Las profecías de la muerte y resurrección del Señor

Miércoles 24 de marzo de 2021

Un estudio bíblico por Jack Kelley

Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; mira, tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna” (Zacarías 9:9).

Él entró en Jerusalén tal y como las profecías decían que lo haría y toda la ciudad se conmovió. Jerusalén se estaba llenando de peregrinos que llegaban para celebrar la Pascua y se unían a los residentes locales llenando la empinada calle que llevaba hacia la cima del Monte de los Olivos bajando al Jardín de Getsemaní y luego a través del valle de Cedrón hacia la puerta oriental del Templo. Todas esas personas tendieron sus mantos y ramas de palma en el camino, cantando,

Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en el nombre del SEÑOR; ¡Hosanna en las alturas!” (Salmo 118:25-26).

Este fue el único día en que Él les permitió hacer eso. Anteriormente siempre les dijo que se mantuvieran callados o había desaparecido de entre ellos. Pero ese día las cosas fueron distintas. Todas esas personas estaban cantando el Salmo reservado para la llegada del Mesías y cuando los fariseos le dijeron que los callara, Él rehusó hacerlo, diciéndoles que nadie podía detenerlos por hacer eso (Lucas 19:39-40). En este día Él estaba cumpliendo la profecía de Daniel 9 como también la de Zacarías 9.

Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas” (Daniel 9:25).

Un “siete” era un período de siete años. 7 sietes más 62 sietes son 69 sietes, o 483 años. El día en que Él entró en la ciudad eran exactamente 483 años desde que el rey persa Artajerjes había autorizado a Nehemías para ir a Jerusalén a reconstruirla (Nehemías 2:1-9). Cuando Jesús se acercó a la ciudad Él le dijo a la gente que Jerusalén sería destruida porque sus líderes no reconocieron el día de la visitación de Dios (Lucas 19:41-44).

Su llegada puso muy nerviosos a los líderes religiosos. Desde que Él había resucitado a Lázaro de los muertos ellos habían estado buscando una manera para matarlo (Juan 11:45-53) y ahora Él estaba allí, entre ellos. Ellos tenían que hacer algo rápidamente porque toda la gente hablaba de Él. En su desesperación acordaron dejar que uno de Sus seguidores le traicionara por dinero.

Aun el hombre de mi paz, en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, alzó contra mí el calcañar” (Salmo 41:9).

Jesús había reservado un aposento en el que Él y Sus discípulos celebrarían la Pascua, cuando Él identificó a Judas como Su traidor (Juan 13:26). Inmediatamente después Judas salió para completar su acto de traición. Él traería a los soldados al Huerto de Getsemaní en donde él sabía que Jesús se encontraría, y se los señalaría. Los otros discípulos permanecieron con el Señor y recibieron Su enseñanza sobre el Nuevo Pacto. Era un poco tiempo después del atardecer, así que el día acababa de empezar. Antes que terminara el día, Él sería arrestado, enjuiciado, condenado, sentenciado a muerte, ejecutado y sepultado. Y todo durante la Pascua.

Después de la cena entonaron un cántico. Según  la tradición era parte del Salmo 118.

La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo. De parte del SEÑOR es esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos. Este es el día que hizo el SEÑOR; nos gozaremos y alegraremos en él” (Salmo 118:22-24).

Es imposible poder imaginar cómo debe haberse sentido el Señor, sabiendo lo que le esperaba cuando Él cantó. Hebreos 12:2 dice que el gozo puesto delante de Él fue lo que le permitió sufrir la cruz. La fuente de ese gozo era el conocimiento de que Él nos estaba redimiendo al pagar el precio por el castigo de nuestros pecados. Se necesitó la vida de una persona sin pecado para rescatarnos de la muerte y Él consideró el resultado, el cual bien valía la pena por el precio que Él tuvo que pagar. Después del cántico salieron al Huerto de Getsemaní.

Un poco más tarde Judas llegó acompañado de los soldados para arrestarlo. Jesús los convenció de que solamente lo tomaran a Él y dejaran ir a los demás. Solamente Pedro y Juan lo siguieron mientras que los demás se dispersaron. Anteriormente Él había dicho que eso sucedería, citando Zacarías 13:7:

Levántate, oh espada, contra el pastor, y contra el hombre compañero mío, dice el SEÑOR Todopoderoso. Hiere al pastor, y serán dispersadas las ovejas”.

Cuando los principales sacerdotes hicieron su trato con Judas no se dieron cuenta de que estaban cumpliendo una profecía de Zacarías 11 con un destacado detalle.

Y les dije: Si les parece bien, denme mi salario; y si no, déjenlo. Y pesaron por mi salario treinta piezas de plata.

Y me dijo el SEÑOR: Échalo al tesoro; ¡hermoso precio con que me han apreciado! Y tomé las treinta piezas de plata, y las eché en la casa del SEÑOR al tesoro” (Zacarías 11:12-13).

El precio fue el mismo, el lugar de la transacción fue el mismo, aun el destinatario final fue el mismo. Después que Judas traicionó al Señor, se llenó de remordimiento. Devolvió el dinero arrojándoselo a los principales sacerdotes en el Templo (Mateo 27:5). Esto les causó un problema. Ellos no podían tomarlo de vuelta en el tesoro del Templo porque era dinero contaminado. Ya que ellos eran responsables de enterrar a cualquier extranjero que muriera en la ciudad, usaron ese dinero para comprar un campo que transformarían en un cementerio. El hombre a quien le compraron el campo era de profesión alfarero (Mateo 27:6-7).

Después de los juicios ante el Sumo Sacerdote y el Rey Herodes, Jesús fue condenado a muerte. Pero los judíos habían perdido la autoridad de la ejecución así que retuvieron a Jesús hasta que pudieran ver a Pilato por la mañana para oficializar la sentencia. Jesús pasó el resto de la noche solo en la oscuridad, encadenado en una mazmorra debajo de la residencia del Sumo Sacerdote.

Has alejado de mía a mis conocidos; me has puesto por abominación a ellos; encerrado estoy, y no puedo salir. Mis ojos enfermaron a causa de mi aflicción” (Salmo 88:8-9).

Cuando Pilato escuchó sus acusaciones se dio cuenta de que los cargos eran por motivos políticos y no eran legítimos. Decidió ver si azotando a Jesús los podía satisfacer y así lo envió para que fuera golpeado y azotado.

Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” (Isaías 53:4).

Los intentos de Pilato para salvar a Jesús fracasaron y después de que su oferta para liberarlo fue rechazada, él se lavó las manos sobre el asunto y lo envió para ser crucificado. Durante todo este tiempo, Jesús no protestó por Su inocencia ni ofreció ninguna clase de defensa. Él sabía que no moría por Sus crímenes, sino por los nuestros.

Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas el SEÑOR cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Isaías 53:5-7)

Hacia las nueve de la mañana Jesús había sido clavado a la cruz y dejado a morir la muerte más agónica jamás ideada por el hombre. Le ofrecieron un poco de vinagre a beber para aliviarle el dolor, pero lo rechazó. Él les había dicho a Sus discípulos que no tomaría más del fruto de la vid hasta que Su Reino llegara.

Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre” (Salmo 69:21).

Él quedó colgado allí durante varias horas asfixiándose lentamente sin quejarse sobre el insoportable dolor, pero entonces algo ocurrió que cambió todo. Habiendo tomado sobre Sí todos los pecados de la humanidad, Él realmente se convirtió en la encarnación del pecado (2 Corintios 5:21). El Padre ya no podía soportar mirarlo y volvió el rostro. Cuando lo hizo quitó la luz del mundo, y al medio día, el día se volvió en noche.

Acontecerá en aquel día, dice Dios el SEÑOR, que haré que se ponga el sol a mediodía, y cubriré de tinieblas la tierra en el día claro” (Amós 8:9).

La separación de Su Padre era algo que Jesús nunca había sentido ni pudo haber anticipado, y siendo eso mucho peor que el dolor físico, Jesús finalmente clamó en angustia.

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Salmo 22:1).

El Salmo 22 escrito mil años antes, es una narración en primera persona de lo que se siente ser crucificado y contiene varios detalles específicos sobre el suplicio del Señor.

He sido derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntaron; mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar, y me has puesto en el polvo de la muerte. Porque perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos; horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos; entre tanto, ellos me miran y me observan. Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes” (Salmo 22:14-18).

Finalmente, después de pasar seis horas en un dolor consumidor el cual ninguno de nosotros experimentaremos jamás, Él murió. En el último acto de Su vida, Él pidió y recibió un poco de vinagre. Él hizo esto a sabiendas de que la obra que había hecho estaba completa. Las Escrituras habían sido cumplidas. Habiendo pagado el precio por nuestros pecados Él sabía que el Reino de Dios había llegado a la Tierra. El poco de vinagre que Él tomó es nuestra prueba de eso porque Él había jurado no tomar del fruto de la vid de nuevo hasta que el reino llegara. Luego dijo, “Todo se ha cumplido” y murió (Juan 19:28-30 NVI). El precio por todos los pecados de la humanidad había sido pagado totalmente. La luz volvió al mundo.

Unas pocas horas después, los principales sacerdotes le pidieron a Pilato que les permitiera a los soldados apresurar la muerte de los hombres que estaban siendo crucificados. A la puesta del sol el primer día de la Fiesta de los Panes Sin Levadura daría comienzo, siendo ese un Sabbath especial en el que no se podía hacer trabajo alguno (Éxodo 12:16). Lo que ellos querían es que esos hombres estuvieran muertos y fueran bajados de las cruces antes que empezara ese Sabbath. Puesto que la crucifixión es ultimadamente la muerte por asfixia, quebrándoles las piernas prevendría aun la poca respiración que pudiera quedarles y así morirían rápidamente. Cuando los soldados llegaron a Jesús Él ya estaba muerto por lo que no fue necesario quebrarle las piernas, sino que, con una lanza, le traspasaron el corazón.

“[El Cordero Pascual] se comerá en una casa, y no llevarás de aquella carne fuera de ella, ni quebrarás ningún hueso suyo” (Éxodo 12:46).

Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará el SEÑOR. El guarda todos sus huesos; ni uno de ellos será quebrantado” (Salmo 34:19-20).

Típicamente, a los hombres que eran crucificados se les negaba la sepultura. Sus cuerpos muertos simplemente eran tirados al basurero de la ciudad en donde los perros salvajes se los comían. Pero uno de los hombres ricos de la ciudad le pidió a Pilato el cuerpo de Jesús y lo puso en su propia tumba cerca del lugar de la crucifixión.

Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca” (Isaías 53:9).

Pero eso no fue el final. Tres días y tres noches después, antes que Su cuerpo empezara siquiera a descomponerse, Él se levantó de la tumba, total y eternamente vivo.

Porque no dejarás mi alma en la sepultura, ni permitirás que tu santo vea corrupción” (Salmo 16:10).

Fue una demostración positiva de que Su muerte había pagado totalmente el castigo por los pecados de la humanidad. Él era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. También fue la señal inequívoca de Jonás. Él era el Mesías de Israel.

Con todo eso, el SEÑOR quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad del SEÑOR será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos” (Isaías 53:10-11)

En la noche de Su arresto, Jesús había orado que si había alguna otra manera de redimir a la humanidad, Él deseaba ser liberado de Su compromiso de morir por nosotros. Luego oró para que no se hiciera Su voluntad sino la de Su Padre. (La misma palabra traducida ‘conocimiento’ también significa percepción o discernimiento. El Señor percibió que la voluntad de Su Padre era la correcta y así escogió seguirla antes de la propia.)

Este pasaje de Isaías nos muestra que no había ninguna otra forma de hacerlo. Era la voluntad del Padre para que el Hijo muriese para que nosotros pudiéramos vivir. Pero también fue Su voluntad de que el Hijo resucitara, porque sin la resurrección no habría ninguna prueba de que Ellos habían tenido éxito en redimirnos. Por eso es que Pablo dijo que debemos creer en nuestro corazón que Dios levantó a Jesús de los muertos para ser salvos (Romanos 10:9). La resurrección es la prueba de que todos nuestros pecados han sido removidos. El hecho de que Él conquistara la muerte es prueba de que nosotros también lo haremos. Por consiguiente, creer en la resurrección física de los muertos es absolutamente esencial para nuestra salvación.

Escribiéndole a los efesios Pablo dijo: “Alumbrando los ojos de del entendimiento de ustedes, para que sepan cuál es la esperanza a que él los ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero” (Efesios 1:18-20).

Y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Efesios 2:6-7).

La resurrección es la combinación sinérgica del poder y del amor. Más grande que la Creación o que el Éxodo, las cuales necesitaron solamente de poder; más grande que el nacimiento del Mesías, el cual solamente necesitó de amor; es la coronación del logro de Dios. El Domingo de Resurrección fue, ni más ni menos, el día más grande en la historia de la existencia humana. ¡Ha resucitado!