Miércoles 26 de junio de 2019
Un estudio bíblico por Jack Kelley
Parte 4 de 9
En nuestro estudio de la Carta a los Hebreos, hemos llegado a un punto que es familiar aun para aquellas personas que no han leído ninguna otra parte de la misma. ¿Está el autor tratando de advertirnos que nuestra salvación es condicional y, por lo tanto, expuesta a perderse? Y lo que es más terrible, ¿dijo él que una vez que se ha perdido nunca más se puede volver a recuperar? Muchas personas creen que eso es exactamente lo que se dice aquí. Nada que ver que el resto del Nuevo Testamento contenga docenas de promesas de que nuestra salvación está asegurada para siempre, la Carta a los Hebreos (especialmente los capítulos 6 al 10) dicen los que discuten en contra de la seguridad eterna, que contiene la “letra menuda” de nuestro contrato con Dios, la cual nos impone las condiciones sobre Su gracia que no se mencionan en ningún otro lugar. Entonces, veamos si ellos están en lo correcto o no.
Advertencia contra los que recaen
“Acerca de esto tenemos mucho que decir, aunque no es fácil explicarlo porque ustedes son lentos para entender. Aunque después de tanto tiempo ya debieran ser maestros, todavía es necesario que se les vuelva a enseñar lo más elemental de las palabras de Dios. Esto es tan así que lo que necesitan es leche, y no alimento sólido. Pero todos los que se alimentan de leche son inexpertos en la palabra de justicia, porque son como niños. El alimento sólido es para los que ya han alcanzado la madurez, para los que pueden discernir entre el bien y el mal, y han ejercitado su capacidad de tomar decisiones” (Hebreos 5:11-14).
Los cristianos hebreos, muchos de los cuales habían sido sacerdotes del Antiguo Pacto (Hechos 6:7) debieron haber leído las referencias relacionadas al Mesías venidero que contienen sus Escrituras, y la doctrina de la Gracia que Él aclararía. Génesis 22 y el Salmo 51 son dos ejemplos entre muchos. Al tener estos antecedentes debieron haber estado preparados de manera única para ser los maestros de aquellas personas que no tenían la profundidad del conocimiento que ellos tenían. Pero en lugar de eso, ellos mismos estaban en la necesidad de recibir más instrucción.
Hebreos Capítulo 6
“Por lo tanto, dejemos a un lado las enseñanzas elementales acerca de Cristo, y avancemos hacia la perfección. No volvamos a cuestiones básicas, tales como el arrepentirnos de las acciones que nos llevan a la muerte, o la fe en Dios, o las enseñanzas acerca del bautismo, o la imposición de manos, o la resurrección de los muertos y el juicio eterno. Todo esto lo haremos, si Dios nos lo permite” (Hebreos 6:1-3).
Las enseñanzas elementales sobre Cristo, de las que habla el escritor, se refieren a aquellas que tienen que ver con nuestra salvación. Con sus ejemplos, él muestra que lo que está por decir no se aplica a la experiencia de la salvación, la cual incluye el arrepentimiento, la fe, el bautismo, como tales, sino las cosas que son importantes para los creyentes más maduros. ¿Entonces, qué viene después de la salvación? Caminar en victoria y disfrutar las bendiciones que se derivan de la comunión con Dios.
“No es posible que los que alguna vez fueron iluminados y saborearon el don celestial, y tuvieron parte en el Espíritu Santo, y saborearon además la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero, pero volvieron a caer, vuelvan también a ser renovados para arrepentimiento. ¡Eso sería volver a crucificar al Hijo de Dios para ellos mismos, y exponerlo a la vergüenza pública!” (Hebreos 6:4-6).
Este es quizás el ejemplo más claro en la Biblia de la importancia de leer en contexto. Si solamente sacamos estos dos versículos del texto y los vemos por sí mismos, podemos llegar a la conclusión de que el escritor estaba diciéndoles a sus lectores que una vez que son salvos si en algún momento recaen ya no existe un retorno, jamás. Pero ese punto de vista está en conflicto no solamente con el contexto de los versículos precedentes, sino con toda la fuerza del Nuevo Testamento.
Si la salvación es por gracia por medio de la fe (Efesios 2:8-9), si la única condición es creer en la muerte y resurrección de Aquel que Dios envió para morir en nuestro lugar (Juan 3:16 y Romanos 10:9), si el Espíritu Santo queda sellado dentro de nosotros en el mismo momento de creer (Efesios 1:13-14), si el mismo Dios acepta la responsabilidad de nuestra seguridad (2 Corintios 1:21-22), si Él es fiel para completar la buena obra que comenzó en nosotros (Filipenses 1:6), si nadie nos puede arrebatar de Sus manos (Juan 10:29) y si nada en toda la creación nos puede separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 8:38-39), ¿cómo es que uno hace para recaer?
Puesto dentro del contexto de la carta, queda claro que el escritor tenía algo más que la salvación en su mente. Si nosotros no podemos ver eso aun aplicando todo el consejo de Dios, podemos referirnos a los versículos 1-3 en los cueles él mismo nos lo dijo.
Al devolverse a las obras religiosas para mantener la salvación que se les dio gratuitamente a ellos, es una deshonra a Dios. Sacrificando un cordero por sus pecados cada día era lo mismo que decir que el sacrificio que el Cordero de Dios “hizo una vez para siempre”, fue insuficiente. Ellos estarían relegando Su muerte a la misma categoría de la de un animal, la cual requiere de un sin fin de repeticiones. Si la salvación es por fe, se mantiene por fe.
“Cuando la tierra absorbe la lluvia que le cae con frecuencia, y produce plantas útiles para quienes la cultivan, recibe la bendición de Dios; pero cuando produce espinos y abrojos, no vale nada; poco le falta para ser maldecida, y acaba por ser quemada”(Hebreos 6:7-8).
Aquí el escritor nos puede haber referido a Juan 15 y a 1 Corintios 3. Igual que en esos pasajes, el asunto aquí es la cosecha que producimos, llamada frutos en Juan 15 y obras en 1 Corintios 3. Una persona no produce ninguna cosecha por ser salva. Producir una cosecha depende de lo que uno haga después que ha sido salvo. En Juan 15 Jesús dejó claro que a menos que permanezcamos en comunión con Él no podemos dar frutos, y no tendríamos ningún valor para el reino, como las ramas secas de la viña, las cuales solamente son aptas para el fuego (Juan 15:6), De nuevo Él no nos está diciendo sobre el permanecer salvos sino cómo es que debemos vivir después de que somos salvos.
En 1 Corintios 3 Pablo nos dice que nuestras obras serás juzgadas como con fuego. Si se quema en las llamas significa que esa obra no tiene ningún valor, pero nosotros mismos permanecemos salvos (1 Corintios 3:15). Estos ejemplos dejan claro que a pesar de que uno precede al otro, la salvación que se nos ha dado es completamente diferente a la cosecha que producimos para el Reino.
Al permanecer en comunión con el Señor obtenemos poder y bendición, y Él prometió hacer todo lo que le pidamos. Separados de Él nada somos (Juan 15:5, 7). En Hebreos 6:7-8 se expresa el mismo pensamiento. Este no es un pasaje de salvación, sino que es uno de comunión, y como tal es consistente con la analogía anterior del autor sobre el israelita que aceptó ser liberado de la esclavitud de Egipto pero rehusó caminar en fe a la Tierra Prometida. Él aun estaba redimido, aun se le proveyó y se le protegió, y aun pertenecía al pueblo de Dios. Pero estaba condenado a vivir una vida de derrota en el desierto. No daría ningún fruto, no haría ninguna obra, ni produciría ninguna cosecha. Es lo mismo para nosotros ahora como lo fue para ellos entonces.
“Queridos hermanos, aunque hablamos así, con respecto a ustedes estamos convencidos de cosas mejores, que tienen que ver con la salvación. Porque Dios es justo, y no olvidará el trabajo de ustedes y el amor que han mostrado hacia él mediante el servicio a los santos, como hasta ahora lo hacen. Pero deseamos que cada uno de ustedes muestre el mismo entusiasmo hasta el fin, para la plena realización de su esperanza y para que no se hagan perezosos, sino que sigan el ejemplo de quienes por medio de la fe y la paciencia heredan las promesas” (Hebreos 6:9-12).
¿Podría haberlo dicho más claro? Él no está hablando sobre la salvación sino sobre las cosas que la acompañan. Dios nos prometió cosas mejores que tiene guardadas para todas aquellas personas que caminan en fe y con paciencia para obtener la vida victoriosa.
La certeza de la promesa de Dios
“Cuando Dios hizo la promesa a Abraham, juró por sí mismo, porque no había nadie superior a él por quien jurar, y dijo: «Ciertamente te bendeciré con abundancia y multiplicaré tu descendencia» [Génesis 22:16-17]. Y Abraham esperó con paciencia, y recibió lo que Dios le había prometido” (Hebreos 6:13-15)
Abraham no se esforzó para ganarse la promesa de Dios como tampoco se esforzó para guardarla. Fue un asunto de fe.
Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia [Génesis 15:6]. Pero al que trabaja, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; pero al que no trabaja, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia (Romanos 4:3-5).
“Cuando alguien jura, lo hace por alguien superior a sí mismo. De esa manera confirma lo que ha dicho y pone fin a toda discusión. Por eso Dios, queriendo demostrar claramente a los herederos de la promesa que sus propósitos no cambian, les hizo un juramento, para que por estas dos cosas que no cambian, y en las que Dios no puede mentir, tengamos un sólido consuelo los que buscamos refugio y nos aferramos a la esperanza que se nos ha propuesto. Esta esperanza mantiene nuestra alma firme y segura, como un ancla, y penetra hasta detrás del velo, [Levítico 16:2], donde Jesús, nuestro precursor, entró por nosotros y llegó a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” [Salmo 110:4] (Hebreos 6:16-20).
Ni Su Palabra, ni Su juramento son sujetos a cambio. Lo que fue cierto para Abraham es también cierto para nosotros (Gálatas 3:29) porque es imposible para Dios mentir. Como los israelitas de antaño que huían a la ciudad de refugio más cercana esperando recibir protección del Vengador de Sangre, nosotros hemos huido al Señor Jesús Quien es nuestro refugio, y cuya oferta de protección es cierta e incambiable.
En los tiempos en que solamente había bahías naturales, los barcos muy grandes tenían que anclar alejados en mar abierto, sujetos a los fuertes vientos y las fuertes mareas. Para asegurar el barco en contra de la inclemencia del mar, los marineros llevaban las anclas en pequeñas embarcaciones para colocarlas dentro de la bahía, en donde los fuertes vientos y las mareas no podían arrancarlas. De la misma manera el Señor ha llevado la esperanza de nuestra salvación, que es el ancla de nuestra alma, dentro del Lugar Santísimo en donde nada podrá jamás cambiar la naturaleza de nuestra relación con nuestro Creador y Redentor. Con estas ilustraciones, el autor ha confirmado la certeza de nuestra seguridad en el Señor. No existe ninguna posibilidad de cambio ni de ningún temor de pérdida.
“Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:37-40).
Una vez salvos, siempre salvos.