Oye, oh Jehová, una causa justa; está atento a mi clamor. Escucha mi oración hecha de labios sin engaño.
De tu presencia proceda mi vindicación; vean tus ojos la rectitud. Tú has probado mi corazón, me has visitado de noche; me has puesto a prueba, y nada inicuo hallaste; he resuelto que mi boca no haga transgresión.
En cuanto a las obras humanas, por la palabra de tus labios yo me he guardado de las sendas de los violentos. Sustenta mis pasos en tus caminos, para que mis pies no resbalen. Yo te he invocado, por cuanto tú me oirás, oh Dios; inclina a mí tu oído, escucha mi palabra. Muestra tus maravillosas misericordias, tú que salvas a los que se refugian a tu diestra, de los que se levantan contra ellos.
Guárdame como a la niña de tus ojos; escóndeme bajo la sombra de tus alas, de la vista de los malos que me oprimen, de mis enemigos que buscan mi vida. Envueltos están con su grosura; con su boca hablan arrogantemente. Han cercado ahora nuestros pasos; tienen puestos sus ojos para echarnos por tierra. Son como león que desea hacer presa, y como leoncillo que está en su escondite.
Levántate, oh Jehová; sal a su encuentro, póstrales; libra mi alma de los malos con tu espada, De los hombres con tu mano, oh Jehová, de los hombres mundanos, cuya porción la tienen en esta vida, y cuyo vientre está lleno de tu tesoro. Sacian a sus hijos, y aun sobra para sus pequeñuelos. En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza.
La vida de David no era más diferente que la nuestra. Como creyente en una misión de Dios, él se encontraba rodeado de enemigos y necesitaba de constantes recordatorios que sería protegido, que prevalecería sobre aquellos que estaban dedicados a derrotarlo.
La gran diferencia es que los enemigos de David eran físicos, seres tangibles con espadas y lanzas; mientras que los nuestros con frecuencia son seres espirituales, invisibles, que trabajan por medio de otras personas cuyas armas son palabras y sentimientos como la furia, los celos o los prejuicios.
Pero de este salmo podemos ver que la defensa es la misma. Manténgase puro y limpio de pecado e invoque el Nombre del Señor. David, siendo un hombre en huida, no podía detenerlo todo y apresurarse al Tabernáculo para sacrificar un cordero cada vez que pecaba, de tal manera que el Señor debe de haberle enseñado cómo pedir perdón de la misma manera que nosotros lo hacemos. Por eso quizás él supo cómo escribir en el Salmo 51:15-17:
“Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza. Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”.
De alguna manera David aprendió que Dios está más interesado en nuestra motivación interior que en nuestras acciones externas. Con Dios siempre ha sido un asunto del corazón. Habiendo confesado su culpa y habiendo sido restaurado en justicia, David fue capaz de pedirle a Dios que lo protegiera y defendiera, de la misma manera como que lo necesitamos nosotros ahora. Y después de que David derramó su corazón ante el Señor es que recibió la seguridad que necesitaba, aun mientras oraba. En su pensamiento final antes de irse a dormir, David mostró que conocía que Dios lo había escuchado y que manejaría los asuntos de tal manera que cuando despertase estaría satisfecho. En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza.
Un cántico dice: “Pongo todas mis preocupaciones sobre Ti. Pongo todas mis cargas a Tus pies. Y cada vez que no sepa qué más hacer, pondré todas mis preocupaciones sobre Ti”. Es un buen consejo. Funcionó para David, y también funciona para nosotros.