El Profeta, el Sacerdote, y el Rey

Miércoles, 24 de febrero de 2016

Un comentario por Jack Kelley

Yo creo que ustedes estarán de acuerdo con este fascinante relato de cómo Dios usó a Daniel el Profeta, a Jeduah el Sumo Sacerdote, y a Alejandro Magno, Rey de Grecia, para preparar al mundo para recibir el Evangelio, empezando 500 años antes del hecho.

Alejandro Magno nació en al año 356 a.C. Hijo de Filipo, Rey de Macedonia, y de su esposa Olimpia. Cuando era niño se dio cuenta de cómo sus compatriotas griegos, un grupo desunido de tribus autónomas, experimentaban dificultades que los imposibilitaban unirse para formar una poderosa fuerza cohesiva. Debido a eso los persas que gobernaban el mundo conocido, los mantenían subyugados. Alejandro se encolerizó particularmente cuando los persas derrotaron y humillaron a su padre, tratando al pueblo de manera cruel.

Él determinó que los problemas se debían mayormente a su incapacidad de poderse comunicar entre sí debido a los muchos dialectos individuales que habían desarrollado. Esto producía muchos malentendidos y desconfianza lo cual daba como resultado un desgano para comprometerse plenamente los unos con los otros.

Con la ayuda de su padre Filipo, Alejandro inventó un nuevo idioma, más tarde llamado el griego común o Koinonía, el cual les enseñó a los diferentes caudillos y los convenció para que lo utilizaran cuando se comunicaban con las demás tribus. Pronto todas sus diferencias fueron resueltas y la confianza mutua fue restaurada. Lo que había sido una clase de chusma tribal con facciones auto interesadas, estaba en camino a convertirse en un poderoso ejército.

Cuando Filipo murió a causa de la traición de los persas, Alejandro, a la edad de 20 años, se convirtió en rey de la ahora unificada Grecia, y juró vengarse. Llevando su recién entrenado ejército al campo de batalla en Isos, Alejandro derrotó por primera vez a los persas en el año 333 a.C. Dos años más tarde aplastó al poderoso ejército de los persas compuesto de cien mil soldados con solamente cuarenta mil soldados de sus propios hombres, obteniendo así acceso a todo el Asia Menor, o a lo que nosotros llamamos ahora el Medio Oriente. Esto era un cumplimiento de una profecía en Daniel 8:5-7.

Antes de su muerte, el Rey Filipo le había dicho a su hijo que Macedonia era demasiado pequeña para él por lo que debía poner su mirada sobre Persia y luego sobre el resto del mundo.

Habiendo derrotado a los persas, Alejandro se propuso llevar a cabo el resto de su meta. Rápidamente engulló a Antioquia, Damasco y Sidón y se encontró en las afueras de Tiro, un objetivo formidable que grandes generales en el pasado no habían podido conquistar. Para fortificarse a sí misma, esta ciudad fenicia de tierra firme había sido literalmente desmantelada y reconstruida en una pequeña isla fuera de la costa. Los fenicios (modernos libaneses) eran unos marineros consumados y no tenían ningún problema para defenderse de las débiles naves de sus posibles atacantes. Reabasteciéndose por el mar también podían soportar un asedio prolongado de las fuerzas militares terrestres. Los asirios habían asediado la ciudad durante cinco años en un esfuerzo para derrotarlos, sin tener éxito, y aun el gran Nabucodonosor se dio por vencido luego de 13 años de sitiar la ciudad. (Ezequiel 29:17-20 dice que como recompensa por su noble esfuerzo, el Señor le dio a Nabucodonosor todo Egipto)

La ciudad de Tiro se había hecho tan poderosa y rica que el rey presumía ser la personificación del dios fenicio Melcart, regente de los mares. Esto le disgustó tanto al Señor que declaró la destrucción de Tiro (Ezequiel 28:1-10) y escogió a los griegos como Su instrumento. Alejandro terminó de quitar los restos de la ciudad que había quedado en tierra firme y empezó a construir un camino en el mar hacia la isla. Esta tarea le tomó siete meses completarla al cabo de la cual pudo tomar la ciudad fortificada y derrotarla en cumplimiento de Zacarías 9. Las ciudades sureñas filisteas de la costa sufrieron igual suerte.

Tiro se edificó una fortaleza y acumuló plata como el polvo, y oro como el lodo de las calles. Pero el Señor se apoderará de ella y destruirá en el mar su poderío, y ella será consumida con fuego. Ascalón lo verá y temerá. Gaza también temblará en gran manera; lo mismo Ecrón, porque su esperanza ha sido avergonzada. Dejará de haber rey en Gaza, y Ascalón no será habitada. En Asdod se sentará un bastardo, y destruiré la soberbia de los filisteos” (Zacarías 9:3-6).

Ahora Alejandro puso su mira hacia Jerusalén. El Sumo sacerdote Jeduah había rehusado con anterioridad la exigencia de Alejandro de proveerle provisiones y hombres para ayudarlo a conquistar Tiro, aduciendo que un tratado con los persas le impedía a Israel ayudar a los griegos. Pero la intención de Alejandro en ese momento era la de enseñarles a los judíos con quién es que debieron haber hecho ese tratado en primer lugar. Según el historiador Josefo, Jeduah y todo Jerusalén buscaron aterrorizados al Señor, en oración y sacrificios. El Señor le dijo a Jeduah que no se preocuparan sino que él y los demás sacerdotes se vistieran con sus ropas más finas, le abrieran las puertas de la ciudad de par en par y saludaran a Alejandro dándole la bienvenida cuando llegara.

Y eso mismo fue lo que hicieron. Vestidos de lino blanco, batones de púrpura y cubrecabezas dorados, los sacerdotes de reunieron detrás de Jeduah, abrieron las puertas de la ciudad y salieron a saludar a Alejandro. Asombrado por este saludo, Alejandro bajó de su cabalgadura y se inclinó ante Jehuda. ¡Los judíos no podían creer lo que estaban viendo! Cuando le preguntaron sobre eso, Alejandro respondió, “Yo no le rendí homenaje a Jeduah, sino al Dios que le hizo Sumo Sacerdote”.

Luego él explicó que una noche hacía varios años, cuando no podía conciliar el sueño pensando cómo podía derrotar a los persas, tuvo una visión en la cual veía a Jeduah y a todos los sacerdotes vestidos y reunidos ante él tal y como los vio ese día. En su visión Jeduah le dijo que el Señor guiaría sus ejércitos a la victoria en contra de todos sus enemigos incluyendo los persas. Jehuda le dijo que no se retrasara sino que procediera de inmediato. Un corto tiempo después Alejandro pudo derrotar a los persas y en ese día, en las afueras de Jerusalén, la visión se volvió una realidad. Luego entró en el Templo para ofrecer sacrificios al Señor, perdonando a la ciudad.

Entonces Jeduah trajo el libro de Daniel, escrito 200 años antes, y señaló la porción que nosotros llamamos el capítulo 8, en el que en la visión de Daniel, un macho cabrío con un cuerno derrotaba a un carnero lo cual representaba al rey de Grecia derrotando a los persas. (Esta visión le había sido dada a Daniel hacía más de 200 años, en el año 551 a.C., y el ángel Gabriel se la había interpretado personalmente a Daniel en Daniel 8:20-21.) Alejandro de inmediato entendió que él era ese rey de quien Gabriel había hablado (Antigüedades de los Judíos, Libro XI, capítulo VIII, parte 5).

Desde ese momento en adelante, Alejandro les dio grandes privilegios a los judíos en su reino, permitiéndoles mantener sus propias leyes y tradiciones, no solamente en Jerusalén sino en el resto del reino también. Otras ciudades, habiendo oído lo que sucedió en Jerusalén, abrieron de par en par sus puertas tal y como el Señor le había ordenado a Jehuda que hiciera, esperando un favor similar. Y así fue como Alejandro conquistó muchas de ellas sin ninguna resistencia.

Recordando el éxito que tuvo uniendo las tribus griegas por medio de un idioma común, Alejandro hizo obligatorio el uso de su idioma griego común a donde quiera que fuera. Era su manera de asegurar la paz en su reino. En un corto período de tiempo, todo el mundo conocido leería y hablaría griego sin importar su idioma nativo. Fue el primer idioma oficial del mundo, y se mantuvo así aun varios cientos de años después durante el tiempo de Roma.

Y esa era la situación cuando los Evangelios fueron escritos y circularon la primera vez; y cuando el apóstol Pablo escribió y le habló a las audiencias del norte de África cerca del límite oriental del Mar Mediterráneo hasta Europa central, el idioma con el cual se entendieron y se divulgaron las Buenas Nuevas, fue el idioma griego común de Alejandro.

El profeta Daniel lo previó, el sacerdote Jeduah lo promulgó, y el rey Alejandro lo cumplió. Pero mucho antes de que los cimientos del mundo fueran colocados, Aquel Quien tiene todos estos tres oficios, Profeta, Sacerdote y Rey, lo había decretado. (28/05/2011)