El Relato de Abraham – Parte 7. Conclusión

Parte 7 – Conclusión

Génesis 23—25

Cuando yo tenía la edad de 137 años, mi amada Sara se enfermó y murió. No puedo empezar a describir la pérdida que sentí. Habíamos estado juntos por tantos años. Después de todo, ella había sido mi esposa por más de cien años y aun era muy bella y atractiva para mí, como cuando nos conocimos la primera vez. Si yo no hubiera estado seguro de que volveríamos a estar juntos en el cielo, no lo habría podido soportar.

Estábamos viviendo cerca de Hebrón en ese momento, así que hice los arreglos para comprar una porción de tierra y enterrarla allí. Puesto que éramos lo que ustedes llamarían nómadas, yo en realidad no poseía ninguna tierra a pesar de que el Señor me había dado prácticamente toda el área al oeste del río Jordán y al norte de Egipto. Yo no quería tener ningún problema futuro que pudiera perturbar el lugar del reposo final de Sara, así que, a pesar de que Efrón el heteo, pidió un precio exorbitante por el campo que creía era de él, este contenía una cueva apropiada para sepultura, así que la compré para Sara. Más tarde yo también fui sepultado allí y después de mí también Isaac, su esposa Rebeca y su hijo Jacob y su esposa Lea. (La segunda esposa de Jacob, Raquel, está sepultada justo fuera de Belén, cerca de 30 kilómetros al norte de allí.)

400 años más tarde, cuando mis descendientes finalmente tomaron posesión de la Tierra Prometida, como el Señor dijo que lo harían, Hebrón fue designada como ciudad de refugio. Este era un lugar en donde una persona erróneamente acusada, podía obtener justicia y protección, y por un tiempo, también el Rey David reinó desde allí. Hoy día, el lugar de nuestro sepulcro en Hebrón es llamado el “Sepulcro de los Patriarcas”. Una gran mezquita se levanta sobre la cueva, y toda la ciudad se encuentra siendo disputada entre los israelitas y los palestinos, siendo escena de mucha violencia. Es una de esas ironías de la historia que una antigua ciudad de refugio sea ahora conocida por su intolerancia e injusticia.

Unos años después de la muerte de Sara decidí que era tiempo de conseguirle una esposa a Isaac. Él ya tenía 40 años de edad y su madre le hacía mucha falta. Según la costumbre de esos días, yo envié a mi principal siervo, Eliécer a tierra de mi parentela, lo que ahora ustedes llaman Irak, luego de haber hecho que me jurara que no obtendría una mujer para Isaac entre las mujeres de Canaán. Yo quería mantener pura la línea de descendencia de mi familia.

La secuencia de los eventos claramente anticipa la historia del Mesías y Su iglesia. El Señor guió a Eliécer a un pozo en donde conoció a Rebeca, la hija doncella de mi hermano Nacor, y a quien el Señor había escogido para Isaac. El nombre de Eliécer quiere decir “el consolador”, y en un papel asombrosamente similar al papel del Espíritu Santo con la iglesia, le pidió que dejara su mundo y que viajara con él a un lugar lejano para ser la esposa de Isaac. A pesar de que ella no tenía idea de que Eliécer llegaría y solamente tuvo unos minutos para decidirse, ella estuvo de acuerdo. Eliécer de inmediato le ofreció espléndidos regalos para bendecirla y equiparla. Luego la escoltó en su largo viaje a través del desierto exaltando las virtudes de su futuro esposo en todo el camino, por lo que ella lo llegó a conocer y amar a pesar de que nunca lo había visto en su vida. Finalmente, cerca del lugar llamado el pozo de Lajay Roí (el pozo del Agua Viva), él la presentó a Isaac y por primera vez ella pudo ver a su prometido. Se casaron en la tienda que había sido de Sara y eso fue de gran consuelo para mi hijo, dándole sentido a su vida.

Y así ha sido con cada uno de ustedes. A pesar de que ustedes no sabían que vendría, el Señor envió el Espíritu Santo para encontrarles y pedirles que se convirtieran en la novia de Su Hijo. Al decir si, eso requería que ustedes dejaran su antigua vida y decidieran a emprender un largo viaje a través del desierto espiritual de este mundo a un lugar en donde el futuro esposo de ustedes está esperando. Tan pronto como estuvieran de acuerdo, ustedes recibirían estupendos regalos espirituales de parte de Él, regalos que no solamente les han bendecido sino también los han equipado para servir. El Espíritu Santo continuamente les ha instruido a ustedes referente a su desposorio, mientras les escolta a través del resto de su vida en la tierra, y a pesar de que ustedes nunca han visto Su rostro, ustedes le han llegado a conocer y a amar. Finalmente, cuando su viaje termina, ustedes serán presentado al Hijo de Dios y por vez primera ustedes pondrán sus ojos en su Desposado. Ustedes se casarán en el Tabernáculo en el Cielo y eso le dará un sentido a Su vida sobre la Tierra. Después de todo Él murió por ustedes.

En cuanto a mi persona, a la edad madura de 140 años, tomé otra esposa con la que tuve seis hijos. En realidad me estaba convirtiendo en padre de muchas naciones, tal y como el Señor había prometido. Finalmente, a la edad de 175 años, morí. Isaac e Ismael me enterraron en la cueva de Hebrón, a la par de mi amada Sara.

Habían pasado cien años desde que Sara y yo salimos de Harán para empezar esta increíble aventura. A lo largo del camino me convertí en el hombre más rico de mi tiempo, poseyendo riquezas que sobrepasaban a los llamados reyes en mi día. Pero mi tesoro más preciado fue mi relación con el Señor. Cuando ustedes leen las palabras que el Señor ha hecho que otros hombres escriban para conmemorar Sus tratos con Su creación, yo creo que ustedes encontrarán que, en el Antiguo Testamento, yo soy la única persona a la que el Señor ha llamado “amigo”. Para mí, esto fue mucho más valioso que todas las demás riquezas.

Pero antes de que ustedes me envidien, recuerden que ustedes son Su desposada. Toda la herencia que el Señor le ha dado a Su Hijo es de ustedes, y ustedes regirán y reinarán con Él en Su Reino para siempre.

Lo que es más, ustedes y yo nos encontraremos algún día pronto. Yo estaré en la boda de ustedes. Búsquenme entre los amigos del novio. Shalom.