Hoy», para que el engaño del pecado no endurezca a nadie. Nosotros hemos llegado a participar de Cristo, siempre y cuando retengamos firme hasta el fin la confianza que tuvimos al principio. Como ya se ha dicho: «Si ustedes oyen hoy su voz, No endurezcan su corazón, como cuando me provocaron.» [Salmo 95:7-8]

¿Y quiénes fueron los que lo provocaron, aun después de haberlo oído? ¿No fueron acaso todos los que salieron de Egipto por mediación de Moisés? ¿Y con quiénes estuvo él disgustado durante cuarenta años? ¿No fue acaso con los que pecaron, cuyos cadáveres quedaron tendidos en el desierto? ¿Y a quiénes les juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Como podemos ver, no pudieron entrar por causa de su incredulidad” (Hebreos 3:7-19).

Esta es otra advertencia para no devolverse al sistema levítico. Después de haber sido liberados de la esclavitud en Egipto con brazo extendido y con juicios grandes (Éxodo 6:6), los israelitas se rebelaron cuando Dios les pidió que caminaran en fe a la Tierra Prometida y obtuvieran la victoria sobre sus moradores. “También vimos allí gigantes… y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos” (Números 13:33).

Debido a su incredulidad, Dios retiró Su poder y cuando intentaron tomar la tierra por su propia fuerza, fueron rotundamente derrotados (Números 14:41-45) y consignados a pasar la vida en el desierto.

Los israelitas que aceptaron la liberación de la atadura de la esclavitud en Egipto pero rehusaron entrar en la Tierra Prometida, son un modelo del creyente que ha aceptado la liberación de la atadura del pecado pero se rehúsa a caminar en victoria. Ambos han sido redimidos de la atadura y ambos han recibido la provisión de Dios, pero ambos están privados de Su poder y están condenados a pasar su vida en el desierto.

Sacrificios por el pecado

Un elemento central del sistema levítico era el sacrificio diario por el pecado. Cada cordero debía ser puesto sobre el altar para ser quemado toda la noche para cubrir los pecados que ellos podían cometer durante la noche. Al amanecer, ese cordero era reemplazado por otro que se quemaría durante todo el día para cubrir los pecados que pudieran cometer durante el día. Además de eso, los israelitas debían hacer un sacrificio personal por sus propios pecados. El no hacerlo los privaba de la bendición de Dios y eso producía Su ira sobre ellos.

Juan presentó a Jesús a Israel como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29). Él se estaba refiriendo al sacrificio diario por el pecado. La diferencia es que este Cordero solamente sería sacrificado una sola vez y para siempre. Con el establecimiento del Nuevo Pacto solamente tenemos que creer que Él murió por nosotros para que seamos salvos para toda la eternidad (Juan 3:16). Pero eso no hace que dejemos de pecar, y cada vez que lo hacemos debemos confesarlo para poder permanecer en comunión con Dios aquí y ahora (1 Juan 1:9). Ya no tenemos que preocuparnos más por la ira de Dios (Colosenses 1:20), pero si no confesamos nuestros pecados seremos privados de Su poder, de Su protección y de Su bendición. Es el Nuevo Pacto que reemplazó los sacrificios diarios.

De hecho, el escritor les advirtió a los creyentes hebreos que devolverse del Nuevo Pacto los dejaría tan débiles y sin poder sobre sus enemigos espirituales como lo estuvieron sus antepasados sobre los enemigos físicos luego de haberse devuelto de la Tierra Prometida. Eso demostraría su incredulidad en la suficiencia de la muerte del Señor para cubrir sus pecados. Eso no pondría en peligro su salvación, pero los alejaría de la comunión con Él. Mientras que aun se encuentran del lado correcto del perdón, estarían del lado equivocado del poder, atrapados en un desierto espiritual igual como sus antepasados estuvieron atrapados en uno físico. La confesión y el perdón por sus pecados son los únicos remedios aceptables para Él.

Y hoy día es lo mismo. ¿Cuántos creyentes viven una vida sin autoridad por sus pecados no confesados? Claro, aun son salvos, pero ¿en dónde está su victoria en la tierra y cuál será su recompensa en el cielo? Tienen vida sin salud, prueba sin triunfo, servicio sin éxito. Están del lado correcto de la Pascua pero del lado equivocado de Pentecostés. ¿Y Usted, en cuál lado está?