Parte 5
Génesis 20—21
Después del episodio de Sodoma y Gomorra, trasladé a mi familia hacia el oeste, al área al sur de Belén. En los días de ustedes, esta área se conoce como el Neguev, que significa el sur. Allí había una ciudad-estado filistea llamada Gerar, cuyo rey era Abimelec.
Ya que el Señor había preservado nuestra apariencia juvenil, Sara era aun muy atractiva a pesar de tener 90 años de edad. Tanto así que acordamos que cuando viajábamos a través de lugares extraños, ella debía decir que era mi hermana. (Esto era cierto en cuanto a que mi padre era también el suyo, aunque teníamos diferentes madres.) Yo temía que si la gente se enteraba que Sara era mi esposa, alguien quisiera matarme para quedarse con ella. Como su hermano yo estaría seguro, y si alguien la tomaba por lo menos me podía mantener con vida para tratar de rescatarla después. Recuerden que la misma cosa nos había sucedido en Egipto unos años atrás, y nuestro plan había funcionado.
Lo cierto es que Abimelec gustó de Sara y se la llevó a su casa. Pero Abimelec, aunque era filisteo, temía a Dios y cuando el Señor se le apareció en un sueño, no solamente se asustó sino que se enojó. El Señor le dijo que puesto que Sara era una mujer casada, él y su familia podían considerarse muertos por haberla tomado.
Explicándole al Señor de que él había sido engañado, y era inocente por haber hecho ese mal, estuvo de acuerdo en devolver a Sara. ¡Pero de cierto estaba furioso cuando me encontró! “¿Por qué me hiciste eso?” me reclamó.
Yo le dije que al tener una esposa tan bella, era tanto una bendición como una maldición, y yo vivía en constante temor de que alguien quisiera matarme y llevársela consigo. Por eso es que nos pusimos de acuerdo en decir que éramos hermanos. Pero en realidad, yo no había mentido, porque ella era mi media hermana después de todo.
Al aceptar mi explicación, me devolvió a Sara junto con varios regalos y le pidió al Señor que lo perdonara y que sanara su casa de las enfermedades con que había sido castigado.
Esta fue la segunda vez que el Señor, de manera sobrenatural, había prevenido que un poderoso rey se robara la virtud de Sara. Al haberla hecho tan bella y mantenido tan joven, creo que Él sabía que yo necesitaría de Su ayuda para mantener alejados a los demás hombres. Él nos había prometido un hijo muy especial y no iba a permitir que nadie la profanara mientras tanto. El Señor personalmente velaría por ella durante todos los días de su vida.
Y fiel a Su palabra, un corto tiempo después, el Señor finalmente permitió que Sara quedara embarazada. Dentro del año siguiente de la visita del Señor en el encinar de Mamre, teníamos un hijo. Siguiendo Sus instrucciones, lo llamamos Isaac.
Sara estaba a mi lado llena de gozo porque su femineidad había sido vindicada. En aquellos días una mujer no podía tener mayor bendición que el darle un hijo varón a su marido. Habiendo esperado y preocupado durante todos esos años, ella había dado a luz un varón, y eso era la corona de sus logros. Por Su parte, el Señor había esperado para cumplir Su promesa hasta que ambos estuviéramos absolutamente seguros de que nuestro hijo era verdaderamente un regalo de Dios.
Pero para Agar e Ismael eso fue una historia diferente y conforme los muchachos crecían, a pesar de que había una diferencia de 14 años entre ellos, uno podía ver la rivalidad entre los dos. Finalmente, Sara exigió que yo despidiera a Agar e Ismael, y el Señor estuvo de acuerdo en ello. “Isaac es el hijo que yo te prometí”, me dijo, “Yo vigilaré a Ismael, pero tú tienes que hacer lo que Sara ha dicho”.
Así que muy temprano al día siguiente, a pesar de que eso partió mi corazón, despedí a Agar e Ismael enviándolos hacia el sur, al Neguev, y nunca más los volví a ver. Y como dijo que lo haría, el Señor los cuidó e Ismael creció hasta hacerse una persona adulta. Agar regresó a Egipto su pueblo, para conseguirle esposa.
Con todo, Ismael llegó a vivir 137 años y tuvo 12 hijos cuyos descendientes se convirtieron en el pueblo árabe de hoy día, habitando en la vasta área al sur de Israel y al este de Egipto. Mahoma, que inició la religión que ustedes llaman el islam, era un descendiente directo del segundo hijo de Ismael, Cedar.
Y conforme el Señor le había dicho a Agar, los descendientes de Ismael han vivido en completa hostilidad hacia sus vecinos hasta los días de ustedes. La animosidad entre los descendientes de Ismael y los de su medio hermano Isaac, sería la causa de mucho derramamiento de sangre en casi todas las generaciones desde mi época hasta la de ustedes. Además de las guerras, ha habido incontables miles de horas de esfuerzos diplomáticos que se han invertido en un trabajo inútil para obtener la paz entre los descendientes de mis dos hijos. En el tiempo de ustedes, la misma supervivencia del mundo parece estar pendiendo de la balanza, y a decir verdad, solamente con la aparición del Hijo de Dios, se obtendrá esta paz evasiva y el mundo se podrá salvar de la destrucción total. Si yo solamente hubiera sabido la miseria que nacería por mi falta de fe en la promesa de Dios.
Pero nuestro Dios es el Maestro para enseñarnos cómo aprender las lecciones de nuestro pasado. Cerca de la mitad del tiempo entre mis días y los de ustedes, el apóstol Pablo describió la separación de Ismael de Isaac como si fuera análoga a la incompatibilidad de la Ley y la Gracia, del Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Así como el hijo de la esclava y el hijo de la libre no podían compartir Mi misma herencia, los hijos de la Ley y los hijos de la Gracia no pueden compartir las recompensas del Reino de Dios.
En cuanto a que Ismael nació en la atadura de la esclavitud, toda la humanidad nace en la atadura del pecado, y la Ley es incapaz de redimirla. Pero Isaac fue el hijo sobrenatural nacido de la mujer libre, que es una manifestación de la gracia de Dios. Por esta misma gracia, nosotros nacemos sobrenaturalmente, liberados de nuestra atadura del pecado para convertirnos en herederos del Reino.