Miércoles 10 de julio de 2019
Un estudio bíblico por Jack Kelley
Parte 8 de 9
El principio global de la Carta a los Hebreos es que nuestra posición ante Dios debe de estar basada en creer que el sacrificio que hizo nuestro Gran Sumo Sacerdote, una vez y para siempre, es suficiente para nuestra salvación. Algunas personas han dicho que esta carta puede verse como un comentario de Habacuc 2:4, “El justo por su fe vivirá”. Martín Lutero vio este versículo escrito con fuego en el cielo mientras luchaba con sus dudas sobre el catolicismo, y así fue fortalecido para empezar el movimiento que se convertiría en la Reforma Protestante. Pero 1.500 años antes, el escritor de la Carta a los Hebreos pudo haber tenido este mismo versículo en mente cuando le rogaba a sus lectores que no se devolvieran al Sistema Levítico.
Hebreos Capítulo 11
Por la Fe
“Ahora bien, tener fe es estar seguro de lo que se espera; es estar convencido de lo que no se ve. Gracias a ella, nuestros antepasados fueron reconocidos y aprobados” (Hebreos 11:1-2).
Ahora el autor hace uso de su extenso conocimiento del Antiguo Testamento para traer a la mente de sus lectores, que mucho antes que la Ley gobernara el comportamiento del pueblo de Dios, sus ancestros más distinguidos habían vivido sus vidas según la fe. Al hacerlo así, él llena algunos de los vacíos de nuestro conocimiento con algunos detalles muy interesantes.
“Por la fe entendemos que Dios creó el universo por medio de su palabra, de modo que lo que ahora vemos fue hecho de lo que no se veía. Por la fe, Abel ofreció a Dios un sacrificio más aceptable que el de Caín, y por eso fue reconocido como un hombre justo, y Dios aceptó con agrado sus ofrendas. Y aunque Abel está muerto, todavía habla por medio de su fe” (Hebreos 11:3-4).
Ningún representante de la raza humana estaba presente durante la Creación. Adán no llegó sino hasta que la Tierra estaba lista para ser habitada y llena de vida animal y vegetal. Dios fue el único testigo, pero hizo que todos los detalles pertinentes fueran preservados para nuestra enseñanza, al pedirnos que creyéramos a Su palabra sobre la manera cómo Él lo había hecho. Fue, y aun es, la primera prueba de la fe del creyente. Es casi como si Él estuviera diciendo, “¿Cómo puede creer usted que Yo le he salvado como dije que lo haría, si usted no cree que Yo le he creado como dije que lo haría?”.
Después de la caída, había que hacer una provisión por el pecado del hombre para permitir que la vida continuara en la creación de Dios. Cuando Adán y Eva se confeccionaron ropas para ellos mismos, estaban haciendo el primer acto de una obra religiosa, cubriendo su vergüenza ante un Dios Santo por la obra de sus propias manos. Dios dijo, “No”, e hizo ropa para cubrirlos con pieles de animales. Él les estaba mostrando que solamente podían ser cubiertos ante Él por el derramamiento de sangre inocente. Luego Él construyó un altar en donde el querubín fue colocado y les enseñó una forma de lo que eventualmente sería el Sistema Levítico. Al ofrecer la vida de un animal inocente era una señal de su fe en la promesa de que “la simiente de la mujer” un día cambiaría el daño que ellos habían hecho y los redimiría de su atadura del pecado.
Más tarde, Caín se rebeló y continuó ofreciendo la obra de sus manos. Dios rechazó su ofrenda y Caín se enfureció. Dios le dijo, “¿Por qué te has enfurecido. Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido?” (Génesis 4:6-7). Desde el mismo principio, la única respuesta del hombre que es aceptable para Dios es por el derramamiento de sangre inocente combinada con la fe, como lo continúa demostrando la ofrenda de Abel.
“Por la fe, Enoc traspuso sin morir el umbral de la muerte, y nunca más se supo de él, porque Dios le hizo cruzar ese umbral; pero antes de cruzarlo, todos reconocieron que él era del agrado de Dios. Sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que él existe, y que sabe recompensar a quienes lo buscan” (Hebreos 11:5-6).
Según Judas 1:14-15, la primera profecía de la Segunda Venida le fue dada a Enoc, el cual vio por medio de los ojos de la fe cómo Dios finalmente les respondería a aquellas personas que se rebelan en Su contra. La tradición sostiene que Enoc nació el día 6 del mes de Siván, más tarde conocido como Pentecostés, y que fue “raptado” en su cumpleaños 365, en recompensa por su fe. Puesto que Enoc fue llevado mucho antes que sucediera el primer juicio universal sobre la humanidad, el diluvio universal, podemos deducir que la Iglesia será tomada antes del segundo juicio, la gran tribulación.
“Por la fe, con mucho temor Noé construyó el arca para salvar a su familia, cuando Dios le advirtió acerca de cosas que aún no se veían. Fue su fe la que condenó al mundo, y por ella fue hecho heredero de la justicia que viene por medio de la fe” (Hebreos 11:7).
Cuando Dios creó la Tierra, colocó un toldo de vapor de agua a su alrededor para protegerla de los dañinos rayos ultravioleta (Génesis 1:6). Esto prevenía la corrupción en el proceso de la regeneración celular, dándole a la gente largos períodos de vida. También significaba que la Tierra no tenía tormentas y ni siquiera mal tiempo, solamente una sucesión continua de días perfectos. Para irrigar la vida vegetal, Él hizo que un vapor de agua brotara de la tierra durante la noche, como un sistema de riego automático a nivel mundial (Génesis 2:6). El agua formaba riachuelos y ríos, y la vida vegetal floreció.
Es muy posible que las “cosas que no se ven” mencionadas aquí, incluyeran la lluvia. Es una de esas cosas con las que Noé le advirtió a la gente lo cual hizo que se burlaran de él. “¿Agua que cae del cielo? ¡Vamos!” Para cuando se dieron cuenta de que Noé no estaba loco, ya estaban en el agua, empapados hasta la médula, conforme el arca flotaba alejándose de ellos (Génesis 7:11-12). De toda la gente sobre la tierra, solamente Noé tuvo la fe de tomar a Dios literalmente. Se parece mucho a hoy día, ¿verdad? Háblele a la gente sobre la gran tribulación que se avecina y la mayoría de las veces usted tendrá la misma respuesta, “¿Dios haciendo llover el juicio desde el cielo? ¡Vamos!”
“Por la fe, Abraham obedeció cuando fue llamado, y salió sin saber a dónde iba, y se dirigió al lugar que iba a recibir como herencia. Por la fe, habitó en la tierra prometida como un extraño en tierra extraña, y vivió en tiendas con Isaac y Jacob, quienes eran coherederos de la misma promesa; porque esperaba llegar a la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:8-10).
Abraham nunca había visto el lugar que Dios le iba a mostrar, y haría un viaje mucho más largo que cualquier persona promedio de su tiempo se atrevería a hacer. No era un caso de fe ciega sino el de una fe nacida en la completa confianza de la confiabilidad de Dios. Ahora sabemos que Abraham vio más allá del increíble regalo de la Tierra Prometida, cuando también vio la Era del Reino, cuando todas las promesas de Dios a Su pueblo se harán realidad para siempre.
“Por la fe, Sara misma recibió fuerzas para concebir, aunque era estéril, y dio a luz, aun cuando por su edad se le había pasado el tiempo, porque creyó que era fiel quien le había hecho la promesa. Por eso también, de un solo hombre, que ya estaba casi muerto, llegó a tener una multitud de descendientes, tan numerosos como las estrellas del cielo y tan incontables como la arena que está a la orilla del mar” (Hebreos 11:11-12).
Cuando Isaac nació, Abraham tenía 100 años y Sara 90. Observe cómo el escritor completamente ignoró el asunto de Agar e Ismael, de la misma manera como anteriormente había ignorado el atraso de Abraham para dejar Harán hasta que su padre había fallecido, saltándose la orden de Dios de dejar la casa de su parentela (Génesis 12:1). Pedro hizo lo mismo al alabar la sujeción de Sara (1 Pedro 3:5-6) a pesar de que al haber impuesto su propia voluntad, produjo un problema que atormenta al pueblo de Abraham hasta esta fecha. Cuando nuestras vidas se caracterizan por la fe, Dios “olvida” nuestros lapsos y acredita nuestra fe como justicia.
Algunas personas ven la referencia de las estrellas en el cielo como que es Israel, los descendientes biológicos de Abraham, y la arena de la orilla del mar como que es la Iglesia, los descendientes espirituales de Abraham (Gálatas 3:29).
“Por la fe, todos ellos murieron sin haber recibido lo que se les había prometido, y sólo llegaron a ver esto a lo lejos; pero lo creyeron y lo saludaron, pues reconocieron que eran extranjeros y peregrinos en esta tierra. Porque los que dicen esto, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubieran estado pensando en la patria de donde salieron, tiempo tenían para volver. Pero ellos anhelaban una patria mejor, es decir, la patria celestial. Por eso Dios no se avergüenza de llamarse su Dios; al contrario, les ha preparado una ciudad” (Hebreos 11:13-16).
Ninguno de los patriarcas aspiró a tener riquezas o poder. A ninguno de ellos se le menciona como un rey de la tierra, a pesar de que varios de ellos ciertamente estaban en una posición para llegar a ser reyes. Abraham fue probablemente uno de los hombres más ricos de la tierra en su tiempo y, sin embargo, nunca construyó una casa, mucho menos una ciudad. Y todos ellos murieron sin haber visto que las promesas de Dios se hicieran realidad. Aun así, son elogiados por su fe.
Hoy día todas las personas que nos preocupamos de la vida por venir somos descritos por otros cristianos como que “tenemos una mentalidad demasiado celestial y que ya no somos buenos para estar en la tierra”. Sin duda alguna sí hubo algunos que pensaron de la misma manera sobre Enoc, Noé y Abraham y se burlaron por su falta de atención a las cosas de este mundo. ¿Pero adivine quién ríe ahora?
Tomemos un momento para aclarar la diferencia entre los destinos de Israel y de la Iglesia. Cuando la Biblia menciona el destino de los judíos, siempre es dentro del contexto de la Tierra. Por el otro lado, el destino de la Iglesia es claramente el Cielo, o para ser más exactos, la Nueva Jerusalén. A pesar de que se requiere un poco de esfuerzo para verlo así, esta diferencia está confirmada en Isaías 65:17 y Apocalipsis 21:1 en donde se menciona tanto un nuevo cielo como una nueva tierra. (Para el propósito de esta discusión vamos a ignorar las controversias sobre si eso sucederá en el Milenio o en la Eternidad, y cómo es que sucederá, ya sea que el antiguo cielo y la antigua tierra serán hechos nuevos o si ambos serán creados de la nada después que los antiguos han sido destruidos.)
Si el escritor de la Carta a los Hebreos estaba diciéndonos que desde el principio el pueblo de Dios ha esperado morar en el cielo, entonces, ¿por qué la necesidad de ambos?
Si tomamos los pasajes del Antiguo Testamento que mencionan el lugar de la morada eterna de Israel, tenemos que concluir que es en la Tierra. Hay varios de estos pasajes en el libro de Isaías (los capítulos 35 y 65:17-25, son un par de buenos ejemplos) pero quizás el pasaje más claro lo encontramos en Ezequiel 43:7 en donde después de la Segunda Venida, y luego de haber entrado en el Templo en Israel, en la Tierra, por primera vez en más 2.600 años, Dios dirá, “Aquí es donde Yo habitaré entre los israelitas para siempre”.
Mi punto es este. Solamente porque Abraham estaba buscando una ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios, y solamente porque todos los patriarcas estaban buscando un lugar mejor, uno celestial, no quiere decir que no puede ser aquí en la Tierra. De hecho tiene que ser así para que se puedan cumplir las promesas que Dios les hizo a ellos.
Por el otro lado, si a la Iglesia se le ha prometido claramente que un día Jesús retornará a la Tierra para llevarnos a todos con Él a un lugar al que Él estaba por irse cuando hizo esa promesa, que es el Cielo (Juan 14:2-3), Él no prometió retornar para decirnos que estaría con nosotros aquí en donde estamos ahora, como lo hizo Su Padre con Israel. Jesús prometió llevarnos con Él allá, en donde Él iba a preparar un lugar para nosotros. Cuando se fue de la Tierra llegó al Cielo y allí es donde Él ha estado preparando nuestro lugar. Cuando regrese por nosotros nos llevará allí. ¿Pueden ver la diferencia?
“Por la fe, cuando Abraham fue puesto a prueba, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía a su único hijo, a pesar de que Dios le había dicho: «Por medio de Isaac te vendrá descendencia». Y es que Abraham sabía que Dios tiene poder incluso para levantar a los muertos; y en sentido figurado, de entre los muertos lo volvió a recibir” (Hebreos 11:17-19).
Una lectura cuidadosa de Génesis 22 nos muestra que tanto Abraham como Isaac sabían lo que Dios estaba haciendo y estuvieron de acuerdo en hacerlo. Y según las palabras hebreas utilizadas, Isaac no era un niño en ese momento como se nos enseñó a muchos de nosotros, sino que era un joven lo suficientemente maduro como para estar en el servicio militar. La parte que tomó de la fe fue la de actualmente haber colocado a Isaac sobre ese altar para matarlo y de esa manera asistir a Dios en enviar Su mensaje. Pero ambos confiaron en Dios e Isaac permitió que su padre lo atara al altar y levantara el cuchillo para matarlo.
Abraham sabía que Dios le había prometido que una gran nación saldría de Isaac y también él sabía que Dios nunca rompería Su promesa. Por consiguiente, razonó que si mataba a Isaac, Dios tendría que levantarlo de los muertos. Y ya que él también sabía que obedecería a Dios, Abraham consideró a Isaac como si estuviera muerto desde el momento en que le dijo que lo sacrificara. Cuando Dios lo detuvo en efecto Abraham lo recibió de vuelta de los muertos. El tiempo que pasó fue de tres días.
El punto del episodio no fue el de probar la fe de Abraham. Fue para demostrar que Dios un día ofrecería a Su único Hijo en ese mismo lugar como un sacrificio por el pecado, y al obedecer a Dios Abraham estaba actuando sobre una profecía, enviándole al mundo un mensaje. Para demostrar eso, Abraham nombró ese lugar Jehová-jireh (Dios proveerá), diciendo “En el monte de Jehová será provisto” (Génesis 22:14)
“Por la fe, Isaac bendijo a Jacob y a Esaú acerca de las cosas venideras. Por la fe, cuando Jacob murió, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyado en la punta de su bastón. Por la fe, cuando José murió, anunció la salida de los hijos de Israel y dio instrucciones en cuanto a qué hacer con sus restos mortales” (Hebreos 11:20-22).
La profecía que recibió Rebeca al momento del nacimiento de sus hijos, le indicó que el mayor serviría al menor (Génesis 25:23). Aquí se nos dice que ni ella ni Jacob tenían que haber manipulado el resultado de la bendición patriarcal de Isaac, porque él estaba actuando en fe cuando pronunció la bendición del primogénito sobre Jacob en vez de sobre su hermano mayor Esaú. Y lo mismo hizo Jacob, cuando repitió el episodio al bendecir al hijo menor de José Efraín antes que a Manasés.
Yo creo que esta fue una profecía. En el sentido humano, Adán fue el primer hijo de Dios (Lucas 3:38), pero Jesús heredó la posición del primogénito sobre toda la creación (Colosenses 1:15). Por el testimonio de dos testigos esto fue así establecido.
José sabía de la promesa del Señor a Su pueblo y creyó que retornarían de Egipto a la Tierra que Dios le había dado a Abraham. Él sabía sobre los 400 años que pasarían mientras el Señor les daba oportunidad a los amorreos para que se arrepintieran, una oportunidad que Dios sabía que desaprovecharían (Génesis 15:13-21) y en fe les hizo prometer llevarse sus huesos para sepultarlos en la Tierra Prometida.
“Por la fe, cuando Moisés nació, sus padres lo escondieron durante tres meses, pues al ver que era un niño muy hermoso no tuvieron miedo del decreto del rey. Por la fe, cuando Moisés ya era adulto, rehusó llamarse hijo de la hija del faraón, y prefirió ser maltratado junto con el pueblo de Dios, antes que gozar de los deleites temporales del pecado, pues consideró que sufrir el oprobio [afrenta, injuria] de Cristo era una riqueza mayor que los tesoros de los egipcios. Y es que su mirada estaba fija en la recompensa. Por la fe salió de Egipto, sin temor a la ira del rey, y se mantuvo firme, como si estuviera viendo al Invisible. Por la fe, celebró la pascua y el rociamiento de la sangre, para que el que destruía a los primogénitos no llegara a tocarlos” (Hebreos 11:23-28).
Aquí vemos una insinuación, como en Hechos 7:20, que los padres de Moisés sabían que él sería el libertador de Israel. La tradición dice que su madre Jocabed tuvo un sueño sobre eso. Si eso fue así, entonces fue la fe de ella la que la impulsó a esconderlo para luego asegurarse que fuera la hija de Faraón la que lo encontraría. Quizás sabiendo esto fue lo que hizo que Moisés matara al soldado egipcio que estaba maltratando a un israelita, dando como resultado que huyera a Madián (Éxodo 2:11-12). Su regreso 40 años después fue suficiente para haberle borrado cualquier influencia que tuviera sobre la corte egipcia, habiendo hecho un dramático ejercicio de fe. Como un pastor de Madián, a la edad de 80 años, convirtió en ruinas al imperio más grande de su época, armado con nada sino la fe de que Dios estaría con él y que había elegido hacer Su obra por medio de él.
“Por la fe, pasaron por el Mar Rojo como si pisaran tierra seca; y cuando los egipcios intentaron hacer lo mismo, murieron ahogados. Por la fe, cayeron las murallas de Jericó después de rodearlas siete días. Por la fe, la ramera Rajab no murió junto con los desobedientes, pues había recibido en paz a los espías” (Hebreos 11:29-31).
¿Quién caminaría entre dos muros de agua de varios pisos de altura sin ninguna barrera visible que previniera que se ahogaran en un momento determinado? ¿Y quién marcharía alrededor de una ciudad todos los días durante una semana solamente porque se les dijo que los muros de esa ciudad caerían si lo hacían? ¿Y porqué una mujer iba a esconder de su propio pueblo a dos espías enemigos arriesgando su vida? Ninguno de ellos tenía experiencia como para confirmar la validez de sus actos. Como el escritor lo define, la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.
“¿Y qué más puedo decir? Tiempo me faltaría para hablar de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas, que por la fe conquistaron reinos, impartieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones (Daniel), apagaron fuegos impetuosos (Sadrac, Mesac y Abed-Nego), escaparon del filo de la espada (Elías), sacaron fuerzas de flaqueza, llegaron a ser poderosos en batallas y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros (David). Hubo mujeres que por medio de la resurrección recuperaron a sus muertos (las viudas de Sarepta y Naín, la mujer sunamita, la esposa de Jairo). Pero otros fueron atormentados, y no aceptaron ser liberados porque esperaban obtener una mejor resurrección (los mártires de la revuelta de los macabeos). Otros sufrieron burlas y azotes, y hasta cadenas y cárceles (Jeremías, Pablo y Silas). Fueron apedreados (Zacarías y Esteban), aserrados (Isaías), puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de un lado a otro cubiertos de pieles de oveja y de cabra, pobres, angustiados y maltratados (Juan el Bautista). Estos hombres, de los que el mundo no era digno, anduvieron errantes por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra (Eliseo). (Hebreos 11:32-38).
“Y aunque por medio de la fe todos ellos fueron reconocidos y aprobados, no recibieron lo prometido (el Mesías). Todo esto sucedió para que ellos no fueran perfeccionados aparte de nosotros, pues Dios había preparado algo mejor para nosotros. (Hebreos 11:39-40).
Pablo escribió que toda la creación anhela ardientemente que los hijos de Dios sean manifestados (Romanos 8:19). Ninguna de las promesas eternas de Dios se cumplirá sino hasta que nosotros, los que hemos creído por fe, seamos raptados y sentados ante la presencia de nuestro Señor. Lo mucho que podamos admirar y aun venerar a todos estos héroes de antaño, cuando el polvo de la rebelión se asiente y el Reino quede una vez más asegurado en las manos de su Creador, es que la Iglesia es la que va a tener una posición preeminente en toda la Creación, para que Dios pueda mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús (Efesios 2:7). Aleluya.