El relato de Abraham. Parte 3

Parte 3

Génesis 16—18

Ya habían pasado veinte años desde que el hambre nos había obligado a ir a Egipto, y a pesar de que habíamos regresado a Canaán durante los últimos diez de esos años, aun el Señor no nos había dado el hijo que había prometido. Mi esposa Sarai se puso impaciente (después de todo ella ya tenía 75 años) y decidió tomar las cosas en sus manos. El ser estéril era una vergüenza para ella en un tiempo cuando la corona de los logros de las mujeres era darle hijos a su marido. El no poder hacerlo era considerado como una maldición de Dios, y ella estaba preocupada de que Él no fuera a cumplir Su promesa con nosotros.

En mis días, el Código Hammurabi gobernaba las normas de conducta y de comportamiento. Hammurabi fue un gran rey de la primera dinastía de Babilonia, quien reinó cerca del año 2.250 a.C. y compiló el primer código de leyes conocido de la historia. Invocando una cláusula de este Código, ella hizo los arreglos para que su esclava Agar fuera la madre sustituta. Según esta cláusula, yo debía preñar a Agar y el hijo que naciera de ella sería de Sarai y mío, asegurando así que tendríamos un heredero varón. Lo hice con Agar y así tuvimos nuestro primer hijo, y el mundo no ha sido el mismo desdés entonces.

Tan pronto como Agar quedó embarazada, empezó a despreciar a Sarai, y una persona que había sido inferior, ahora se sentía superior, por lo menos en su propia mente. La tensión entre las dos mujeres era insoportable. Finalmente, Sarai trató a Agar de manera tan mal que esta última se vio obligada a huir.

El Ángel del Señor encontró a Agar en el desierto y la dirigió a que se volviera y se sometiera a su señora. Le dijo que ella tendría hijos cuyos descendientes serían muy numerosos para ser contados. Al hijo que tendría le llamaría Ismael que quiere decir, “Dios oye”, mostrando que el Señor había oído su angustia. Le dijo que Ismael sería arisco como un potro salvaje, y siempre lucharía contra todos y todos contra él (DHH). Su pueblo vivirá en enemistad hacia todos sus hermanos. Obediente al Señor, Agar regresó y dio a luz a nuestro hijo, a quien nombramos Ismael. Yo entonces tenía 86 años de edad.

Trece años después, el Señor se me apareció y me dijo, “Yo soy El Shaddai, anda ante Mí y se perfecto”. (Él me estaba purificando de todos mis pecados.) Él había venido a confirmar Su pacto conmigo que daría como resultado que mis descendientes heredarían toda la tierra de Canaán, y para anunciar el pronto nacimiento del hijo que Él me había prometido.

Luego, el Señor cambió mi nombre Abram, que significa padre exaltado, por Abraham, que significa padre de muchos, que quiere decir que mis descendientes serían muy numerosos. Al hacer esto, Él también dio una pista de Su nombre en el mío, porque el decir “Abraham” requiere la exhalación de un aliento, como Él había exhalado Su aliento para darle vida a Adán. Desde ahora en adelante, cada mención de mi nombre sería un recordatorio de que el Señor es nuestro Creador. Él también cambió el nombre de Sarai por Sara. Sarai quiere decir dominante, mientras que Sara significa princesa. Luego me ordenó que todos los varones que estaban conmigo se circuncidaran como memorial de este pacto. Eso se hizo desde este momento en adelante cada vez que un hijo varón llegaba a la edad de ocho días, lo cual significaba la naturaleza perpetua del pacto, y que la tierra sería nuestra como posesión perpetua. (Como señal de Su misericordia, Él creó el anestésico natural del cuerpo y las enzimas que ayudan a la coagulación, para que estuvieran en su máximo nivel en el octavo día de nacido un hijo varón.)

Yo le recordé al Señor que ya teníamos un hijo, Ismael. Él respondió que así como bendeciría a Ismael haciéndolo cabeza de una gran nación y padre de doce príncipes, el hijo que nos había prometido aun estaba por llegar. Cuando yo me reí sobre la posibilidad de ser padre a la edad de cien años, el Señor me dio el nombre de nuestro hijo, Isaac, que significa “el que ríe”. Sara se convertiría en una madre, después de todo, a la edad de noventa años.

Un poco tiempo después, mientras acampábamos cerca del encinar de Mamre, tres extraños se acercaron. Era cerca de la hora del almuerzo así que los invité a que se detuvieran a descansar y que comieran con nosotros. Hice que Sara preparara panes sin levadura mientras algunos de mis hombres degollaban y cocían un tierno y joven becerro. Les ofrecí leche y queso, y en nuestra conversación descubrí que era el mismo Señor, acompañado de dos ángeles que habían llegado como invitados inesperados. El Señor me dijo que por este tiempo, el próximo año, Sara habría dado a luz a nuestro hijo prometido. Sara escuchó la conversación y se rió en incredulidad por semejante cosa, y a pesar de que después lo negó, el Señor la había escuchado. No la puedo culpar, yo también me había reído cuando lo supe la primera vez. Pero el Señor gentilmente la reprendió, preguntándole si algo era difícil para Él.

Después de almorzar, me enteré que el Señor estaba en camino para inspeccionar a Sodoma y Gomorra para ver si su comportamiento obsceno y ofensivo era tan malo como había sido reportado. Yo intercedí por las personas inocentes que hubiera entre ellos, y después de negociar un poco con el Señor, Él prometió que si finalmente pudiera encontrar diez personas inocentes en las dos ciudades, las perdonaría del todo. Esas dos ciudades eran una grave ofensa para Él. Más adelante les contaré sobre su destrucción.

Pero cuando el Señor salió, me di cuenta que me había llamado Su amigo. Esa palabra significó mucho para mí, más de lo que puede significar en el tiempo de ustedes. Quería decir que estábamos ligados en una relación de pacto que comprometía nuestro bienestar de por vida. En nuestro caso, debido a la naturaleza eterna del Señor, todas las personas de la tierra, a través de todas las generaciones de la humanidad, serían bendecidas, o maldecidas, según la forma como trataran a mi pueblo. Es bueno tener amigos en lugares altos.