Miércoles, 27 de mayo de 2015
Un artículo de fondo por Jack Kelley
A todos nos gusta este tipo de historia. Y así como hemos sido motivados por la experiencia de una persona ordinaria la cual debido a su empuje personal y perseverancia se levanta de unos sencillos comienzos para convertirse en un líder en la industria o el comercio, también nos sentimos especialmente encariñados con las historias de alguien quien es absolutamente un don nadie y que es arrancado de la muchedumbre sin rostro para ser inmediatamente impulsado al pináculo del éxito. Sobre esta premisa han surgido grandes historias en Hollywood, las cuales nunca han dejado de fascinarnos. Pero de todas ellas el mejor ejemplo absoluto nos llega de la Biblia y se trata de usted. Nuestra historia empieza en el Antiguo Testamento, en el Primer Libro de Samuel, con David y Jonatán.
“E hicieron pacto Jonatán y David, porque él le amaba como a sí mismo. Y Jonatán se quitó el manto que llevaba, y se lo dio a David, y otras ropas suyas, hasta su espada, su arco y su talabarte” (1 Samuel 18:3-4).
El hacer pactos era un asunto serio porque la vida de las personas dependía de ellos. Un pacto era la unión más fuerte conocida al ser humano, y tenía una aplicación tanto comercial como personal la cual se extendía aun a los descendientes de las dos partes involucradas. Un ejemplo:
Algún tiempo después de que David y Jonatán formaron su relación de pacto, a Jonatán lo mataron los filisteos en la batalla de Bet-Semes, mientras que David prosiguió para llegar a ser rey de Israel. Como dije, los acuerdos pactados se extendían más allá de la tumba a los descendientes de las partes. Un día el rey David les preguntó a sus consejeros si aún había alguien de la familia de Jonatán a quien él le pudiera hacer misericordia por amor a Jonatán.
Ellos le trajeron a un antiguo servidor de Saúl quien le informó que había un muchacho lisiado llamado Mefi-boset. Él era hijo de Jonatán que vivía en un lugar llamado Lodebar, tan alejado de Jerusalén como pudiera estarlo. Cuando David fue hecho rey de Israel, toda la anterior familia del rey Saúl (Jonatán era hijo de Saúl) huyó temiendo por sus vidas creyendo que David se vengaría de ellos por la forma como Saúl lo había tratado. En su prisa por huir, la nodriza de Mefiboset que tenía cinco años de edad, huyó y mientras huía apresuradamente tropezó y ambos cayeron al suelo, quebrándosele las piernas al niño y quedando cojo de por vida (2 Samuel 4:4). Cuando creció, su familia lo convenció de que la culpa de su estado era de David quien aún quería matarlo.
Luego de enterarse del paradero de Mefi-boset, David envió a sus soldados para que lo trajeran. Cuando lo trajeron a la presencia del rey, Mefi-boset, temiendo por su vida, se postró sumisamente ante él. David le aseguró y le contó del pacto que había hecho con Jonatán. Luego David le restauró todas las propiedades que su abuelo Saúl le había dado y se la dio a sus siervos para que la labrasen para que no faltase el sustento de su casa. Finalmente David le pidió que viniese a vivir a Jerusalén para que comiera de la mesa del rey como uno de sus propios hijos. (Usted puede leer la historia de David y Mefi-boset en 2 Samuel 9.)
Hable sobre pasar de los harapos a las riquezas. Esta es una bella historia de misericordia y perdón que ilustra lo profundo de una relación de pacto como ninguna otra, y como muchas de las historias del Antiguo Testamento es un modelo de lo que el Señor le tiene guardado a usted. Solamente piense en David como si fuera Dios el padre, Jonatán como el Señor Jesús, y Mefi-boset como usted y yo.
El Pacto Sempiterno
Mucho antes de que naciéramos el Padre y el Hijo hicieron un pacto por nosotros. De hecho, nuestro Padre le dijo a Jesús, “Hijo, si tú mueres por ellos yo los perdonaré”.
Jesús respondió, “Padre, si tú los perdonas yo moriré por ellos”. Y así fue como el Pacto Sempiterno fue hecho. La Biblia dice que esto sucedió antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1:20).
Ellos hicieron este pacto porque Dios sabía que cada vez que Él hacía un pacto con el ser humano, el ser humano demostraría no ser digno y pronto lo rompería. Por ejemplo, Adán comió de la fruta prohibida, los descendientes de Noé rehusaron esparcirse y repoblar la Tierra, los israelitas no guardaron los mandamientos, etcétera. La salvación de los hijos de Dios era tan importante para Él que ningún simple ser humano podía ser confiable para ser fiel, por lo tanto el mismo Dios tuvo que convertirse en hombre para salvar a la humanidad. “Mi hijo eres tú”, le dijo el Padre a Jesús, “Yo te engendré hoy” (Salmo 2:7).
En la plenitud de los tiempos Jesús se hizo hombre para salvar a la humanidad, y estuvo de pie frente a nuestro Padre como nuestra cabeza del pacto.
A pesar de que Dios sabía que al final los escogeríamos a Él, Él nos persiguió como un ardiente amante, y al principio muchos de nosotros nos alejamos corriendo. Habíamos escuchado las historias de Su ira y a algunos de nosotros se nos dijo que Él era el responsable de nuestras enfermedades y todas las otras cosas malas que nos suceden. Nos decían que si Dios lograba poner Sus manos sobre nosotros nos castigaría severamente por nuestros pecados. Finalmente, un día nos atrapó y cuando temblábamos llenos de miedo a Sus pies, Él nos aseguró y nos contó sobre el pacto que Él había hecho con Su Hijo para perdonarnos. Luego Él restableció la herencia que Satanás nos había robado y nos invitó a morar con Él, y a comer en la mesa del Rey con Su familia, y que nos consideráramos como Sus hijos.
El Nuevo Testamento nos dice cómo Él logró eso. En Juan 1:12-13 se nos dice que debido a que creímos en Jesús es que hemos recibido la autoridad para ser hijos de Dios. Habiendo nacido una vez físicamente de nuestros padres terrenales, Él nos otorgó el derecho de nacer de nuevo en el Espíritu para que Él pudiese ser nuestro Padre Celestial. Él hizo esto simplemente porque escogimos creer en Su Hijo (Juan 3:16).
Luego en Romanos 8:29 se nos dice que Dios conocía de antemano que nosotros creeríamos en Su Hijo, y por eso nos predestinó a ser hechos conforme a Su imagen para que Jesús pudiese ser el primero de muchos hermanos en la Familia Real de Dios. Primero Jesús fue hecho como nosotros, y pronto nosotros seremos hechos como Él (1 Juan 3:2).
En Gálatas 4:4-7 leemos que hemos sido legalmente adoptados a la familia de Dios y ahora somos hijos de Dios. Y eso quiere decir que también somos herederos de Dios y coherederos con Jesús. Romanos 8:16-17 lo confirma.
Hebreos 2 establece el punto de que Jesús fue temporalmente hecho inferior a los ángeles al convertirse en un hombre para salvar a la humanidad, y después de eso fue elevado a su posición anterior y coronado con gloria y honor.
Pablo nos brinda más detalles sobre eso. Efesios 1:20-22 explica que cuando resucitó, Jesús ascendió al cielo para sentarse a la derecha de la majestad sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero. Todas las cosas fueron sometidas bajo Sus pies.
Asombrosamente Efesios 2:6-7 dice que Dios juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Los verbos en este pasaje están en el tiempo pasado perfecto, lo cual quiere decir que desde el punto de vista de Dios nosotros ya estamos allí.
Así que a pesar de que en un tiempo estábamos muertos en nuestros pecados, y por naturaleza éramos objeto de la ira de Dios, sin esperanza, sin ayuda, sin valor e inútiles, Él nos dio la vida en Cristo. Él perdonó todos nuestros pecados, nos vistió con vestiduras de justicia, nos sentó a la par de Su Hijo en los lugares celestiales y nos hizo reyes y sacerdotes para reinar en la Tierra, siendo coherederos con Jesús del patrimonio de Dios.
Los 24 Ancianos
A propósito, todo lo anterior le da una enorme credibilidad a nuestro punto de vista de que los 24 ancianos de Apocalipsis 4 representan la Iglesia.
“Y alrededor del trono había veinticuatro tronos; y vi sentados en los tronos a veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas” (Apocalipsis 4:4).
Estos 24 ancianos confunden a algunas personas, pero no debería ser así. Su apariencia los delata. Tienen tronos, son gobernantes. Rodean el Trono de Dios en donde Jesús está sentado, están reinando con Él. Se encuentran sentados, otra señal de realeza. Están vestidos de ropas blancas, son justos. Tienen la corona griega “estéfanos” en sus cabezas, son victoriosos y perseverantes. Se les llama ancianos, un título largamente asociado a la Iglesia.
Algunas personas intentan explicar los 24 tronos diciendo que pertenecen a un grupo desconocido de ángeles gobernantes. Pero cuatro profetas bíblicos vieron el Trono de Dios y registraron sus experiencias. Estos fueron Isaías (Isaías 6), Ezequiel (Ezequiel 1 y 10), Daniel (Daniel 7), y Juan (Apocalipsis 4). Ni Isaías ni Ezequiel mencionaron los 24 ancianos indicando así que no estaban presentes en tiempos del Antiguo Testamento. La visión de Daniel se refería a los tiempos del fin y en Daniel 7:9 él menciona múltiples tronos pero no le añade ningún otro detalle como el número o el tipo de sus ocupantes. Esto es consistente con el hecho de que la Iglesia permaneció oculta a los profetas del Antiguo Testamento aun en sus visiones del futuro. Solamente Juan hizo mención de los 24 Ancianos. Cuando usted une todo esto puede hacer un buen caso de que los 24 ancianos representan a la Iglesia.
Jesús está sentado hoy día a la derecha de la majestad, Pablo escribió que nosotros estamos sentados allí con Él, y cuando Juan fue transportado al final de la era él nos vio allí, representados por los 24 ancianos, después del Rapto pero antes de que empiecen los juicios de los tiempos finales.
En el Libro de Apocalipsis se ven tres clases de creyentes. En Apocalipsis 5:9-10 los 24 Ancianos se muestran adorando a Dios y dándole gracias por haberlos sacado y redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y dicen, “nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra”. En Apocalipsis 7:9-17 vemos una gran multitud en vestiduras blancas que llegarán al cielo justo antes de que empiece la gran tribulación. Servirán a Dios en Su Templo, pero no se les llama sacerdotes. Apocalipsis 15:2-4 describe un tercer grupo de creyentes que han sido martirizados por su fe y están de pie en el Cielo. Apocalipsis 20:4 indica que este grupo será resucitado para reinar con Cristo por 1.000 años, pero no se les llama reyes.
Respaldando su punto vista particular sobre el Rapto, varios eruditos identifican a cada uno de estos grupos como la Iglesia. Pero solamente uno de ellos está sentado con Cristo en los lugares celestiales, solo uno es llamado Reyes y Sacerdotes, y ese es el representado por los 24 Ancianos. Ese grupo es la Iglesia, la cual nos eleva de la oscuridad en la Tierra a un trono en el cielo, lo cual representa lo último en la historia de los harapos a las riquezas. 12-10-13.