Lunes 24 de junio de 2019
Un estudio bíblico por Jack Kelley
Parte 3 de 9
En la Parte 2 aprendimos que ya que los israelitas rehusaron entrar en la Tierra Prometida por la fe, Dios declaró que nunca entrarían en Su reposo. Los devolvió al desierto para que pasaran el resto de sus vidas allí. Sin embargo, Él aun proveyó y los protegió allí, y ellos aun eran Su pueblo. Pero no recibieron las promesas que deberían haber sido suyas, debido a su incredulidad. También vimos que los israelitas que aceptaron la liberación de la atadura de la esclavitud en Egipto pero rehusaron caminar en fe a la Tierra Prometida, son un modelo del creyente que ha aceptado la liberación de la atadura del pecado pero que rehúsa caminar en fe en la victoria. Ambos han sido redimidos de la atadura y ambos han recibido la provisión de Dios, pero ambos están privados de Su poder y están condenados a pasar el resto de sus vidas en el desierto.
Un reposo sabático para el pueblo de Dios
“Por eso, temamos a Dios mientras tengamos todavía la promesa de entrar en su reposo, no sea que alguno de ustedes parezca haberse quedado atrás. Porque la buena nueva se nos ha anunciado a nosotros lo mismo que a ellos; pero de nada les sirvió a ellos el oír esta palabra porque, cuando la oyeron, no la acompañaron con fe. Pero los que creímos hemos entrado en el reposo, conforme a lo que él dijo: Por eso, en mi furor juré: “No entrarán en mi reposo”», [Salmo 95:11] aun cuando sus obras estaban acabadas desde la creación del mundo” En cierto lugar se dice así del séptimo día: «Dios reposó de todas sus obras en el séptimo día.» [Génesis 2:2] (Hebreos 4:1-4).
Empezamos esta parte aprendiendo el significado espiritual detrás del Sabbath semanal. Este es un buen momento para repasar la idea de que lo externo y físico en el Antiguo Testamento generalmente se convierte en interno y espiritual en el Nuevo Testamento.
Como un ejemplo, en el Antiguo Testamento la señal del pacto era la circuncisión. Se hacía en el cuerpo, un acto externo y físico (Génesis 17:9-14). En el Nuevo Testamento se hace en el corazón, un acto interno y espiritual (Romanos 2:28-29). En el Antiguo Testamento el Pan del Cielo era externo, para el sustento físico (Éxodo 16:4-5). En el Nuevo Testamento es interno, nuestra comida espiritual (Juan 6:28-36). Y veremos que hay más.
“Y una vez más dice: «No entrarán en mi reposo». Por lo tanto, y puesto que aún falta que algunos entren en el reposo, y como aquellos a quienes primero se les anunció la buena nueva no entraron por causa de su desobediencia, vuelve a determinarse un día, «Hoy», al decir después de tanto tiempo, por medio de David: «Si ustedes oyen hoy su voz, no endurezcan su corazón»” [Salmo 95:7-8] (Hebreos 4:5-7).
De nuevo se nos dice que los israelitas escucharon la historia del Evangelio en su huída de Egipto, pero esta no tuvo ningún valor para ellos porque no la combinaron con la fe. ¿Cuántas personas hoy día caen dentro de esa misma categoría? La fe es por el oír la Palabra de Dios (Romanos 10:17). Y una persona que lee la Biblia con una actitud de descubrimiento puede desarrollar la fe para creer. El Señor nos prometió que todo aquel que pide, recibe; y al que llama a la puerta se le abrirá (Mateo 7:7-8).
La palabra griega traducida como “desobediencia” también significa incredulidad. Dios se había hecho tan obvio a ellos por medio de su liberación milagrosa, que Él utilizó esas dos palabras intercambiadamente. Y eso aun es cierto hoy día. Para Él, todas aquellas personas que son incrédulas en realidad lo que están es siendo desobedientes. No es que ellas no crean, es que no lo harán (Romanos 1:18-20).
Puesto que David escribió el Salmo 95 mucho después de los eventos narrados en el Libro de Josué, el escritor está diciendo que esa entrada a la Tierra Prometida no podría haber sido el completo cumplimiento de la promesa de Dios del reposo para Su pueblo.
“Si Josué les hubiera dado el reposo, no habría hablado después de otro día. De modo que aún queda un reposo para el pueblo de Dios. Porque el que entra en su reposo, reposa también de sus obras, como Dios reposó de las suyas. Procuremos, pues, entrar en ese reposo, para que nadie siga el ejemplo de los que desobedecieron” (Hebreos 4:8-11).
En el Antiguo Testamento el Sabbath semanal era un recordatorio de que en el séptimo día Dios descansó de toda Su obra. Ningún trabajo se permitía en el Sabbath, simbolizando así que la obra de la creación había sido terminada. Este punto era tan importante para Dios que cualquier persona que fuera sorprendida trabajando en un Sabbath debía morir (Números 15:32-36). Pero ahora el concepto del Sabbath se está aplicando a nuestra salvación. Lo que era externo y físico se ha convertido en interno y espiritual.
Cuando aceptamos la muerte del Señor como el pago total de nuestros pecados, nuestro trabajo ha terminado y entramos en el reposo sabático que durará el resto de nuestras vidas. Todo lo que tenemos que hacer para permanecer en comunión con Él y disfrutar de Sus bendiciones es confesarlos cuando pecamos (1 Juan 1:9). Una vez más, el escritor está advirtiéndoles a sus lectores (y eso nos incluye a nosotros) que continuar trabajando después de que nuestro trabajo ha sido hecho, es una evidencia de incredulidad. Cualquier cosa que hagamos en un esfuerzo para añadirle o mantener nuestra salvación (como guardar la Ley) además de reposar en la fe de Su perdón nos hace ser desobedientes.
“La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que las espadas de dos filos, pues penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Nada de lo que Dios creó puede esconderse de él, sino que todas las cosas quedan al desnudo y descubiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que rendir cuentas” (Hebreos 4:12-13).
Ellos no pudieron taparle los ojos a Dios sobre este asunto. El regresar al sistema levítico significaba que ellos no creían que la muerte del Señor era suficiente para mantenerlos salvos, por eso tenían que seguir trabajando. Nunca entrarían en Su reposo, porque ellos estaban ignorando la única provisión que Él había hecho por su continuo pecado, y en lugar de ello, intentaban cubrirse con el trabajo religioso. Ellos pasarían todas sus vidas fuera de comunión, privándose de Su poder y bendición. Su actitud llevaría a la derrota espiritual, tal y como la actitud de los israelitas los había guiado a la derrota física.
La razón por la que esta combinación de fe y de obras ultimadamente fracasará es porque se contradice a sí misma. Por definición, una obra indica una falta de fe en Dios, al sustituir la fe en Dios por la fe en uno mismo. No podemos decir, si no es por la fe, que Dios ha hecho Su parte. Pero sí podemos decir si estamos haciendo lo que creemos que es nuestra parte. Así que adoptamos nuestro propio juego de leyes y medimos el alcance de cómo las estamos cumpliendo. Tarde o temprano la certeza de lo que estamos haciendo va a superar nuestra fe en lo que Él ha hecho y habremos asumido la responsabilidad de nuestras propias vidas. Para mí uno de los ejemplos más obvios de esto es la insistencia de algunos creyentes de convertir el mismo símbolo de nuestro reposo en un acto de obras religiosas que tienen que ser rígidamente observadas como prueba de nuestra salvación. Estoy hablando del Sabbath.
Claro, para algunas personas la insistencia de vivir una vida de obras religiosas es una evidencia de que nunca han sido salvas en primer lugar, pero han asumido la responsabilidad de su salvación y también la de sus vidas. El Señor, ante Quien todo queda al descubierto y desnudo, sabe esto. Para ellos, el continuar trabajando durante lo que debe de ser su reposo sabático, les ocasiona la muerte espiritual, de igual forma que aquella persona que no observaba el Sabbath en Números 15 experimentaba la muerte física. Pero el escritor se ha dirigido a sus lectores como hermanos santos, participantes del llamamiento celestial (Hebreos 3:1). Él asumió que ellos eran salvos y estaban en peligro de vivir una vida derrotada y sin ningún poder como la que sus antepasados vivieron en el desierto.
También recordemos que vivir una vida agradable a Dios de puro agradecimiento por la salvación que Él nos ha dado gratuitamente, no solamente es permitido, sino que es estimulado. Es el motivo de nuestro corazón lo que cuenta. ¿Estamos trabajando para ganar algo, o dando gracias porque ya se nos ha dado algo? Cuando Dios habita en nuestro corazón, nuestros motivos le son revelados y Él sabe cuales son.
Jesús el Gran Sumo Sacerdote
“Por lo tanto, y ya que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, retengamos nuestra profesión de fe. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Por tanto, acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para cuando necesitemos ayuda” (Hebreos 4:14-16).
Habiendo el Señor vivido nuestras vidas, Él conoce nuestras debilidades. Él ha sentido nuestras tentaciones y comprende lo poderosas que son para nosotros. Él pudo resistir porque Él no tiene una naturaleza pecaminosa, pero Él sabe que nosotros no podemos porque sí la tenemos (Romanos 7:20). Nosotros podemos pedir confiadamente Su perdón por nuestro continuo pecado, porque Él sabe que no podemos igualar la tarea por no estar sin pecado. Cuando lo hemos intentado y hemos fracasado, podemos contar con Su misericordia porque Él conoce por lo que estamos pasando y ya Él ha pagado nuestro castigo (Romanos 8:1). A pesar de que nuestra mente nos impulse para que intentemos redimirnos a nosotros mismos por medio de las obras religiosas, nuestro espíritu sabe que solamente haremos que las cosas se empeoren porque en realidad estamos diciendo que no confiamos en que Él nos puede perdonar.
Hebreos Capítulo 5:1-10
“Todo sumo sacerdote es elegido entre los hombres, y constituido a favor de los seres humanos ante la presencia de Dios, para presentar ofrendas y sacrificios por los pecados y para mostrarse paciente con los ignorantes y extraviados, ya que él mismo adolece de la debilidad humana. Por eso mismo debe presentar una ofrenda por sus propios pecados, así como por los del pueblo. Pero nadie puede tomar este honor por cuenta propia, sino sólo el que es llamado por Dios, como en el caso de Aarón” (Hebreos 5:1-4)
A pesar de que existían condiciones estrictas para la elección del Sumo Sacerdote, él solamente era un hombre. La primera ofrenda por el pecado que el Sumo Sacerdote presentaba en el Yom Kippur, era por sí mismo.
“Tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino que ese honor se lo dio el que le dijo: «Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy», [Salmo 2:7] y que en otro lugar también dice: «Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec» [Salmo 110:4]. Cuando Cristo vivía en este mundo, con gran clamor y lágrimas ofreció ruegos y súplicas al que lo podía librar de la muerte, y fue escuchado por su temor reverente. Aunque era Hijo, aprendió a obedecer mediante el sufrimiento; y una vez que alcanzó la perfección, llegó a ser el autor de la salvación eterna para todos los que le obedecen, Dios lo declaró sumo sacerdote, según el orden de Melquisedec” [Salmo 110:4].
Algunas personas sostienen que las oraciones que ofreció Jesús en el Huerto de Getsemaní al punto de sudar sangre, no fueron respondidas porque Dios no lo salvó de la cruz. Hay algunas otras que hacen la absurda afirmación de que ya que el Padre ignoró a Su Hijo en el Huerto, nosotros debemos ignorar a nuestros hijos cuando nos piden ayuda. Afirman que eso es una justificación bíblica para dejar a nuestros hijos recién nacidos solos en la oscuridad llorando hasta que se duerman alegando que con ellos les estamos enseñando la destreza de “auto tranquilizarse” como el Padre hizo con Su Hijo.
Pero lo que aquí está diciendo el escritor de la carta es que el Padre sí escuchó a Su hijo y no lo ignoró. Jesús dijo, “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39). Solamente existen dos alternativas. Una es que había otra manera para que nosotros pudiéramos recibir la salvación y el Padre lo hizo morir de todas maneras, y la otra es que no había otra manera sino que Él muriera por nosotros. En cuanto a que fuera ignorado, Lucas 22:43 dice que el Padre envió un ángel para fortalecerlo en Su momento de necesidad. Al darse cuenta de que no había otra salida, el Hijo obedeció a Su Padre y fue a la cruz, convirtiéndose así en la fuente de la salvación eterna para todas aquellas personas que le obedecen (creen en Él).
Sobre Su conexión con Melquisedec hablaremos en el Capítulo 7. Pero primero tenemos que terminar el Capítulo 5 para aclarar de una vez por todas, la controversia sobre el Capítulo 6.