El Relato de Jacob. Parte 6 – Conclusión

PARTE 6 – CONCLUSIÓN

GÉNESIS 47—50

Después que nos establecimos en Gosén, José tomó a cinco de sus hermanos y los llevó ante Faraón. Cuando Faraón les preguntó su oficio le dijeron que eran pastores, como José se los había indicado. En un pasado distante, Egipto había sido gobernado por los Hicsos, o los reyes pastores. Ese no fue un tiempo placentero para Egipto y ese recuerdo les producía un disgusto hacia los pastores. José sabía que al describirnos como pastores se nos aseguraría la tierra de Gosén, que quedaba a una distancia prudente de cualquier ciudad principal, lo cual nos separaría efectivamente de los egipcios evitando cualquier problema social que pudiera surgir debido a ese disgusto. Él también sabía que Gosén era un área particularmente adecuada para la crianza de animales y que nos gustaría. Todos salimos ganando.

Más tarde José me presentó a Faraón, quien se sorprendió cuando le dije que tenía 130 años de edad. Luego le dije que mi padre y mi abuelo habían vivido más años todavía. Es que el promedio de vida entre los egipcios era como de unos 35 años en esos días.

Mucha de esta disparidad se debía a las diferencias en nuestras dietas. La llamada comida kosher que más tarde anotaría Moisés en el desierto, había estado disponible a los seres humanos desde el principio (modificada en tiempos de Noé para que incluyera carne especialmente preparada) pero solamente aquellos de nosotros que habíamos permanecido fieles a Dios la seguíamos.

Los egipcios y otros que se habían apartado de Dios para seguir las religiones paganas, comían alimentos impuros, vivían una vida insalubre y por lo general seguían prácticas no saludables. Todo eso los hacía fácil presa para las enfermedades y las infecciones, reduciéndose así drásticamente su lapso de vida.

Después cuando José murió a la edad de 110 años, los egipcios creyeron que había vivido una vida encantada, favorecida por los dioses, cuando de hecho todos sus hermanos mayores aun estaban vivos.

Pero la hambruna persistía con fuerza cuando nos establecimos en Gosén, y sin las provisiones que José nos enviaba regularmente, todos habríamos muerto.

Pronto José había recogido todo el dinero que circulaba en Egipto como también en Canaán, y lo depositó en las cuentas de Faraón. Pero aun la gente sufría por el hambre. Entonces cambió sus animales y ganados por comida y pronto todo le pertenecía a Faraón. Cuando llegaron a pedirle más alimentos, terminaron intercambiando sus tierras y aun ellos mismos hasta que Faraón terminó dueño de todo el dinero, los ganados, la tierra y las personas de todo el mundo conocido, y José estaba a cargo de todo eso.

La gente estaba satisfecha con ese arreglo porque podían mantenerse con vida. Ser esclavos de Faraón era mejor que cualquier otra alternativa que pudieran ver. (Intenten ustedes verse de esa misma manera con el Señor. ¿Llegaron a la misma conclusión?)

Al final de los siete años de la hambruna, José le dio a cada familia suficientes semillas para que pudieran sembrar sus cosechas de nuevo, pero emitió una ley que obligaba a todos a darle a Faraón el 20% de la cosecha anual desde ese momento en adelante.

Un tiempo después José trajo a sus dos hijos a visitarme y mientras estaban allí los adopté como si fueran míos. Le dije a José que todos los demás hijos que tuviera serían suyos, pero que estos dos eran míos para llenar el campo de los hijos que Raquel nunca tuvo la oportunidad de darme, al haber muerto dando a luz a Benjamín. Cuando los bendecía lo hice en orden inverso a su nacimiento indicando así que el menor, Efraín, superaría al mayor, Manasés. Desde ese momento en adelante, los nombres de Efraín y Manasés fueron incluidos cuando se mencionaba a mis hijos.

Cuando me hice más viejo mi salud continuó decayendo hasta que un día me di cuenta que el fin se acercaba. Reuniendo a mis doce hijos le dije a cada uno lo que le vendría a sus descendientes en los últimos días. Les profeticé empezando por el mayor.

A Rubén le recordé que a pesar de que era el primogénito y había sido fuerte en honor y en poder, no recibiría los derechos de la primogenitura y sus descendientes no sobresaldrían tampoco porque él tuvo una relación sexual con Bilha, una de mis concubinas.

Luego condené a Simeón y a Leví por su acto inexcusable en contra de los de Siquem y también aparté de ellos el derecho de la primogenitura. Les dije que sus descendientes serían esparcidos por la Tierra Prometida y ciertamente el pueblo de Simeón fue absorbido por el de Judá, y los levitas no recibieron ninguna tierra como herencia, dándoseles únicamente 40 ciudades localizadas en todo el país.

Judá fue el siguiente. A él le di una parte de los derechos del primogénito; el tener autoridad sobre sus hermanos. Más tarde los descendientes de Judá fueron los reyes de Israel, y finalmente el Rey del Universo, el Mesías, saldría de la tribu de Judá.

A Zabulón le dije que sus descendientes vivirían en las costas cerca del mar, y se convertirían en un refugio para las naves. Isacar compartiría una frontera con Asiria y sería conquistado por ellos.

Dan, cuyo nombre significa juez, proveería la justicia. Sansón, quien fue el primero que empezó la liberación de Israel de los filisteos y se convirtió en uno de sus jueces, era de la tribu de Dan. Pero otros de sus descendientes, siendo más traicioneros, acarrearían la caída final de Israel. Los descendientes de Dan fueron los que introdujeron la idolatría en la tierra por el tiempo de Salomón.

Gad, cuyo pueblo se estableció en el Golán, viviría en guerra casi constante, protegiendo los flancos del norte de Israel.

La tribu de Aser se establecería en el norte cerca de Líbano y contribuiría con materiales valuados en cerca de tres mil millones de dólares para el Templo de Salomón, calculados en la moneda de nuestros días.

Llamé a Neftalí una cierva suelta que pronunciaría dichos hermosos. Sus descendientes fueron más mujeres que varones, pero once de los doce discípulos de Jesús eran originarios de la región de Neftalí y Zabulón.

También incluí profecías para Efraín y Manasés en mis palabras para José, prediciendo la fuerza y las habilidades de sus descendientes en batalla. Juntos se establecieron en el centro de Israel incluyendo el territorio en las colinas y en la tierra al este del Jordán, que era la tierra más fértil en la nación la cual llegaba hasta Jericó. Las bendiciones del Altísimo estarían sobre ellos debido al favor que José encontró ante el Señor, y la doble porción del primogénito caería sobre José también, para ser distribuida entre sus dos hijos.

De Benjamín dije que sería un lobo arrebatador. Los héroes y guerreros de Israel por lo general eran de la tribu de Benjamín, y sus ejércitos eran temidos a lo ancho y largo del territorio. El rey Saúl y su hijo Jonatan fueron dos buenos ejemplos. Saúl de Tarso, más tarde llamado Pablo, fue quizás el más grande desde la perspectiva de ustedes.

Antes de morir, hice que José prometiera enterrarme en Hebrón, para ser sepultado en la cueva con Abraham e Isaac y sus esposas. Mi primera esposa, Lea, también estaba enterrada allí. Cuando llegó el momento, todo Egipto hizo 70 días de duelo y una gran compañía de oficiales de Egipto acompañó a José a Hebrón y tomó parte de otros siete días de duelo allí.

Después que morí, mis otros hijos tuvieron miedo de que José se vengara de ellos por todo lo que le habían hecho. Pero él les recordó que a pesar de que sus acciones habían sido malvadas, el Señor las había utilizado para bien y que muchas vidas se habían salvado. Así fue como vivieron en paz en Egipto.

Al momento de su muerte, José les recordó a sus hermanos de la promesa que el Señor me había hecho a mí de que Él estaría con nosotros y que ciertamente nos devolvería a la tierra que nos había prometido. Entonces José hizo que le prometieran llevar sus huesos a la tierra prometida cuando llegara el momento de su regreso. Luego a la edad de 110 años él murió y fue embalsamado y colocado dentro de un ataúd en Egipto.

Yo espero que mi relato les haya permitido ver las muchas maneras en las que la vida de mi hijo José fue un preludio de la vida del Mesías. Como Pablo escribió en su carta a los Romanos, “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron…” (Romanos 15:4).

Al estudiar la vida de José no se puede evitar el ver los eventos en la vida de Jesús y demostrar una vez más hasta dónde ha llegado el Señor para revelarse a Sí mismo a todos ustedes a través de la vida y los tiempos de Su pueblo.

Y así mi hijo José, habiendo sido rechazado y traicionado por sus hermanos y vendido como esclavo a Egipto, literalmente se levantó de su proyectada tumba para convertirse en el segundo hombre más poderoso del mundo conocido. Por medio de su poder sobrenatural y sus acciones sin egoísmo, él por sí solo pudo salvar a la población del mundo de una muerte cierta, adquiriendo su riqueza en nombre del rey durante el proceso.

No es de sorprendernos, pues, que algunas personas llamen a Jesús “Mesías ben José”. Shalom.