El Relato de David – Parte 10. Conclusión

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Miércoles 17 de agosto de 2022

PARTE 10 – CONCLUSIÓN

2 Samuel 20—24 y 1 Crónicas 20—29

Un benjaminita llamado Seba era un busca pleitos y yo tendría que enfrentarlo ahora. Saúl había sido de la tribu de Benjamín, así que no debería de haberme sorprendido. Justo cuando todos estaban listos para aceptarme como su rey otra vez, Seba hizo que un gran contingente del ejército de Israel se separara y lo siguiera. El resto del ejército, incluyendo las tropas de Judá permanecieron leales a mí.

Por haberme disgustado con Joab porque mató a Absalón, yo había nombrado a Amasa como el nuevo general del ejército. Después de que retorné a Jerusalén me preocupé de que Seba pudiera causar más problemas de los que había causado Absalón, así que envié a Amasa para que reuniera las tropas de Judá y que se unieran al ejército de Jerusalén y perseguirlo para evitar a toda costa de que pudiera fortalecerse detrás de alguna ciudad fortificada.

Cuando Amasa no había retornado después de los tres días que le había otorgado para reunir el ejército de Judá, le pedí a Abisai, hermano de Joab, que llevara los soldados de Jerusalén para buscar a Seba. Esta era la segunda vez que había pasado sobre Joab, el cual, sin yo saberlo, se había mezclado con las tropas. Le dije a Abisai que enviaría a Amasa y sus hombres tan pronto estos llegaran. Ellos lo alcanzaron en Gabaón y cuando Joab salió a encontrarse con Amasa, sacó una daga y lo mató de igual forma como lo había hecho con un rival anterior, Abner.

Abisai llamó a todas las tropas alrededor de Joab y todos continuaron persiguiendo a Seba, alcanzándolo en Abel-bet-maaca, una ciudad al norte de Israel. En otra de esas ironías, Bet-maaca significa “Casa de Opresión”, lo cual pronto sería así para Seba. Mientras Joab ponía sitio a la ciudad y comenzaba a derribar sus puertas, una mujer sabia lo llamó, recordándole la noble historia de la ciudad como un lugar de paz, una ciudad en la que la lógica prevalecía. ¿Por qué Joab quería destruirla?

Joab le respondió que solamente estaba detrás de un hombre, y que si se lo entregaban, perdonaría a la ciudad. “He aquí su cabeza te será arrojada desde el muro” le respondió la mujer, y un rato después, la cabeza de Seba cayó rodando hacia Joab. Fin del sitio, fin de la rebelión.

Un poco de tiempo después de que Josué comenzara la conquista de la tierra, unos 400 años antes, él había hecho un pacto con los gabaonitas, uno de los pueblos indigentes de Canaán, prometiéndoles perdonarlos si ayudaban a los israelitas. Ellos estuvieron de acuerdo y los gabaonitas se convirtieron en amigos de Israel. Pero a Saúl se le metió en la cabeza destruirlos y a pesar de que no pudio hacerlo, eso enojó al Señor, que ahora había mandado el hambre en la tierra. El Señor me dirigió a preguntarles a los Gabaonitas qué sería lo que los apaciguaría, para que El pudiera quitar el hambre de la tierra.

Los gabaonitas dijeron que para enderezar las cosas era necesario que siete descendientes directos de Saúl debían de morir, así que yo estuve de acuerdo con ello. Entre los siete no incluí a Mefi-boset debido a mi pacto con Jonatán, pero escogí a otros siete incluyendo a cinco de los hijos de Merab, hermana de mi esposa Mical. Los gabaonitas mataron a los siete y colgaron sus cuerpos para que todos los vieran y como presas de los animales salvajes. En aquellos días matar a alguien no era tan grave como negarse a enterrar el cuerpo; eso era lo peor que se le podía hacer a alguien, y eso fue lo que los gabaonitas hicieron con los nietos de Saúl. Su antigua concubina, Rizpa, protegió los cuerpos mientras colgaban allí, ahuyentando a las aves de rapiña y a los animales salvajes.

Luego que me enteré de eso, recogí los cuerpos de Saúl y Jonatán de Jabes de Galaad, y los de los siete nietos de Saúl, para que los enterraran en la tumba de la familia de Saúl en Cis, su lugar de nacimiento. Esto satisfizo al Señor y el hambre fue levantada.

Durante los siguientes años, hubo más ataques de los filisteos, y durante el curso de estas batallas, los cuatro hermanos de Goliat fueron muertos. Los cinco eran hijos de Rafa, uno de los nefilines. Además de Goliat, tres de los otros se llamaban Isbi-benob, Sipai y Lahmi, respectivamente. El quinto, cuyo nombre nunca me aprendí, tenía seis dedos en cada mano y en cada pie. Al haberme visto darle muerte a Goliat, mis soldados estaban ahora envalentonados para hacer lo mismo. A propósito, ahora ya saben porqué recogí cinco piedras del arroyo ese día, hace tiempo atrás. Estas cuatro eran para cuando tuviera que pelar con los hermanos de Goliat, y yo sabía que algún día me tendría que enfrentar a ellos.

De nuevo el Señor estaba disgustado con Israel debido al comportamiento de sus primeros dos reyes, Saúl y yo. Sobre eso tomó ventaja satanás y me incitó a tomar un censo a nuestras tropas. El tomar un censo era algo que se hacía solamente para prepararse para la guerra, y el Señor no nos había dado instrucciones de ir a la guerra. Ese fue un gran pecado de mi parte, y cuando lo confesé, el Señor me dio tres opciones de castigo, tres años de hambre en Israel, tres meses de ser derrotados por nuestros enemigos, o tres días de plaga. Yo escogí la plaga para que la cosa fuera más rápida, pero aun así, murieron 70 mil personas en Israel.

Yo había cometido el pecado de orgullo al querer que mi ejército fuera contado. Mientras más grande era el ejército, más poderoso era el rey. Ustedes se preguntarán ¿porqué si ese era mi pecado, recayó sobre la gente? Recuerden que el Señor estaba disgustado con ellos también. El pecado de ellos era el haber pedido un rey humano, un hombre imperfecto, que los maltrataría y les causaría dolor, como lo habíamos hecho Saúl y yo, en lugar de haber permanecido con el Señor, quien había sido su Rey. El Señor les advirtió por medio de Samuel sobre esto, pero ellos insistieron. Este fue su castigo por haberle desobedecido.

Y una vez más, el Señor convirtió los limones en limonada. Le dio instrucciones al profeta Gad para que yo le levantara un altar, confesara mi pecado y le pidiera misericordia al Señor en nombre del pueblo. Gad me llevó a Ornán, jebuseo, quien tenía una era sobre el Monte Moriah, que era el lugar que el Señor había escogido para el altar. A pesar de que Ornán me la ofreció, yo se la compré, junto con el arado y los bueyes por seiscientos siclos de oro, cerca de unos $100 mil en la economía de ustedes ahora, levanté el altar, y adoré al Señor allí como se me había instruido. El Señor respondió con fuego del cielo el cual consumió la madera y los animales, como una señal de aceptación de mi ofrenda. La plaga termino y yo fui perdonado.

A través de mi historia yo he relatado varios momentos como este en el que Dios ha impuesto un juicio directo y severo sobre las personas y también sobre toda la nación por sus pecados. La muerte del bebé de Betsabé, los conflictos en mi familia, la muerte de los nietos de Saúl, y este último castigando a toda la nación por su insistencia en tener un rey humano, son ejemplos claros de la exigencia del Señor por el castigo al pecado humano.

En sus intentos para reconciliar estos eventos con la así llamada teología del Nuevo Testamento, algunas personas dicen que esto demuestra la diferencia entre el Dios del Antiguo Testamento y el del Nuevo Testamento De hecho, ellos están insinuando que Dios se dio cuenta de que sus métodos de castigo no estaban funcionando, así que Él cambió Su táctica hacia los hombres, utilizando el amor en lugar del castigo, para hacer que nos comportáramos bien.

Pero el Señor es el mismo ayer, hoy y siempre (Hebreos 13:8). Él siempre ha aborrecido el pecado y nunca puede dejarlo pasar por alto cuando se comete. Con solamente pensar en ello, lo lleva a la ira. Siendo un Dios justo y recto, Él no puede contenerse de castigar hasta el más mínimo pecado.

Tampoco Dios puede expresar ninguno de Sus atributos a expensas de algún otro. Para poder mostrarnos Su satisfacción de la medida plena de Su amor, Él primero tiene que satisfacer su necesidad de justicia, y eso es lo que Él hizo en la cruz. Puesto que Él castigó a Su Hijo por nuestros pecados, Él tiene ahora toda la libertad para amarnos sin ninguna condición o reserva. “[Él] os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él” (Colosenses 1:22). Es como si usted nunca hubiera pecado.

El contraste entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento no es para mostrarnos que Dios aprendió a cambiar sus maneras, sino para mostrarnos el pleno alcance que se logró en la cruz. “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5). Si no fuera por la cruz, las personas aun serían ejecutadas por tener sexo antes o fuera del matrimonio, o por trabajar en un Sabath, o por tomar el Nombre de Dios en vano. Mire su vida a la luz del Sermón del Monte y arrodíllese para darle gracias a Dios por la cruz.

Debido a la plaga, ahora supe que la Casa del Señor debía estar situada en el Monte Moriah. También supe que a pesar de que mi hijo Salomón la construiría, yo debía empezar a acumular los materiales y confeccionar los planos respectivos. Al comprar el terreno sobre el cual estaría el Templo, había sido mi primer paso. Después conseguí un gran número de canteros y los puse a trabajar labrando piedras para el exterior del edificio. Les suplí con clavos de hierro, mucho bronce y miles de trozas de cedro del Líbano.

Luego envié por Salomón y le conté los planes del Señor. Yo había querido construir el Templo, le dije, pero el Señor me lo negó, puesto que yo había sido un hombre de guerra. Él sería el próximo rey de Israel y sería un hombre de paz, ya que el Señor le daría a Israel un tiempo de paz y tranquilidad durante su reinado. Él construiría el Templo. Puesto que él era joven y sin experiencia, yo le haría todos los preparativos.

Además del hierro y el bronce, aparté cien mil talentos de oro (3.750 toneladas), un millón de talentos de plata (37.500 toneladas) y montañas de piedras preciosas del tesoro nacional. Contraté a hábiles artesanos de todo tipo. Bajo la inspiración del Espíritu Santo, pude desarrollar los planos para la construcción del Templo, hasta su último detalle, incluyendo todo el mobiliario y los utensilios necesarios. Organicé el sacerdocio en 24 turnos, o divisiones, para que pudieran servir en un horario regular, y nombré a los músicos, cantores, porteros, tesoreros y otros oficiales.

Finalmente, para darles el ejemplo a mis conciudadanos, entregué toda mi riqueza personal para un fondo de construcción que yo establecí para recibir las ofrendas de los israelitas de todas partes. Mi compromiso se reflejó en las ofrendas de los líderes quienes a su vez inspiraron a todas las demás personas a contribuir. Fue un increíble brote de generosidad. En presencia de todos los ancianos de Israel elevé mi voz en agradecimiento al Señor Quien fue el que puso este espíritu de generosidad en el corazón de todas las personas. Toda la gente se unió conmigo alabando al Señor, y nuestras voces se elevaron al Cielo para complacer el corazón de nuestro Creador y Redentor.

Al día siguiente mi hijo Salomón fue instalado como rey de Israel y por primera vez se sentó en el trono en lugar mío. Yo había reinado sobre Israel durante 40 años, siete años en Hebrón y 33 años en Jerusalén.

El Espíritu del Señor habló a través mío, Su palabra estaba en mis labios. El Dios de Israel habló, la Roca de Israel me dijo: “Cuando uno rige sobre los hombres en justicia, cuando rige en el temor de Dios, él es como la luz de la mañana al amanecer en una mañana despejada, como el brillo después de la lluvia que alimenta la hierba de la tierra”.

A pesar de todas mis debilidades y limitaciones, fue la satisfacción del Señor el haberme hecho luz por un corto momento en la historia. Que Su Nombre sea alabado por siempre.

Shalom.