17 de junio de 2017
Un estudio bíblico por Jack Kelley
Parte 1 de 9
Una cantidad razonable de preguntas que se me han hecho tratan sobre si nuestra salvación es condicional o no, y cuál parte de nuestro comportamiento juega un papel en obtenerla y en mantenerla, o si es una causa para perderla. Las respuestas a estas y otras preguntas sobre nuestra relación con el Señor las encontramos en la Carta a los Hebreos, por eso es que he tomado citas de esta carta de manera regular en mis prédicas. Pero a pesar de que he enseñado sobre Hebreos muchas veces en el pasado, tanto desde el púlpito como en la plataforma, nunca antes había publicado un estudio comprensivo sobre la misma.
La Carta a los Hebreos fue escrita por un autor anónimo, pero ha habido especulaciones sobre su autoría a lo largo de la historia de la Iglesia. La sugerencia más antigua y que fue registrada en el año 200 d.C., fue que Bernabé, un judío estudiado de la tribu de Leví, y uno de los asociados a Pablo, la escribió. Desde el año 400 hasta 1.600, se asumió de manera universal que Pablo fue su autor. Después de la Reforma, Apolos se convirtió el candidato principal, posiblemente porque Martín Lutero lo había propuesto como el autor más probable de esta carta.
Estos tres personajes contaban con antecedentes judíos y un tremendo poder intelectual como para haberla escrito, pero en lo personal yo sigo favoreciendo a Pablo. Él tenía tanto la fuerte motivación para escribirla por el deseo apasionado de ver a sus hermanos aceptar a su Mesías, como el permanecer anónimo, puesto que él era considerado como un traidor por el liderazgo judío. Pero así como la sola mención de su nombre los incitaba a la ira, Pablo dijo que él estaría de acuerdo en ser maldito y estar separado del mismo Cristo, si eso significaba que la salvación pudiera llegar a los de su propia raza (Romanos 9:3). Y mientras que algunas personas habían retado la autoría de Pablo, afirmando que la carta no fue escrita por él porque no tiene su estilo típico, es más cercana a su estilo que al de Apolos o Bernabé. Pero el simple hecho es que la Carta a los Hebreos fue escrita anónimamente bajo la dirección del Señor, el cual tuvo Sus propias razones para hacerlo de esa manera. Y eso debe de ser suficiente para nosotros.
Mientras que no se indica ninguna fecha, quienquiera que escribió esta carta lo hizo entre los años 35 y 70 d.C. ya que no se hace ninguna mención de la destrucción del Templo. De hecho el Templo es referido en el tiempo presente varias veces. El propósito de la carta era poder documentar la absoluta suficiencia de la muerte del Señor, como pago total por los pecados de las personas, a una comunidad grande de creyentes judíos en Israel muchos de los cuales habían sido sacerdotes en el Templo cuando eso sucedió. Se estaba ejerciendo una presión considerable sobre ellos para que regresaran al judaísmo, o por lo menos, mantuvieran algún tipo de estado híbrido, mezclando la adherencia al sistema levítico con la creencia en Jesús como el Mesías de Israel.
Este intento de “judaizar” el Evangelio no estaba confinado solamente a Jerusalén durante el Siglo I. Desde el momento que Jesús fue a la cruz hasta el día de hoy, las personas han tratado de añadir sus propios esfuerzos a la ecuación de la salvación, en un intento mal dirigido ya sea para completar, o para mantener lo que ellas creen que el Señor solamente pudo completar en forma parcial. Al hacerlo de esa manera, ellas están relegando la muerte del Señor al mismo nivel que la de los bueyes y carneros, lo cual no es suficiente para hacer la obra. Pero desde un principio la carta nos ofrece una evidencia persuasiva de la divinidad del Señor, lo cual es otro asunto que aun no está resuelto en la mente de algunas personas, haciendo con ello que cualquier pensamiento de insuficiencia sea aun más ridículo.
Así pues, el mensaje de la Carta a los Hebreos es que Dios se hizo hombre para llevar a cabo por cuenta del hombre lo que este nunca podrá lograr por sí mismo. Y todo lo que nos queda por hacer, y ciertamente es todo lo que podemos hacer, es aceptar esto por fe y entrar en un reposo duradero debido a la obra de nuestra salvación. Todo el contenido de la carta ha sido considerado desde esta perspectiva. El conflicto entre la Ley y la Gracia se hará evidente en casi todos los capítulos, así como también la necesidad de escoger la gracia. Claramente esta carta tiene tanto que decirnos a nosotros ahora como lo hizo con ellos en aquel entonces. Así que empecemos.
Hebreos Capítulo 1
“Dios, que muchas veces y de distintas maneras habló en otros tiempos a nuestros padres por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio del Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y mediante el cual hizo el universo” (Hebreos 1:1-2)
De inmediato en Señor es revelado como el Hijo de Dios, Su Profeta para los postreros días, y el único por quien el universo fue creado. Su llegada cambió la manera en la que Dios se comunicaba con Su pueblo. Desde ahora en adelante todo tenía que conformarse con las palabras del Hijo. Sin ningún preámbulo el Señor es mostrado no como un mero hombre que vivió entre ellos durante 33 años, sino uno Quien, en palabras del Profeta Miqueas, es desde la eternidad pasada (Miqueas 5:2). Juan haría la misma afirmación en su Evangelio (Juan 1:1-3).
“Él es el resplandor de la gloria de Dios. Es la imagen misma de lo que Dios es. Él es quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder. Después de llevar a cabo la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la derecha de la Majestad, en las alturas” (Hebreos 1:3).
Dios es un Espíritu, invisible a las personas. En Su Hijo Él se convirtió en la imagen visible de Sí mismo, reconocible a la gente. “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”, dijo Jesús (Juan 14:9). Y después que murió por nuestros pecados, se levantó de los muertos y ascendió al cielo y se sentó a la diestra de la Majestad, con la obra de nuestra salvación totalmente terminada. No había sillas en el templo porque la obra de purificación de los sacerdotes nunca fue hecha. Después que Jesús había (literalmente por Si mismo) proveído la purificación por los pecados, Él se sentó. La obra estaba terminada. Ya no había más que hacer.
En algún momento en el pasado se había decidido que el Hijo se convertiría en un ser físico y cuando eso sucediera sería para siempre. Por eso es que hay un hombre sentado en el Trono de Dios hoy, uno que ciertamente ha sido exaltado, pero un hombre después de todo. Y cuando Dios sale del tiempo lo ve a usted allí también, sentado y sentada con Él, el ejemplo durante toda la eternidad de las incomparables riquezas de Su gracia (Efesios 2:6-7).
“Y ha llegado a ser superior a los ángeles, pues ha recibido un nombre más sublime que el de ellos” (Hebreos 1:4).
En hebreo los ángeles son llamados ben elojim, que se traduce como hijos de Dios. Jesús es el único hijo engendrado por Dios.
“Porque jamás dijo Dios a ninguno de sus ángeles: «Tú eres mi Hijo. Yo te he engendrado hoy.» [Salmo 2:7], Ni tampoco: «Yo seré su Padre, y él será mi hijo.» [2 Samuel 7:14] (Hebreos 1:5)
En esta segunda referencia, Dios le estaba hablando a David sobre Salomón, pero el escritor muestra que el Hijo Mesiánico de David está a la vista, no solamente su hijo biológico.
“Además, cuando Dios introduce al Primogénito en el mundo, dice: «Que lo adoren todos los ángeles de Dios.» (Usted tiene que leer Deuteronomio 32:43 en la Septuaginta, para entender esto.) Acerca de los ángeles, dice: «Él hace que sus ángeles sean como vientos, y sus ministros como llamas de fuego.» [Salmo 104:4] Pero del Hijo dice: «Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre; el cetro de tu reino es un cetro de justicia. Amas la justicia, y odias la maldad. Por eso te ungió Dios, tu Dios, con óleo de alegría más que a tus compañeros.» [Salmo 45:6-7]” (Hebreos 1:6-9)
Esta es una cita sorprendente la cual muchas personas pasan por alto. Muestra al Padre llamando al Hijo “Dios”. Jesús había dicho que Él es Dios. Juan (Juan 1:1) y Pablo (Colosenses 1:15) están de acuerdo. Pero aquí es el mismo Dios el que lo confirma.
“Y también dice: «Señor, tú fundaste la tierra en el principio, Y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, pero tú permaneces para siempre. Todos ellos se desgastarán como un vestido; los enrollarás como un manto, y quedarán cambiados; pero tú eres el mismo, Y tus años no tendrán fin.»” [Salmo 102:25-27] (Hebreos 1:10-12).
El salmista le atribuye esto al Padre, pero el escritor de la Carta a los Hebreos lo aplica al Hijo. No solamente Él habitó en la eternidad pasada, sino que también habitará en la eternidad futura.
“Dios jamás le dijo a ninguno de los ángeles: «Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.» [Salmo 110:1] ¿Y acaso no son todos ellos espíritus ministradores, enviados para servir a quienes serán los herederos de la salvación?” (Hebreos 1:13-14).
La noción de que Jesús fue un ángel, cosa que el gnosticismo primitivo sostenía y los Testigos de Jehová aun enseñan, queda claramente refutado. Mientras que los ángeles existen para ministrar al pueblo de Dios, Jesús es la imagen visible de Dios. Él estaba con Dios en el principio y Él es Dios. Él se hizo carne y vivió entre nosotros. Dios en forma humana.
Hebreos capítulo 2:1-4
“Por tanto, es necesario que prestemos más atención a lo que hemos oído, no sea que nos extraviemos. Porque si el mensaje anunciado por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió su justo castigo, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? Esta salvación fue anunciada primeramente por el Señor, y los que la oyeron nos la confirmaron. Además, Dios la ha confirmado con señales y prodigios, y con diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo, según su voluntad” (Hebreos 2:1-4).
Aquí tenemos la primera advertencia del escritor en contra de deslizarse de vuelta al judaísmo. La Ley fue dada en el Monte Sinaí con ayuda de los ángeles (Deuteronomio 33:2; Hechos 7:38; Gálatas 3:19). ¿Y si era obligatoria, rehusando el perdonar siquiera una sola violación, cuánto más el remedio, el regalo gratuito de la Gracia dada por el mismo Señor y confirmado con testigos, milagros y regalos? Los dos no pueden coexistir porque no existe ningún lugar intermedio. A pesar de todas las demás libertades, la gracia no nos otorga la libertad de participar en nuestra propia salvación por mantener la ley.
Este es el comienzo práctico de una compleja carta escrita a unas personas que obviamente tenían más que un conocimiento pasajero de sus escrituras. Para ellos era el puente que unía la Torá con el Evangelio. Para nosotros es una mirada retadora dentro de los fundamentos teológicos de la Iglesia, cuando descubrimos que ese puente es de doble vía. Más la próxima vez.