Miércoles, 8 de julio de 2015
Un estudio bíblico por Jack Kelley
¿Qué se la salvación y qué es necesario hacer para obtenerla?
La palabra griega traducida como “salvación” literalmente significa sanar, preservar, o hacer pleno. Siempre se utiliza en conjunto con el juicio que se realiza al final de nuestras vidas cuando nuestro Dios Justo requiere una indemnización por nuestros pecados. El castigo por el pecado es ser eliminado a un lugar de eterna separación de Dios; un lugar de confinamiento solitario sin ninguna esperanza de poder salir jamás.
La Biblia describe la salvación como un evento que de manera inmediata e irrevocable cambia nuestro destino de esta separación eterna a la vida eterna en la presencia de Dios. Eso sucede en el preciso momento cuando pedimos en fe, y se hace posible por medio del perdón adquirido para nosotros con la vida del Hijo de Dios, nuestro Señor Jesús.
Efesios 1:13-14 es específicamente claro. “En él también ustedes, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de su salvación, y habiendo creído en él, fueron sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia [el depósito que garantiza nuestra herencia]…”
Nosotros oímos y creemos e inmediatamente el Señor nos sella con el Espíritu Santo prometido y nos garantiza un lugar en Su Reino Eterno. La palabra griega traducida “arras” o “depósito” significa que el Señor se ha comprometido en una obligación legalmente vinculante para salvarnos, y nos ha dado el Espíritu Santo como una garantía de ello. Es similar a un depósito de garantía, utilizado en la industria de bienes raíces para comprometer legalmente a un comprador a finalizar su compromiso de comprar una propiedad.
¿Qué sucede con los que oyen pero no creen?
En ningún lugar de las Escrituras he logrado encontrar un solo versículo que prometa la salvación aun a aquellas personas que han oído el Evangelio pero que no creen y, por consiguiente, no lo buscan. Más bien por el contrario. En Juan 3:3 leemos, “…el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Y en Romanos 10:9-10, “si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia (considerados como si fuéramos inocentes), pero con la boca se confiesa para salvación (librados del juicio)”.
Al pedirle a Dios que nos libere es una confirmación de que uno cree que Él lo hace y lo otorga. Juan 3:18 afirma plenamente que aquellas personas que no creen ya están condenadas. 2 Tesalonicenses 2:10 concuerda con eso, ellos “se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos”. Hasta aquí los que escuchan pero no piden. Nuestra necesidad por un Salvador para que nos libre del juicio es tan auto evidente que la Biblia en realidad utiliza la misma palabra griega para desobediencia como para incredulidad.
¿Qué sucede con los que no oyen y por lo tanto no piden?
Nuestra responsabilidad para conocer acerca de Dios se describe en Romanos 1:18-20 en donde el ser humano no tiene excusa alguna. Cualquier persona que observa la creación está en capacidad para comprender que hay un Dios. Pero un estudio de la naturaleza y del carácter de Dios nos lleva a la conclusión que Él no va a exigirle algo a alguien que no tenga la capacidad intelectual para comprenderlo. Por consiguiente, las personas que están mentalmente incapacitadas y los niños menores de edad, no son responsables. En el caso de los niños, todos le pertenecen a Dios (Mateo 18:10-11) y tienen la vida eterna (Romanos 7:9). Pero después de haber llegado a la edad de la razón, cada uno debe elegir de manera consciente ser salvo, o también se perderá.
Ya que pedir es tan simple, y puesto que todas las personas que piden reciben, es una enorme victoria para Satanás haber convencido a tantas personas que no es necesario hacerlo. Si nos damos cuenta que no necesitábamos pedir pero lo hicimos de todas maneras, ¿qué teníamos que perder? Pero si nos damos cuenta que necesitábamos hacerlo y no lo hicimos, ¿entonces qué? Recuerden que el pedir confirma el creer.
Salvación y Santificación
A propósito, no debemos confundir salvación con santificación como algunas personas lo hacen. Mientras que la salvación es un evento que cambia nuestro destino, la santificación es un proceso que dura toda la vida por medio del cual somos conformados a la semejanza de nuestro Señor. Realmente la misma se completará en nuestra resurrección. Observemos la comparación de los dos términos en Hebreos 10:14, “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre (salvación) a los santificados (santificación)”. Dentro del gran esquema de las cosas, esas dos características están supuestas a ir en tándem. Primero viene la salvación, la cual es un regalo gratuito e irrevocable para todas aquellas personas que la piden en fe, asegurándose así la vida eterna con Dios. Y luego viene la santificación, que es el proceso de vivir nuestras vidas en completa sumisión al Espíritu Santo que habita en nosotros aquí en la Tierra.
La obediencia a la dirección del Espíritu nos trae recompensas dobles, una vida más plena aquí y la promesa de recompensas especiales en la eternidad. A las personas creyentes se les advierte que vivan una vida agradable a Dios como una muestra de nuestra gratitud por lo que se nos ha dado. El no hacerlo puede disparar consecuencias terrenales y la pérdida de recompensas en la eternidad, pero no pone en peligro la salvación del creyente (1 Corintios 3:10-15).
¿Quién es tu papi?
Veámoslo de esta manera. La salvación nos produce la adopción en la familia de Dios (Juan 1:12-13 y Gálatas 4:4), y una vez que somos Sus hijos, lo seremos eternamente. Por medio de nuestro comportamiento es que podemos dañar esa relación con Dios de la misma manera como sucede con nuestros padres terrenales. Eso puede hacer que perdamos las bendiciones que de otra forma podríamos recibir, y aún puede interrumpirse nuestra capacidad de comunicarnos con Él. (A esto se le llama estar fuera de comunión con Dios.) Con nuestros padres terrenales, esa relación puede quedar dañada durante años, y en algunos casos nunca puede llegar a arreglarse, pero aun así, no dejaremos de ser sus hijos. Lo mismo es con Dios. Siempre seremos Sus hijos, no importa qué.
Pero a diferencia de nuestros padres terrenales, con Él la confesión siempre produce el perdón inmediato y restaura nuestra santificación (1 Juan 1:9-10), y es como si el daño a nuestra relación nunca hubiera sucedido. Y en algunos casos Él aún puede convertir ese episodio en una mayor bendición una vez que hemos vuelto a nuestros sentidos y nos hemos arrepentido. “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo a su propósito” Estos son los fundamentos de la salvación. 02/07/03