El Relato de David – Parte 5

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Lunes 1 de agosto de 2022

PARTE 5

1 Samuel 27—30

Saúl era implacable y nos siguió persiguiendo día y noche. Finalmente, el estar en constante huída, terminó por desgastarme al punto en donde, yo creo, perdí la fe en el deseo del Señor de rescatarnos. (Mirando hacia atrás me di cuenta de que había olvidado tres promesas críticas que el Señor nos hizo a cada uno de nosotros. Todas se encuentran en el Salmo 34:15, 18, 22. “Los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos. Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu. Jehová redime el alma de sus siervos, y no serán condenados cuantos en él confían”.)

Desesperado, finalmente me entregué a los enemigos de Israel, los filisteos, creyendo que si nos escondíamos allí, Saúl me dejaría de perseguir. Me presenté ante Aquis rey de Gat y le pedí refugio para mis hombres y para mí, y me lo concedió. Esta estratagema funcionó porque cuando Saúl se enteró que yo estaba en Gat me dejó de perseguir. Después de un tiempo le pedí a Aquis permiso para dejar la Ciudad Real y establecerme en una pequeña aldea en el sur del país, pero me concedió algo mejor. Me dio la aldea de Siclag. Siclag había pertenecido en el pasado a la tribu de Simeón, cuyas tierras bordeaban Filistea, pero había sido capturada por los guerreros de Gat. Durante el año y cuatro meses siguientes vivimos la vida de los bandidos, asolando a los gesuritas, los gezritas y los amalecitas, pueblos nómadas que vivían en los desiertos al sur de Israel en su camino a Egipto.

En nuestros ataques no dejábamos con vida a ninguna persona, tomando solamente su ganado como botín. Yo no quería que Aquis supiera en lo que estábamos, ya que los muertos no pueden hablar. Yo justificaba esto porque estas personas eran antiguos enemigos de Israel los cuales habían intentado detener a Moisés para que no pasara con nuestro pueblo hacia la Tierra Prometida. Dios había jurado eliminar a los amalecitas de la faz de la tierra, y eso realmente fue el fracaso de Saúl, por no haber tomado la venganza completa sobre ellos, lo que causó que se metiera en ese tremendo problema con el Señor. Para evitar que Aquis descubriera lo que en realidad estábamos haciendo, le dije que estábamos asolando asentamientos judíos.

Al aceptar el asilo de Aquis, yo tenía que estar de acuerdo en ayudarlo en caso de una guerra, así que cuando los filisteos reunieron un gran ejército para ir en contra de Israel, Aquis me recordó que yo y mis hombres estábamos obligados a pelear a su lado, y aun me hizo su guardaespaldas.

Cuando acampamos cerca de donde el ejército israelita se había reunido, Saúl se llenó de terror al ver a los filisteos. Él quería saber cuál sería el resultado de la batalla por lo que le pidió a los profetas que oraran y a los sacerdotes que le consultaran al Señor con el Urim y Tumim. Luego le pidió al Señor que le mostrara en sueños la respuesta. Al no recibir ninguna respuesta por ninguna de estas fuentes, entró en pánico, y violando su propio decreto, como también la ley de Dios, pidió una médium para que lo ayudara a ver qué es lo que se venía. (Después de la muerte de Samuel, Saúl había expulsado a todos los médium y adivinos de Israel, decretando esa profesión ilegal.) Sus consejeros lo encaminaron a una en la aldea de Endor, pero le sugirieron que se disfrazara para evitar que ella se asustara. Vistiendo la ropa de otra persona, él y dos de sus hombres la visitaron esa noche.

Esta mujer conocida por todos como la Adivina de Endor, pronto reconoció a Saúl y lo acusó de intentar engañarla para que le revelara sus actividades ilegales y así poder castigarla. Convenciéndola de que no le causaría ningún daño le pidió que se contactara con el espíritu del difunto profeta Samuel. Ella lo hizo y así se convirtió en la médium a través de la cual Samuel le habló a Saúl. Samuel le dijo a Saúl, “¿Por qué me has inquietado haciéndome venir?”.

“Estoy muy angustiado” le respondió Saúl, “pues los filisteos pelean contra mí, y Dios se ha apartado de mí, y no me responde más, ni por medio de profetas ni por sueños; por esto te he llamado, para que me declares lo que tengo que hacer”.

Samuel le dijo, “¿Y para qué me preguntas a mí, si Jehová se ha apartado de ti y es tu enemigo? Jehová te ha hecho como dijo por medio de mí; pues Jehová ha quitado el reino de tu mano, y lo ha dado a tu compañero, David. Como tú no obedeciste a la voz de Jehová, ni cumpliste el ardor de su ira contra Amalec, por eso Jehová te ha hecho esto hoy. Y Jehová entregará a Israel también contigo en manos de los filisteos; y mañana estarán conmigo, tú y tus hijos; y Jehová entregará también al ejército de Israel en mano de los filisteos”.

Sobra decir que Saúl quedó devastado por estas noticias. Conociendo en su corazón que lo que Samuel dijo era cierto y que al consultarle a una adivina había quebrantado la Ley (Deuteronomio 18:9-13), el desobedecerle a Dios una vez más había sellado su suerte para él, sus hijos y su ejército.

(Aquí les doy un poco de pensamiento para la mente de todos ustedes creyentes modernos. Dios no habría prohibido cosas como estas a menos que fueran reales y peligrosas. Por ejemplo, en la Biblia no existe ninguna prohibición en contra de volverse uno de color verde, porque Dios sabe que eso es imposible de lograr. Pero es obvio, por el texto, de que eso no era ningún truco de adivinos para sacarle dinero a Saúl. Esto era un evento real. Consultarle a los muertos a través de una médium, o un canal como ustedes también le dicen, era prohibido porque eso le abría la puerta a las fuerzas del mal que lo que quieren es dañar al pueblo de Dios. Es una buena idea que de vez en cuando repasáramos todas las cosas que Dios ha prohibido y que busquen las señales de estas en la vida de ustedes para que se aseguren que no están, sin saberlo, poniéndose en peligro.)

También como un cristiano del Nuevo Testamento, ustedes pueden sorprenderse de la manera cómo Dios parece haber abandonado a Saúl aquí. Permítanme recordarles que en mis días el Espíritu Santo podía venir sobre una persona, y aun morar en ella, pero nunca fue sellado en ninguno de nosotros. Eso no sucedió sino hasta después de la Cruz.

Cuando Saúl desobedeció a Dios por no haber destruido completamente a los amalecitas, Dios retiró Su Espíritu de él. El vacío espiritual resultante en la vida de Saúl, atrajo los espíritus malignos que los estuvieron afligiendo desde entonces. Hoy día él habría sido diagnosticado como insano (loco). Al continuar en su estado de desobediencia, Saúl se apartó a sí mismo de la sabiduría de Dios y de Su guía, y se volvió fácil presa para los espíritus malignos los cuales, eventualmente, lo destruyeron.

Mientras que algún pecado no confesado que usted lleva encima, interrumpirá su comunión con Dios, el Espíritu Santo no puede ser removido de usted. Y mientras que las fuerzas del mal pueden oprimir a los creyentes apartados de la comunión con Dios dentro de los límites establecidos por Él, con el propósito de instruirlo y restaurarlo, usted no puede ser poseído por estos de la manera como Saúl lo fue. (Vea 1 Corintios 5:1-5 y 2 Corintios 2:5-11).

Mientras tanto, yo tenía mis pequeños problemas. A pesar de que me había ganado la confianza de Aquis, los demás comandantes filisteos no estaban tan seguros. A ellos no les agradaba ver a estos hebreos en sus rangos, y conociendo mi reputación, ellos temían que yo me volviera en contra suya en la batalla y ayudara a inclinar la balanza a favor de Israel. Entonces ellos exigieron que yo y mis hombres nos fuéramos, así que al amanecer del siguiente día, eso fue lo que hicimos.

Tres días después, cuando nos acercábamos a nuestras casas en Siclag, divisamos el humo que subía hacia el despejado cielo matutino. Mientras estábamos ausentes, los amalecitas habían atacado nuestra aldea, se habían llevado cautivos a nuestras mujeres y niños, y habían quemado nuestras casas. Como ustedes esperarían, mis hombres se enfurecieron por esto, pero a pesar de que mi familia estaba entre los cautivos, pude encontrar fuerzas en el Señor y logré contener mi desesperación dentro de mí. Le pedí a los sacerdotes por la dirección del Señor, y me dijo que persiguiera a los amalecitas porque tendríamos éxito en recuperar a nuestros seres queridos y nuestra propiedad. De inmediato nos movilizamos y en el camino encontramos un esclavo enfermo que había sido abandonado a morir. Después que lo revivimos con alimento y bebida y prometimos perdonarle la vida, nos guió al campamento amalecita.

Una vez allí, los atacamos de inmediato, peleando sin parar hasta la noche del día siguiente. Cuando todo acabó, los habíamos derrotado completamente. Sorprendentemente pudimos recuperar nuestras mujeres y niños, ilesos, además de hasta la última parte del botín que habían tomado de nosotros. ¡Nada se había perdido!

Pero antes de volver a casa, recogimos los rebaños de los amalecitas y nos los llevamos como botín. Le envié una porción de lo obtenido a cada uno de los líderes regionales de los israelitas en señal de mi lealtad hacia ellos. Yo no quería darles la oportunidad de que alguien me pudiera haber visto entre las tropas de los filisteos y haber concebido la idea equivocada.

Pronto nos llegó la noticia de que cuando los filisteos le presentaron una feroz batalla a los israelitas, los primeros salieron victoriosos. Más aun, los tres hijos de Saúl murieron, como también el mismo Saúl, tal y como Samuel lo había predicho. Después de haber sido gravemente herido, Saúl cayó sobre su propia espada para evitar ser tomado prisionero. Los filisteos localizaron su cuerpo, le cortaron la cabeza y clavaron su cuerpo y los de sus hijos en las puertas de Bet-sán.

Hay dos lecciones que salen de esta historia. La primera es cuando tomé las cosas en mis propias manos y huí a Filistea para sentir un alivio temporal de Saúl, pero no progresé en mis caminos con Dios. De hecho, tomé el camino equivocado, viviendo una vida engañosa y recurriendo a los caminos de este mundo para mi sustento. No fue sino hasta que me sometí totalmente al Señor que me volví victorioso y todo me fue restaurado de nuevo.

La segunda lección la encontré en el contraste entre Saúl y yo, cuando cada uno de nosotros se preparaba para la batalla. Debido a su pecado no confesado de desobediencia, él estaba apartado de la comunión con Dios y, a pesar de que buscó al Señor para una respuesta, no obtuvo ninguna. En lugar de confesar su pecado para que pudiera recibir el perdón y ser restaurado, permitió que sus emociones controlaran su comportamiento y recurrió a los métodos ilegales, sellando así su suerte. Su familia fue destruida, la batalla fue perdida, su reino sobre Israel terminó, y su vida finalizó.

Cuando mis hombres y yo retornamos de la línea de batalla solo para encontrar nuestras casas quemadas y nuestras familias capturadas, yo me mantuve en calma, de inmediato envié por el sacerdote, y pedí la guía del Señor. Al estar en comunión de nuevo, recibí la respuesta, y la victoria me fue asegurada. Mi familia fue recuperara ilesa, la batalla fue ganada, y mi vida como rey de Israel estaba comenzando.