Jehová, no me reprendas en tu furor, ni me castigues en tu ira. Porque tus saetas cayeron sobre mí, y sobre mí ha descendido tu mano. Nada hay sano en mi carne, a causa de tu ira; ni hay paz en mis huesos, a causa de mi pecado. Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza; como carga pesada se han agravado sobre mí.
Hieden y supuran mis llagas, a causa de mi locura. Estoy encorvado, estoy humillado en gran manera, ando enlutado todo el día. Porque mis lomos están llenos de ardor, y nada hay sano en mi carne. Estoy debilitado y molido en gran manera; gimo a causa de la conmoción de mi corazón.
Señor, delante de ti están todos mis deseos, y mi suspiro no te es oculto. Mi corazón está acongojado, me ha dejado mi vigor, y aun la luz de mis ojos me falta ya. Mis amigos y mis compañeros se mantienen lejos de mi plaga, y mis cercanos se han alejado.
Los que buscan mi vida arman lazos, y los que procuran mi mal hablan iniquidades, y meditan fraudes todo el día. Mas yo, como si fuera sordo, no oigo; y soy como mudo que no abre la boca. Soy, pues, como un hombre que no oye, y en cuya boca no hay reprensiones. Porque en ti, oh Jehová, he esperado; tú responderás, Jehová Dios mío. Dije: No se alegren de mí; cuando mi pie resbale, no se engrandezcan sobre mí.
Pero yo estoy a punto de caer, y mi dolor está delante de mí continuamente. Por tanto, confesaré mi maldad, y me contristaré por mi pecado.
Porque mis enemigos están vivos y fuertes, y se han aumentado los que me aborrecen sin causa. Los que pagan mal por bien me son contrarios, por seguir yo lo bueno.
No me desampares, oh Jehová; Dios mío, no te alejes de mí. Apresúrate a ayudarme, oh Señor, mi salvación.
¿Sabía usted que el Señor no lo puede castigar por sus pecados de la misma manera como castigaba a los pecadores en el Antiguo Testamento? A esta gente le daba lepra, la mordían serpientes venenosas, las plagas las golpeaban junto a sus ganados, o se los tragaba la tierra. Pero debido a la Cruz, en la que el Padre castigó a Su Hijo por mis pecados y los suyos, es que somos libres. No me mal interpreten, eso no quiere decir que usted no va a sentir las consecuencias terrenales de su comportamiento. Si usted comete un robo en una tienda y es capturado, probablemente irá a la cárcel, sea usted una persona cristiana o no. Pero usted no debe de preocuparse de que su nombre sea borrado del Libro de la Vida del Cordero. Su lugar en el cielo está asegurado.
¿Entonces por qué nos sentimos como David al describir su sentimiento en este Salmo luego de haber cometido un grave pecado? Pues bien, hay dos razones para ello. Podemos estar sintiendo la convicción del Espíritu Santo urgiéndonos a confesar nuestro pecado para que seamos perdonados. Si ya lo hemos confesado, entonces hemos sido perdonados (1 Juan 1:9) y los sentimientos que estamos experimentando son causados por la culpa. Y esa es otra fuente del todo diferente. La culpa es el arma que usa Satanás para abrir una grieta entre nosotros y el Señor.
Una manera segura para saber lo que estamos sintiendo es mirando en cuál dirección nos estamos dirigiendo. Si nos dirigimos hacia la cruz, es convicción, y si nos dirigimos en sentido contrario, es culpa. Cuando el Señor le preguntó a Adán si había comido del fruto prohibido, Él no estaba buscando información, sino que estaba buscando una confesión. El Señor ya sabía lo que había sucedido. La culpa de Adán hizo que este corriera a esconderse y a cubrir su cuerpo. Su negativa a confesar (culpó a Eva) fue la causa del distanciamiento que esperaba lograr Satanás, y Adán tuvo que abandonar el paraíso.
Si Adán hubiera confesado su pecado, ¿la historia humana habría sido diferente? Tendríamos que preguntárselo. Pero ¿será su vida diferente si usted simplemente confiesa sus pecados y luego reprende al diablo por tratar de colocar una grieta entre usted y su Señor? Claro que será diferente. La confesión restablece la comunión y es el antídoto para la culpa. Y porque ya no hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús (Romanos 8:1) ya no hay ningún lugar para la culpa en la mente del creyente que ha confesado. Pídale perdón al Señor y a quienes usted ha hecho daño (Él lo perdonará. Ellos talvez no, pero ese es problema de ellos.) Resista al diablo y huirá de usted (Santiago 4:7). Que tenga un buen día libre de culpa.