Jueves, 14 de noviembre de 2013
Un Comentario por Jack Kelley
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación (2 Corintios 1:3-5).
¿Está Usted en el Ministerio?
Para mí ese pasaje significa que nuestra vida tiene la intención de ser un ministerio y nuestras tribulaciones son nuestras credenciales. Algún día, en algún lado, quizás cuando usted menos lo espere, alguien se cruzará en su camino; alguien que está pasando por la misma dificultad que usted pasó. El consuelo que usted recibió durante su momento de aflicción, y las lecciones que usted aprendió, ahora son suyas para pasarlas a otras personas. Nadie más que usted está en una mejor posición para ministrar, porque solamente usted “conoce cómo es eso”. Habiendo sobrevivido esa dura prueba, ahora usted posee poderosas herramientas para el ministerio: Credibilidad y perspectiva.
Dos experiencias recientes me guiaron a escribir este mensaje. A pesar de que ambas llevan el testimonio de la verdad de 2 Corintios 1:3-5, una es un ejemplo del éxito que resultó al aplicarlo y la otra describe el fracaso de poder hacerlo..
Primero el Éxito
Un amigo me invitó a almorzar y me preguntó sobre lo que iba a escribir esa semana. Yo le mencioné que tenía dos posibilidades y le dije que la que prefería me era frustrante porque no le encontraba la forma de ponerla en el contexto adecuado. “Cuéntamela” me dijo. Él sabía que ciertos eventos en mi reciente pasado me habían afectado profundamente, y al haber soportado una dificultad parecida, él me había invitado a almorzar para ofrecerme su apoyo. Él concluyó correctamente que al hacerme hablar sobre mi escrito sería bueno, y así lo fue. Cuando le conté la historia, la escritura del principio saltó a mi mente. Era la pieza que me faltaba para captar el contexto. Me detuve para darle gracias al Señor y a mi amigo, y por un momento nos volvimos un poco lagrimones cuando reconocimos que el Señor se había involucrado en nuestra conversación.
Y Ahora El Fracaso
El fracaso se relaciona con la historia que le estaba relatando a mi amigo acerca del artículo que estaba tratando de escribir. El tópico fue una oportunidad que había perdido de poder ayudar a alguien que estaba pasando por un tiempo difícil.
25 años antes el negocio de mi familia estaba en serios problemas; tanto así que tuvimos que venderlo rápido y barato para evitar perderlo todo. (Ya habíamos perdido bastante.) Fue un negocio muy conocido y toda la comunidad supo lo que sucedió.
Un corto tiempo después, conversando con una persona conocida, descubrí que también estaba pasando por un problema similar. Cuando conversábamos me preguntó cómo había yo salido del problema. En retrospectiva puedo ver que esa era una cita divina, pero en ese momento la volé. Me mantuve en la historia que había fabricado para proteger mi orgullo, de que simplemente habíamos vendido el negocio y habíamos salido bien. Ambos sabíamos que eso era una mentira, pero ignoré la mirada de desilusión en su rostro. Yo preferí no ver lo desesperado que él estaba de hablar con alguien que pudiera entenderlo y que pudiera ayudarlo en su momento de problemas.
Un corto tiempo después, ese negocio cerró y tanto él como su socio sufrieron una gran pérdida. Durante 25 años nunca volví a pensar sobre el asunto hasta ese día que estaba buscando algo sobre lo que podía escribir. De la anda el Señor me recordó de la oportunidad que tuve y que había desperdiciado. Cuan do la repasé en mi m ente yo sabía que debía escribir sobre ella, pero no sabía por qué hasta que Él me dio 2 Corintios 1:3-5.
Quedemos claros en esto. Esa fue una oportunidad que yo y solamente yo desperdicié. El Señor no pierde oportunidades. Somos nosotros los que las perdemos cuando declinamos participar.
En el Libro de Ester Dios hizo que el tío de Ester, Mardoqueo hiciera esto mismo. Los judíos se estaban enfrentando a una orden de extinción y a Ester, quien era tanto judía como la reina de Persia, se le pidió que intercediera por ellos. Cuando ella le recordó a su tío que acercarse al rey sin haber sido llamada pondría en peligro su vida, él le respondió:
“No pienses que escaparás en la casa del rey más que cualquier otro judío. Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos; mas tú y la casa de tu padre perecerán. ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?” (Ester 4:13-14).
El logro que corona nuestra vida cristiana puede ser un solo momento de consolar a alguna persona con el consuelo que nosotros mismos hemos recibido. Si fracasamos en responder, el Señor va a traer a alguien más para que haga el trabajo, y nosotros fallaremos. Y eso fue lo que sucedió en mi caso. Alguien más consoló a ese joven empresario. Alguien más le dio el coraje para aceptar su pérdida y empezar de nuevo. No sé si esa persona se convirtió en su amigo de mucho tiempo, como yo habría podido serlo, pero sí sé el nombre de esa persona a la que fracasé en consolar con el mismo consuelo con el que yo había sido consolado. Usted lo conocería también si le dijera su nombre, porque él ahora es un famoso diseñador de modas.
El Orgullo Viene Antes de la Caída
Mi orgullo previno que tuviera la oportunidad de ministrar lo que el Señor había puesto frente a mí, y para lo cual yo estaba preparado de manera única. Mi orgullo impidió que pudiera tener una amistad que hubiera tenido un gran impacto en las vidas de ambos.
Mi acompañante en el almuerzo había escuchado al Señor y me había consolado con el consuelo que él mismo había recibido. A él le doy las gracias por haberme invitado a almorzar ese día. Pero yo había fracasado en hacer lo mismo con aquella persona que necesitaba mi consuelo. A él le pido que me perdone por no haberlo escuchado cuando me necesitó. Me alegra saber que alguien más fue más considerado. Y al Señor le doy gracias por haberme dado esta lección, y a ustedes les digo que espero que al leer esto los hará más atentos cuando llegue el momento para que puedan consolar a alguien con el mismo consuelo que ustedes mismos recibieron de Dios. 13/11/13