El Relato de Abraham. Parte 1

El Relato de Abraham

En el segundo año después del diluvio, cuando Sem tenía 100 años edad, su esposa dio a luz a su primer hijo, Arfaxad, y durante los siguientes 290 años, nacieron diez generaciones de descendientes de Sem, culminando en mi nacimiento. Mi nombre es Abram (más tarde Dios lo cambió a Abraham), el primero de tres hijos nacidos a Taré. Sem aun vivió para ver a todos estos descendientes nacer y de hecho estaba vivo cuando yo morí a la edad de 175 años. Esto demuestra cómo el colapso del toldo de vapor de agua que rodeaba y protegía la tierra, ocasionado por el diluvio, dramáticamente acortó el lapso de la vida humana.

Después que había crecido y me había convertido en un hombre adulto y me había casado con Sarai (después Sara), mi padre nos tomó a nosotros dos y a mi sobrino Lot, y se partimos hacia el norte siguiendo el curso del río Eufrates, hacia la tierra de Canaán, lo que hoy día es el moderno Israel. Era un viaje monumental para nuestro tiempo, el cual habría cubierto más de 1.600 kilómetros de haberlo completado. Como salió la cosa, hicimos una parada en Harán, una ciudad floreciente en la ruta de las caravanas en lo que es ahora la parte sureste de Turquía, a unos 500 kilómetros al noreste de Damasco

Debemos tener en mente que la tierra de Canaán solamente estaba a 960 kilómetros hacia el oeste de Ur (la ciudad que hoy día es el sur de Irak, desde donde iniciamos nuestro viaje). Pero había un desierto grande y peligroso entre los dos lugares. Entonces decidimos tomar la ruta que llevaba hacia el norte, siguiendo el río Eufrates, hacia un lugar llamado Carquemis para luego girar hacia el sur, siguiendo la costa del mar Mediterráneo hacia Canaán. Esto la agregaba entre 600 a 800 kilómetros al viaje, pero significaba que por lo menos uno tenía la oportunidad de poder llegar vivo a su destino. Harán estaba a unos 120 kilómetros antes de Carquemis, pero parecía un bonito lugar, así que nos detuvimos allí.

A pesar de que mi familia practicaba la adoración a los ídolos, y de hecho nuestra manutención provenía de la producción de estas imágenes falsas, yo tuve varios encuentros con el verdadero Dios viviente mientras buscaba las respuestas que ningún ídolo me podía dar. Más tarde, Dios les prometió a mis descendientes que siempre lo encontrarían cuando le buscaran de todo corazón (Jeremías 29:13). Quizás yo fui el primer ejemplo dramático de esa promesa. A pesar de que solamente fueron unos pocos cientos de años después del diluvio, y menos de eso desde que la Torre de Babel había sido destruida, la gente del mundo ya se había olvidado de su Creador otra vez.

Pero Dios nos se iba a dar por vencido de Sus hijos fácilmente, y a pesar de que no me di cuenta, sino hasta más tarde, Él me había escogido a mí para comenzar una nueva raza humana a través de la cual Él se revelaría al mundo. Un día Él me dijo que abandonara la casa de mi padre para ir a una tierra que Él me mostraría. Él me dijo que haría que mis descendientes fueran una gran nación a través de la cual todas las naciones de la tierra serían bendecidas, y que Él bendeciría a todos los que me bendijeran pero que a los que me maldijeran, Él maldeciría.

Mi familia creyó que yo estaba loco, pero yo sabía que finalmente había conocido y oído la voz del Único y Verdadero Dios. Así que en contra del consejo de todos, tomé a mi esposa Sarai y comenzamos el viaje. Para entonces yo tenía 75 años de edad y Sarai era diez años menor que yo. Nuestro sobrino Lot vino con nosotros, lo mismo que los empleados y los siervos que habíamos reunido para que atendieran a nuestros rebaños y cuidaran los intereses de nuestros negocios. Yo sabía que habíamos hecho bien en Harán, pero aun estaba sorprendido por el tamaño de nuestro séquito. Por muchos de las normas de nuestros días, yo me había convertido en un hombre rico, pero una de las verdaderas indicaciones de la riqueza me había evadido. Sarai no tenía hijos.

Muchos días después de que habíamos pasado por Carquemis para dirigirnos hacia el sur, llegamos a un lugar llamado Siquem, cerca del Monte Efraín. Mientras nos encontrábamos allí, el Señor se me apareció de nuevo y me dijo, “A tu descendencia daré esta tierra”. Yo levanté un altar para adorar al Señor en ese lugar antes de proseguir hacia Bet-el. Al este de Bet-el levanté otro altar para adorar al Señor de nuevo.

Finalmente nos establecimos en el sur en un lugar que más tarde se conocería como Hebrón, y por un tiempo vivimos allí en paz. Hubo entonces una sequía en la tierra la cual produjo el hambre. Entonces empacamos nuestras cosas y nos dirigimos a Egipto, en donde el río Nilo nos aseguraba un abundante suministro de agua y alimento, tanto para los animales como para nosotros.

Habiendo aprendido algunas de las costumbres de Egipto, me enteré que Faraón tenía un harén de bellas mujeres jóvenes. Él lo había logrado enviando espías para que le buscaran las mujeres más deseables de la tierra y se las trajeran a su presencia. En Egipto era un crimen tomar la mujer de otro hombre. Por eso es que si los espías descubrían una mujer bella que estaba casada y que creían que le gustaría a Faraón, simplemente simulaban un accidente para matar al esposo. Entonces tomaban a la recién viuda para traerla al harén.

Increíblemente, a pesar de que Sarai tenía 70 años, aun era atractiva y deseable como cualquiera de las mujeres jóvenes del harén de Faraón. Ese era uno de los muchos regalos que el Señor nos había dado. Yo tuve miedo que Faraón hubiera deseado tener a Sarai en su harén y hubiera enviado a matarme, así que le dije a Sarai que si los egipcios le pedían que se identificara, dijera que era mi hermana en vez de mi esposa. Yo sabía que yo era impotente para evitar que se la llevara, pero por lo menos, de esa manera, yo podía quedar con vida. Y tal y como lo había pensado, ella llamó la atención de Faraón, quien la tomó para sí.

Para devolverme el favor de haber tomado a Sarai, Faraón me ayudó a adquirir mucho ganado, ovejas y otro tipo de animales, a precios muy razonables. Pero yo la extrañaba muchísimo, y el aumento en mi riqueza, a pesar de lo significativo que había sido, no hizo mucho para aliviarme de la angustia que sentía en mi corazón. El Señor debe de haber escuchado mis oraciones para que Sarai regresara, porque llenó la casa de Faraón de terribles enfermedades, e hizo que Faraón se diera cuenta que ese era el castigo por haber tomado a Sarai. Furioso, les ordenó a sus oficiales que me buscaran y arrestaran. “¿Porqué me engañaste y me dijiste que ella era tu hermana?” Me reclamó, “¡Mira lo que has hecho conmigo!” De inmediato liberó a Sarai y nos escoltó fuera del reino. Agar, la sierva egipcia que Faraón había asignado para que atendiera a Sarai, vino con nosotros. Yo recuerdo haber pensado en ese momento, “Eso no tiene nada de malo”. Poco me imaginé que yo estaba por iniciar una enemistad familiar la cual ha durado por 4.000 años.