Nuestro espíritu y el de Dios. Seguimiento

Q

Jueves, 15 de junio de 2017

P: Ref.: Nuestro espíritu y el de Dios Usted dijo que nacemos con nuestro espíritu en armonía con el Espíritu de Dios. Yo entiendo que Jesús nos ordenó nacer de nuevo (en el espíritu). ¿Por qué necesitamos ser renacidos cuando Dios ya ha formado nuestro espíritu durante la concepción’ ¿Es la armonía original de nuestro espíritu inferior a lo que se requiere de un espíritu “nacido de nuevo”?

A

R: Es como esto. Cuando nacemos nuestro espíritu humano se encuentra en armonía con el Espíritu de Dios. Eso significa que la voluntad de Dios y la nuestra son la misma. Conforme maduramos, nuestra naturaleza pecaminosa, que es algo con lo que nacemos, empieza, de manera progresiva, a hacerse valer, haciendo que nos inclinemos en contra de la voluntad de Dios. En poco tiempo nuestra naturaleza pecaminosa es más fuerte que nuestro espíritu.

Mientras alcanzamos la edad en que ya somos responsables de nuestros actos (el uso de la razón), nuestro comportamiento no se toma en contra nuestra. Pero al alcanzar la edad del uso de la razón, ya somos responsables de nuestras acciones y puesto que nuestra naturaleza pecaminosa está en control, pronto somos destinados a la muerte, porque la muerte es el castigo por el pecado. Al confesar nuestros pecados y pedirle a Jesús que nos perdone, la pena de muerte queda anulada y volvemos a nacer para la vida eterna. Luego Dios envía Su Espíritu Santo para ayudar a nuestro espíritu a recobrar el control de nuestro comportamiento.

Pero la naturaleza pecaminosa simplemente no se va. Mientras vivamos debemos de manera consciente decidir quién es el que va a dirigir nuestro comportamiento, el Espíritu Santo o nuestra naturaleza pecaminosa. Algunas veces escogemos una y otras veces la otra. Dios sabía que eso sería un problema para nosotros, así que cuando nacemos de nuevo Él perdona todos los pecados de nuestra vida, inclusive los que todavía no hemos cometido (colosenses 2:13-14). De esa manera Él puede garantizar que el regalo de la vida eterna siempre será nuestro (2 Corintios 1:21-22). Por consiguiente, cuando pecamos después de haber nacido de nuevo, Él ya no cuenta eso en contra nuestra, sino en contra de la naturaleza pecaminosa que habita en nosotros (Romanos 7:18-20).