El Relato de David – Parte 6

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Miércoles 3 de agosto de 2022

PARTE 6

2 Samuel 1—4

Cuando me encontraba en Siclag me enteré de la muerte de Saúl. Un amalecita que había estado en la batalla me trajo la corona de Saúl y me dijo que él había matado al rey. Según el amalecita, Saúl había sido gravemente herido y los filisteos corrían hacia él para rematarlo y profanar su cuerpo. Saúl le pidió al amalecita que lo matara antes de que los filisteos llegaran. Él lo hizo y después tomó la corona del rey y me la trajo creyendo que lo iba a recompensar por ello. Yo pude determinar que él estaba mintiendo por eso le pregunté si él no tuvo ningún temor de levantar su mano en contra del ungido del Señor. El amalecita quedó sorprendido y antes que pudiera contestar di la orden a uno de mis hombres de que lo matase. Ese mentiroso estaba tratando de obtener una recompensa por haberse robado la corona del rey.

Yo compuse una canción en memoria de Saúl y de Jonatan y la canté en voz alta cuando hacíamos duelo por sus muertes. Más tarde yo puse a todos los hombres de Judá a aprenderse la canción, pero primero esperé por la palabra del Señor si debía regresar a Israel. A pesar del vacío en el liderazgo que dejó la muerte de Saúl, sentí que era mejor esperar por el momento asignado por el Señor, lo cual fue bueno hacer, pues yo necesitaría de toda la ayuda posible.

Cuando el Señor nos dio su aprobación, llevé a mis hombres a la región de Hebrón y nos instalamos en las ciudades de allí. Los líderes de Judá me visitaron y me ungieron como su rey. Pero Abner, quien había sido el general del ejército de Saúl, ungió a Is-boset, hijo de Saúl, como rey de Israel. Durante los siguientes siete años y medio, la nación tuvo dos reyes, uno por Judá, y el otro para el resto, mientras que se levantaba un intenso conflicto entre mis hombres y los hombres aun leales a Saúl, ahora dirigidos por Abner.

Uno de mis comandantes tenía por nombre Joab, y un día su hermano Asael decidió perseguir a Abner por casi todo Israel. Abner, repetidamente, le pidió que dejara de perseguirlo y que se devolviera, pues ambas de sus familias se conocían, pero Asael no se detuvo, así que finalmente Abner se volvió y lo mató para evitar que aquel lo matara a él.

Un tiempo más tarde, Is-boset acusó a Abner de haberse acostado con una de las antiguas concubinas de Saúl. Esto no era una cuestión sin importancia. El dormir con una concubina del difunto rey era una señal de que la persona quería asumir su poder. Is-boset estaba preocupado porque Abner tenía designios para el trono de aquel.

Abner estaba tan encolerizado por esta afrenta a su lealtad que salió a persuadir a todos los líderes de Israel para que cambiaran su lealtad hacia mi persona. ¡Y eso es cabalmente lo que hizo! Él me buscó en Hebrón para asegurarme que todo Israel estaba listo para hacerme su rey. Lo envié de vuelta para que arreglara una reunión con los líderes de Israel para formalizar sus deseos.

Tan pronto como Abner salió, Joab regresaba con algunos hombres que había dirigido en una emboscada. Oyendo que Abner acababa de estar conmigo, se enojó sobremanera y envió mensajeros para que regresara. Debido a que yo había despedido a Abner en paz, él estuvo de acuerdo en regresar. Cuando llegó, Joab pidió hablar en privado con él fuera de las puertas de la ciudad. Tan pronto se encontraron a solas, Joab sacó su puñal y lo apuñaleó en el estómago, matándolo. Joab era el Vengador de Sangre de su hermano Asael.

Esto requiere de alguna explicación. En aquellos días no existía ninguna fuerza policial y el sistema judicial era totalmente diferente. En caso de que alguna persona muriera en una pelea, el hermano mayor de la víctima estaba autorizado, y de hecho obligado, a perseguir al asesino y quitarle la vida para vengar al muerto. A este se le llamaba el Vengador de Sangre. Pero el Señor sabía que en algunos casos, la muerte de una persona había sido realmente accidental (hoy día ustedes le llaman a esa muerte homicidio involuntario) o un asunto de defensa propia, y por lo tanto, el pariente más cercano no estaba supuesto a ejercer un juicio imparcial en ese caso.

Así que Él y Moisés designaron seis ciudades de refugio en las cuales una persona que había matado a alguien bajo esas circunstancias, podía huir a refugiarse para protegerse del Vengador de Sangre. Una vez adentro, la persona podía elevar su caso ante los ancianos y si ellos decidían que era inocente, estaría protegido mientras que permaneciera dentro de las murallas de la ciudad hasta la muerte del Sumo Sacerdote de turno. En ese momento él quedaba libre para salir, y quedaba fuera del alcance del Vengador de Sangre. Tres de estas ciudades estaban situadas al norte y tres al sur. Hebrón, en donde nosotros nos encontrábamos, era una de esas ciudades en el sur (Deuteronomio 19:1-13).

Estas ciudades de refugio presentan un modelo interesante, aunque imperfecto, del Mesías. Todos nosotros éramos culpables de crímenes capitales (el pecado) y ardientemente perseguidos por uno estaba decidido tomar nuestras vidas (satanás). Cuando nos refugiamos en Jesús, para tener protección, Él nos brindó ese refugio. Puesto que Jesús es también nuestro Sumo Sacerdote, Su muerte nos liberó. Ahora estamos fuera de los límites de Satanás.

¿Por qué es imperfecto este modelo? Para poder obtener el refugio, el acusado tenía primero que llegar a la ciudad de refugio antes de que el Vengador de Sangre lo atrapara. Jesús lo encuentra a usted en donde usted está, en el momento en que usted lo busca. También, una persona tenía que ser inocente para poder obtener el refugio en una ciudad de refugio, pero Jesús protege al culpable. Y, finalmente, si una persona refugiada se atrevía a salir de la ciudad de refugio en la que estaba, mientras el Sumo Sacerdote vivía, era presa fácil para el Vengador de Sangre. Una vez que usted está en Cristo, usted ha sido sellado con el Espíritu Santo y de esa forma, usted está bajo Su protección para siempre, no importa en donde usted se encuentra (Efesios 1:13-14). Jesús es nuestra verdadera Ciudad de Refugio.

Cuando despedí a Abner en paz después que él me prometió la lealtad de todos los líderes de Israel, aparentemente él creyó que yo lo había eximido de la responsabilidad de la muerte de Asael y, por consiguiente, no vio ningún peligro cuando salió de la ciudad con Joab. Pero al atraerlo fuera de los muros de la ciudad, Joab lo hizo presa fácil bajo la ley, y lo mató para vengar la sangre de su hermano. Yo puse una maldición sobre la casa de Joab porque se aprovechó de un tecnicismo de la ley para matar a Abner, y además, porque me puso en peligro políticamente en el momento en que todos estos líderes de Israel me iban a respaldar.

Puesto que Abner era una figura prominente entre los seguidores de Saúl, yo me vi obligado a tomar acción inmediata para evitar ser acusado de haberlo matado para obtener un beneficio político. Públicamente desmentí cualquier participación en la muerte de Abner. De inmediato hice duelo por él, y puse a todos mis hombres a hacer lo mismo. Compuse un lamento en memoria de Abner, e hice arreglos para que fuera enterrado en Hebrón y dirigí personalmente la marcha fúnebre, ayunando todo el día del entierro. La gente pudo notar mi sinceridad y el Señor hizo que se dispusieran favorablemente hacia mí.

Con la muerte de Abner, todo el resto de la casa de Saúl entró en pánico. Estaban convencidos de que los iba a matar a todos. Aun Is-boset quien, había sido ungido como rey por Abner, tenía miedo. Todos sabían que Abner era el verdadero poder y ya muerto, temieron por sus propias vidas. Cuando la familia huyó a esconderse, el hijo menor de Jonatan, Mefi-boset, se lastimó quedando incapacitado permanentemente. De manera increíble, dos de los seguidores de Saúl se introdujeron en la casa de Is-boset mientras este dormía, y lo asesinaron en su propia cama. Le cortaron la cabeza y me la trajeron, creyendo que así ganarían mi favor por haber eliminado a un rival del trono. Como lo hice con el amalecita que dijo que había matado a Saúl, ordené matar a estos dos también.

Finalmente, como Abner lo había prometido, todos los líderes de las doce tribus de Israel vinieron a mí a Hebrón y me ofrecieron su lealtad. Hice pacto con ellos y me ungieron como rey de todo Israel. Entonces yo tenía treinta años de edad y reinaría durante un total de cuarenta años, contando los últimos siete años y medio que había reinado sobre Judá, y los treinta y tres en que reinaría sobre todo Israel.