Apocalipsis 21-22

Un Estudio Bíblico por Jack Kelley

Habiendo llevado su descripción relacionada con el destino de Satanás y la resurrección de los incrédulos a su conclusión en el capítulo 20, Juan retorna ahora al principio del milenio para describir el nuevo hogar para la Iglesia en el capítulo 21 y la nueva Tierra en el capítulo 22. Nosotros sabemos eso porque la frase “un cielo nuevo y una tierra nueva” también aparece en Isaías 65:17 al comienzo de un pasaje que describe a Israel durante el Milenio.

Tomemos un momento para confirmar la secuencia de Apocalipsis 21. Las personas que creen que la Nueva Jerusalén no aparece sino hasta el final del Milenio no se dan cuenta que Apocalipsis 20:7-15 es una inclusión entre paréntesis que Juan coloca para continuar con su discusión del destino de Satanás y de las personas no salvas hasta llevarla a su conclusión final. Esto es algo que Juan hizo varias veces en la narrativa de Apocalipsis para ayudar a completar un pensamiento. (Por ejemplo, en Apocalipsis 12:3-6 él utilizó cuatro versículos para resumir la interferencia de Satanás en el plan de Dios en el período que abarca desde su rebelión pre-adámica hasta la Segunda Venida.) En Apocalipsis 21 Juan retorna al comienzo del Milenio para describir la Nueva Jerusalén.

Hay varias pistas en el texto que apoyan esta interpretación. Primero, Apocalipsis 20 comienza, “cuando se cumplieron los mil años” lo cual indica que, de un solo golpe, Juan había pasado hasta el final del Milenio. Segundo, Apocalipsis 21:1 es una cita directa de Isaías 65:17 en donde el contexto es claramente la Era del Reino de Israel, conocido como el Milenio, y tercero, los primeros cinco versículos de Apocalipsis 22 son un resumen de Ezequiel 47:1-12, que también se refiere a la Era del Reino en Israel. Si usted lo piensa por un momento se dará cuenta de que no hay ninguna necesidad ni tampoco un propósito para que haya un río de vida en la Nueva Jerusalén, siendo que esta es el hogar exclusivo de la Iglesia redimida. Tampoco allí habrá más enfermedad ni muerte, ni ninguna necesidad para la sanidad, como tampoco habrá nadie presente de las naciones (Apocalipsis 22:27). Eso más la similitud de las palabras confirma que en Apocalipsis 22:1-2 Juan estaba describiendo el Río de la Vida en la Tierra, tal y como Ezequiel lo hizo.

Y luego, está la mención de los árboles que producen diferentes clases de frutos cada mes en Apocalipsis 22:2. Esta referencia al tiempo confirma que Juan no estaba hablando de la eternidad, la cual, por definición, es la ausencia del tiempo.

También, la palabra traducida nueva en la cita de Juan de Isaías 65:17 también puede significar refrescada o renovada. Esto se refiere al momento que Jesús llamó la renovación de todas las cosas en Mateo 19:28 y que Pedro mencionó en Hechos 3:21. Esto se llevará a cabo al momento de la Segunda Venida.

En el Rapto de la Iglesia el Señor nos llevará a la casa de Su Padre para estar con Él en donde Él está (Juan 14:2-3). 1 Tesalonicenses 4:17 dice que una vez que vayamos ahí, siempre estaremos allí. Esta es la Nueva Jerusalén. Como veremos, Apocalipsis 22:1 muestra la Nueva Jerusalén descender del cielo y prosigue describiendo una entidad demasiado grande como para estar situada en la Tierra. Entonces, solamente se puede acercar a la Tierra.

En Mateo 24:29 Jesús dijo que el sol y la luna se oscurecerán al final de la Gran Tribulación. Apocalipsis 21:22-27 describirá a las naciones que caminan a la luz de la Nueva Jerusalén. Después de la Segunda Venida la Nueva Jerusalén va a remplazar al sol como su fuente de luz.

Apocalipsis 21:22-27 también muestra a los reyes de la tierra trayendo su esplendor a la Nueva Jerusalén, pero dice que nada impuro podrá entrar en ella, solamente aquellas personas cuyos nombres están escritos en el Libro de la Vida del Cordero, lo cual es una descripción de la Iglesia.

Al juntar todos estos versículos se nos muestra que aun hay tres grupos de seres humanos durante el Milenio. Israel en la tierra prometida, las naciones de la tierra aún en su estado natural, y la Iglesia perfeccionada, viviendo en la cercanía de la Tierra pero protegida de toda impureza. Una vez que empieza la eternidad, no quedará ningún trazo de impurezas en la Creación de Dios (1 Corintios 15:24-25).

Pues bien, empecemos con nuestro estudio de Apocalipsis 21.

Apocalipsis 21

La Nueva Jerusalén

“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más” (Apocalipsis 21:1).

Como mencioné, Jesús le llamó a esto “la regeneración de todas las cosas” en Mateo 19:28. Según Romanos 8:19-22 la misma creación ha estado gimiendo y con dolores de parto, aguardando a que los hijos de Dios sean revelados para que finalmente pueda ser liberada de la esclavitud de la descomposición. Los juicios de la Gran Tribulación sirvieron en parte para preparar la Tierra para su restauración. Con toda probabilidad, su órbita y eje retornarán a su configuración original, produciendo de nuevo el ambiente sub-tropical mundial que con seguridad disfrutaban nuestros primeros padres. Los grandes océanos, testigos silenciosos de la enormidad del diluvio en tiempos de Noé, serán trasladados hacia la atmósfera superior, restaurando el toldo de vapor de agua que protegía a los primeros seres humanos y permitiendo el retorno a la longevidad que ellos experimentaron (Isaías 65:20). El fondo de los océanos será elevado y las montañas serán bajadas, y la Tierra una vez más se parecerá al Planeta Edén como era cuando Adán entró en escena. Su atmósfera no será más la guarida de los demonios, y los cielos habrán sido purificados para siempre de la rebelión de los secuaces que siguieron a Satanás.

“Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.

Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas” (Apocalipsis 21:2-5).

Observen que mientras Juan miraba la Nueva Jerusalén descender del cielo, él no reportó que se posara en ninguna parte de la tierra. A pesar de que está lo suficientemente cercana de la Tierra como para que él pueda describirla con exactitud, no se encuentra situada sobre la Tierra.

Y no se engañen creyendo que la frase “dispuesta como una esposa” significa que la Nueva Jerusalén es la Esposa. No, sino que la palabra “como” nos indica que Juan estaba comparando la Nueva Jerusalén con una novia en su día de bodas. De la misma manera que no se escatima ningún gasto para hacer que una novia luzca lo más bella posible para su boda, de la misma manera ninguna creatividad de Dios se ha escatimado para hacer del hogar de los redimidos Su máxima expresión de belleza.

Finalmente, esa sola muerte en una colina fuera de Jerusalén, hizo que Dios y el hombre se pudieran reconciliar (Colosenses 1:19-20) y así se habrá cumplido lo que Su corazón siempre ha anhelado: morar con Su creación. Porque en la Iglesia, lo menos que Él hizo fue crear una nueva raza de seres humanos, que son tan justos como Él es, y adecuados para morar en Su presencia.

Y de esa manera, el Creador del Universo ha hecho todo nuevo, un Nuevo Cielo, una Nueva Tierra, y una Nueva Raza Humana. El daño ocasionado en el Jardín del Edén por la serpiente ha sido reparado.

“Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21:6-8).

En su primera carta a la Iglesia Juan había hecho la pregunta retórica, “¿Quién es el que vence al mundo? Y su respuesta es, “el que cree que Jesús es el Hijo de Dios” (1 Juan 5:5). Una vez más Dios aclara las alternativas. Jesús dijo, “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” (Juan 7:37). Acérquese a Quien provee el Agua Viva y beba de Él sin costo alguno, o permanezca en sus pecados y muera para siempre.

“Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal. Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel; al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas. Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero” (Apocalipsis 21:9-14).

Cuando Judas Iscariote traicionó al Señor y luego se suicidó, los Doce eran discípulos, o estudiantes. Más tarde, los once restantes, ahora Apóstoles (los enviados), votaron y escogieron a Matías para remplazar a Judas. Nada más se dice sobre Matías, y no sabemos por qué. Obviamente, al que seleccionó Dios fue a Pablo, el más prolífico de los autores del Nuevo Testamento. Yo creo que será el nombre de Pablo el que veremos en uno de estos cimientos.

“El que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro. La ciudad se halla establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura; y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios; la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales. Y midió su muro, ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es de ángel. El material de su muro era de jaspe; pero la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio; y los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda piedra preciosa. El primer cimiento era jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, ágata; el cuarto, esmeralda; el quinto, ónice; el sexto, cornalina; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el noveno, topacio; el décimo, crisopraso; el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista. Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era una perla. Y la calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio” (Apocalipsis 21:15-21).

Doce mil estadios corresponden a una distancia equivalente a 2.240 kilómetros, lo que significa que si esta ciudad desciende sobre Europa, cubriría todo desde Escandinavia a Gibraltar, y desde la costa de España hasta el talón de Italia. Alternativamente, cubriría todo el Oriente Medio, o toda la parte este de los EE.UU. desde Maine hasta la Florida, y desde el Atlántico hasta el río Misisipi. Y teniendo 2.240 kilómetros de altura, sería 4.000 veces más alta que el edificio más alto del mundo. Un globo con un diámetro de 2.200 kilómetros tendría el tamaño de la sexta parte de la Tierra o cerca de 2/3 del tamaño de la luna. Lo más seguro es que sea un pequeño planeta o un satélite en órbita baja. Lo que sabemos es que está dispuesta como una gigantesca ciudad con calles pavimentadas con el oro más puro, tan puro que es casi transparente, y, según Juan 14:2 está llena de moradas (mansiones).

Mientras que el nombre de estas piedras preciosas no es el mismo en todos los idiomas, lo más seguro es que sean las piedras del pectoral del Sumo Sacerdote.

“Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche. Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella. No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Apocalipsis 21:22-27).

No solamente el hogar de los redimidos no necesita de la luz del sol, sino de hecho, es la fuente de luz para las naciones de la tierra. Sus reyes traen lo mejor de la producción de la tierra para nuestro uso, a pesar de que los seres humanos naturales no pueden ingresar en ella. Habiendo sido nosotros el Templo de Dios durante toda la era de la Iglesia, ahora descubrimos que Él es nuestro para toda la eternidad.

Apocalipsis 22

El Río de Agua de Vida

“Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos. Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto” (Apocalipsis 22:1-6).

Como vimos al principio, este mismo río con sus árboles dando diferentes frutos cada mes y con sus hojas que tienen poder de sanidad se describe en Ezequiel 47:1 & 12 como que fluye de debajo del lado sur del Templo de la Ciudad Santa, ahora llamada Jehová Sama (Jehová Allí), en Israel (Ezequiel 48:35). Esto nos dice que estamos de vuelta en la tierra, admirando el río de agua limpia que fluye a través de la Ciudad Santa.

Según Zacarías 14:4-8, este río comienza a brotar abruptamente el día que el Señor retorna, corriendo en dirección sur hacia el valle que acaba de ser formado por el gigantesco terremoto que partió en dos el Monte de los Olivos, de este a oeste. Una vez que llega allí, llena completamente ese valle, fluyendo hacia el mar Mediterráneo en el oeste y hacia el mar Muerto en el este. Sus aguas salutíferas refrescan el Mar Muerto y los peces del Mediterráneo ahora nadan en abundancia (Ezequiel 47:9-10).

En el lugar en donde el río se divide hacia el este y el oeste, lo que quedó de la ciudad de Jerusalén se sitúa en sus bancos. Pero el viejo Monte del Templo, junto con el Domo de la Roca y la Mezquita de Al Aksa, quedan en completas ruinas en el fondo del río, para nunca más ser vistas. Todo esto estaba en el camino del terremoto, y el río se los tragó, finalizando así siglos de contiendas sobre el lugar que Dios una vez llamó la niña de Su ojo (Zacarías 2:8). (Esto lo cubrimos en gran detalle en Apocalipsis 11:15-12:17).

Esto confirma que Juan está hablando del Milenio en la Tierra y no de la eternidad. Y una vez más se nos dice de siervos que le servirán a Él y reinarán con Él, pero que nunca son llamados Sacerdotes o Reyes, y están en la Tierra no en la Nueva Jerusalén. Todas estas personas son los mártires resucitados de la tribulación de Apocalipsis 7:9-14 y Apocalipsis 20:4.

La Venida de Jesús

“¡He aquí, vengo pronto! Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro.

Yo Juan soy el que oyó y vio estas cosas. Y después que las hube oído y visto, me postré para adorar a los pies del ángel que me mostraba estas cosas. Pero él me dijo: Mira, no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios.

Y me dijo: No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca. El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía.” (Apocalipsis 22:7-11).

Ser un testigo ocular de la culminación de la historia humana es demasiado para Juan, así que cae a los pies del ángel que lo guiaba, en un acto de adoración. Pero, a diferencia de ese otro ángel, aquel que empezó todo este problema en su ansia por ser adorado, éste reprende a Juan, advirtiéndole que solamente debe de adorar a Quien merece ser adorado.

Juan fue llamado el discípulo a quien el Señor amó y quien recibió la descripción más clara del fin de la era. Con anterioridad, Daniel, llamado el profeta muy amado (Daniel 10:11), también había recibido descripciones detalladas del mismo período de tiempo. Cuando Daniel pidió una aclaración se le dijo que las palabras estaban cerradas y selladas hasta el tiempo del fin (Daniel 12:9). Pero aquí, se le dice a Juan que no selle las palabras porque el tiempo está cerca. A través de toda la era de la Iglesia, las profecías de Dios sobre los días finales de la tierra, estarán disponibles para que todas las personas las puedan leer. Todas aquellas personas que han estado tan predispuestas podrán ignorarlas y continuar en desobediencia, y aquellas personas que las han leído y aplicado, pueden hacer lo bueno y ser santos; pero el fin vendrá tal y como Juan lo vio, sin tener en cuenta la respuesta de las personas.

“He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último” (Apocalipsis 22:12-13).

Este pasaje hace tres afirmaciones sobre el Señor. Él es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin, y el Primero y el Último. Estos no son solamente pensamientos que se repiten.

Numerosas variaciones sobre la frase Alfa y Omega han autografiado la obra más grandiosa de Dios desde el principio. La primera letra del alfabeto griego es Alfa y la última es Omega. Es como si dijéramos “De la A a la Z” en español. Las letras equivalentes en el idioma hebreo son Alef y Tau. Estas dos letras aparecen, no traducidas, en un par de lugares interesantes en las Escrituras Hebreas. Una se encuentra en Génesis 1:1, después de la frase “En el principio creó Dios…” haciendo que en la versión hebrea se lea, “En el principio creó Dios, el Alef y el Tau, los cielos y la tierra”. Para poder darnos cuenta de esta redacción, debemos referirnos a una Biblia Interlineal Hebrea.

El otro lugar en que aparece se encuentra en Zacarías 12:10, en donde en el texto hebreo leemos, “Y mirarán a mí, el Alef y el Tau, a quien traspasaron…” Esta es una profecía sobre Israel que reconoce la verdadera identidad del Mesías al final de la era. Para los griegos Él es el Alfa y la Omega, el Cristo. Para los hebreos Él es el Alef y el Tau, el Mesías.

La palabra griega traducida “principio” es “arjé” la cual denota un orden de tiempo, lugar o rango. “Fin” viene de la palabra griega “télos” que significa el resultado final o propósito, el límite superior. De esta manera, Jesús es el primero en el orden del tiempo, lugar y rango (Colosenses 1:18), y representa el resultado final y óptimo, que es el propósito del hombre, para ser uno con Dios (Juan 17:20-23).

La palabra traducida “primero” es “prótos” y significa lo óptimo, lo mejor. De aquí se deriva la palabra “prototipo”. Y “último” viene de la palabra “esjatos” que es un superlativo que significa lo postrero, lo más lejos, lo final. El término “escatología” (el estudio de los tiempos finales) se origina de esta palabra. Él es el prototipo, ante el cual todo lo demás será comparado (Romanos 8:29), lo postrero o ejemplo final de la raza humana (Hebreos 1:3), el único jamás nacido.

Y así, Él estaba allí antes del principio y estará allí después del fin. Él representa el propósito final del hombre y es nuestro ejemplo perfecto.

“Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad. Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira.

Yo Jesús he enviado mi ángel para darles testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana” (Apocalipsis 22:14-16).

Esta es la última de las siete bendiciones en Apocalipsis. Las otras seis las encontramos en Apocalipsis 1:3, 14:13, 16:15, 19:9, 20:6, y 22:7. Una última vez se nos recuerda que mientras que nosotros no somos judíos, el Dios que adoramos sí lo es. La frase “la raíz y el linaje de David” nos recuerda la profecía mesiánica de Isaías 11:1-3.

Algunas versiones modernas de la Biblia han traducido incorrectamente del hebreo Isaías 14:12, otorgándole a Satanás el título de Lucero de la Mañana. Cuando se tradujo por primera vez la Biblia al idioma latín, la palabra hebrea “jeilél”, se convirtió en Lucifer, o el portador de luz, y así es como se originó ese nombre. Jeilél literalmente significa el que brilla, pero su intención es la jactancia o el orgullo, llamando la atención hacia sí mismo, o como sintiéndose el centro de todo. La frase completa en Isaías 14:12 es Jeilél ben Sashar que significa el que brilla, el hijo de la mañana. Nuestro Señor Jesús es la única y sola Estrella Resplandeciente de la Mañana.

“Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17).

Este es el recordatorio final del Señor de que el precio de nuestra salvación ya ha sido pagado, y está disponible de manera incondicional a cualquier persona que lo pida. “Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mateo 7:8). ¿Cuántas veces tendrá que decir Él que Él no creó a nadie sin esperanza?

“Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro” (Apocalipsis 22:18-19).

A pesar de esta clara advertencia, ha habido muchos intentos de alegorizar o de espiritualizar este libro en algo diferente a lo que nunca fue su intención de ser. Este libro de Apocalipsis no es ni historia, ni alegoría, ni fantasía, sino que es profecía. Y esta se cumplirá tal y como Dios ha prometido, a pesar de todos los esfuerzos para negarla.

“El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve.

Amén; sí, ven, Señor Jesús.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos ustedes. Amén” (Apocalipsis 22:20-21).

Con esto concluimos nuestro estudio del Libro de Apocalipsis.

 

Título Original: Revelation 21-22

Traducido por Walter Reiche B.

walterre@rtacsa.co.cr