El Relato de Abraham. Parte 6

Parte 6

Génesis 22

Un día cuando Isaac era ya un muchacho, el Señor me ordenó hacer algo que me dejó completamente atónito. ¿Qué creerían ustedes? Aquí estaba yo que había esperado hasta tener la edad de cien años para recibir el hijo que Él me había prometido, un hijo por medio del cual todos Sus compromisos conmigo serían cumplidos. Y ahora, llamando a Isaac mi hijo más querido, Él me dice que lo lleve a un lugar que me mostraría para ofrecérselo como sacrificio. En otras palabras, que lo matara, antes de que las promesas del Señor se hicieran realidad. Está por demás decirles que yo quedé en estado de shock y pasé toda esa noche luchando con esa idea, tratando de que tuviera sentido para mí, y tratando de reconciliar esta orden con el carácter de Dios que yo conocía y había llegado a confiar.

Finalmente, al llegar la mañana razoné que el carácter del Señor no le permitiría romper un juramento que me había hecho. Después de todo nosotros estábamos en una relación de pacto, y Él había prometido que por medio de Isaac yo tendría descendientes tan numerosos como las arenas de las costas del mar y como las estrellas del cielo. Todas las naciones del mundo serían benditas por medio de mis descendientes. Y ahora, con solo un hijo y yo con cien años de edad, ¿Él espera que yo mate a Isaac? La única cosa que me pude imaginar es que debía de haber algo más a esto que se escapa de la mente. Dios no puede romper Su pacto conmigo y aun permanecer siendo Dios. Si Él quería que yo sacrificara a Isaac, Él lo traería de vuelta a la vida, de alguna manera. Y eso era todo el asunto. Sobre la fortaleza de ese razonamiento, decidí obedecer al Señor.

Así que con el corazón cargado y temiendo que Isaac fuera como si estuviera ya muerto, partimos al amanecer hacia un lugar llamado el Monte Moriah, un viaje de tres días. Y déjenme decirles que estos fueron los tres días y noches más largos de mi vida. ¿Cuál era la intención de Dios? ¿Cómo es que Él iba a resolver este conflicto sin destruir Su integridad? Juro que yo tenía más preguntas que respuestas; era todo casi aplastante. Yo simplemente me sostuve en Su promesa esperando cómo en cualquier momento Él suspendería todo el asunto y explicara el error.

Cuando llegamos a Moriah, les dije a los sirvientes que nos habían acompañado que nos esperaran al pie del monte, mientras Isaac y yo proseguíamos juntos. Para que se sintieran seguros les dije que ambos regresaríamos. Yo no quería que ellos pensaran que en realidad iba a sacrificar a mi único hijo.

Camino hacia la cima del monte, Isaac llevaba la leña que necesitaríamos para el fuego, pero casi parte mi corazón cuando me preguntó por el cordero del sacrificio para el holocausto. Todo lo que pude decirle es el mismo Dios proveería el sacrificio.

Llegados a la cima, construí un altar, coloqué la leña encima, até a Isaac y lo puse sobre la leña. Cuando iba a cortar la garganta de mi hijo, el Señor me detuvo. Me dijo, “No dañes a Isaac. Me has mostrado que me amas más que cualquier otra cosa, aun más que a tu propio hijo. Hay un carnero trabado en un zarzal. Sacrifícalo en lugar de Isaac”. Entonces Él abrió mi mente para que pudiere comprender Sus intenciones.

A través de mis acciones, el Señor estaba demostrando que un día haría completamente lo que me había dicho que hiciera solo en parte. En ese mismo monte Él ofrecería Su propio y único Hijo amado como sacrificio por el pecado, mostrando cómo Él ama al mundo. Y así como de manera figurada yo había recibido a Isaac de vuelta de los muertos, después de tres días y tres noches de angustia, de la misma manera Él también recibiría a Su Hijo de vuelta de los muertos después del mismo intervalo de tiempo.

El impacto de esta revelación fue aun más grande que el impacto que acompañó la orden del Señor de sacrificar a Isaac. ¿El Dios del cielo y de la tierra, el Rey del Universo, ofrecería a Su propio Hijo como sacrificio por los pecados del mundo? ¡Eso simplemente era absurdo! ¿Por qué lo habría de hacer? Luego recordé. Era para mostrar cuánto amaba Su creación. El dolor de perdernos a todos nosotros era mayor que el dolor de perder a Su propio Hijo. Él nos quería de vuelta.

A través de toda esta penosa experiencia, Isaac fue un participante voluntario. Y así como su participación voluntaria fue recompensada con haberle salvado la vida, la participación del Hijo de Dios por morir por los pecados del mundo, sería recompensada con Su resurrección, porque en ese caso se requería la muerte real del Hijo para reconciliar la creación con el Padre. Y así como mi fe en la promesa de Dios fue recompensada con el cumplimiento de sus compromisos del pacto que hizo conmigo, así la fe de cualquier persona que acepte la muerte de Su Hijo como pago por sus pecados, será recompensada con el cumplimiento de su promesa de pacto con ella, la vida eterna. La resurrección del Hijo sería la prueba de ello.

Luego el Señor confirmó Su promesa conmigo, repitiendo las bendiciones que tenía guardadas para mis descendientes, y pude comprender que la manera como todas las naciones serían benditas a través mío, era que de alguna forma el Hijo de Dios sería un descendiente mío.

Por mi parte, yo nombré el lugar en que estábamos “Jehová-Jireh”, que en nuestro idioma significa “el Señor proveerá”. Desde ese momento en adelante, las personas entendieron que sobre el monte del Señor se proveería el remedio para sus pecados. Años más tarde, los jebuseos construyeron allí una ciudad llamada Shalom, o Salem para ustedes. Esta palabra significa ‘paz’. Y así, Jehová-Jireh, se convirtió en Jireh Shalom, que literalmente es “Proveyendo la Paz”. En el tiempo de ustedes se pronuncia Jerusalén, pero el significado es el mismo. Es el lugar en donde el Hijo de Dios vino, como lo prometió, para dar Su vida para proveer la paz entre ustedes y su Creador, y otorgarles vida eterna. Solamente necesitan confiar en la promesa de Dios y la fe que tengan ustedes los salvará. Créanme, yo sé. Es el Evangelio en Génesis.