El Relato de David – Parte 9

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Lunes 15 de agosto de 2022

PARTE 9

2 Samuel 13—19

No pasó mucho tiempo para que la profecía de Natán sobre mi familia, se convirtiera en realidad. Recuerden que el Señor hizo que Natán me dijera que como consecuencia de mi pecado con Betsabé, la calamidad saldría de mi propia casa. Mis esposas me serían infieles con una persona cercana a mí, y mis propios hijos se sublevarían en mi contra.

Mi hijo mayor era Amnón que le nació a Ahinoam jezreelita, mi segunda esposa después de Mical. (Mical era hija de Saúl, la cual me fue prometida después que maté a Goliat. El Señor hizo a Mical estéril cuando criticó mi danza frente al Arca del Pacto, así que con ella no tuve hijos.)

Amnón se enamoró de su media hermana Tamar, mi pequeña y bella hija, cuya madre era Maaca, una princesa del cercano principado de Gesur. Maaca también me dio un hijo varón, Absalón, el cual más tarde se convertiría en un poderoso enemigo y contendedor del trono. (Mis primeros seis hijos tuvieron cada uno una madre diferente.)

Amnón estaba tan tocado con Tamar que se le volvió una obsesión, viviendo lleno de temor debido a que siendo ella su media hermana, nunca podría ser suyo. Finalmente, este temor lo llevó a la locura y en un terrible acto de desesperación, fingió estar enfermo, diciéndome que el único alimento que podría curarlo era si se lo daba la propia Tamar, su medio hermana. Sin conocer nada sobre sus sentimientos, envié a Tamar a casa de Amnón, para que le preparara algún alimento y se lo diera. Cuando ella llegó, el la engañó atrayéndola a su dormitorio y la forzó para ir a la cama. Cuando ella luchaba para librarse de él, y le rogaba que me pidiera permiso para que pudiera casarse con ella para no destruir su vida, él ni quiso escucharla. Siendo el más fuerte de los dos, la pudo dominar y la violó.

Después que terminó su vil acción, no sintió nada por ella sino aborrecimiento y le ordenó a sus siervos que la sacaran de su casa. Pero el daño ya había sido hecho. Ambas vidas habían sido arruinadas. Una mujer deshonrada de esta manera ya no tenía ningún valor en Israel, aun si ella era la hija del rey, así que se convirtió en responsabilidad de Absalón como su hermano, para vengarla trayendo a Amnón ante la justicia.

Dos años más tarde, él hizo exactamente eso, pero al hacerlo, él también violó la ley. El castigo por violación era casarse con la víctima, asumiendo así la responsabilidad por el resto de la vida (Deuteronomio 22:28-29). Pero en vez de eso, Absalón invitó a Amnón a una fiesta que estaba dando por esquilar sus ovejas, cuando él y sus hombres rodearon a Amnón y lo mataron. Luego Absalón huyó a Gesur, ciudad de su madre, quedándose allí durante tres años. Pronto me reconcilié con el hecho de que la muerte de Amnón era por haber cometido un serio crimen y había arruinado la vida de su propia hermana. Pero a pesar de que yo anhelaba ver a Absalón, mi disgusto impidió que enviara por él.

Finalmente, el general Joab ideó un plan con una mujer de Tecoa, una ciudad a pocos kilómetros de Belén, para volverme a mi razón. Él hizo que ella me contara una historia ficticia sobre sus dos hijos que tuvieron una pelea, y uno mató al otro. Según la Ley, un pariente cercano de la familia del muerto tenía el derecho de quitarle la vida al hijo que quedó con vida, como el Vengador de Sangre. Pero como esta mujer era viuda, si el hijo que quedó moría, no habría un heredero para el patrimonio de su marido, causando así que el nombre de su marido desapareciera de Israel, y todo su patrimonio pasaría al primero de los yernos. (Las viudas no estaban contempladas en los testamentos en esos días.) Eso era algo que siempre tratábamos de impedir, porque la intención del regalo del Señor de la tierra era permanente. Yo también estaba convencido de que los parientes políticos del hijo muerto estaban atraídos más por la herencia que por la necesidad de justicia, por eso le aseguré que le otorgaría una amnistía al hijo que quedó, para que el nombre y el patrimonio de su esposo no se perdieran.

Entonces me puso la trampa, mostrándome cómo mis propias palabras me habían culpado. Mi rechazo a reconciliarme con Absalón había producido las mismas divisiones en la lealtad de mi familia, y esta vez, la misma herencia de la nación estaba en peligro.

Cuando la acusé de conspirar con Joab para atraparme, ella lo admitió, y declaró sonriente que nadie podía ponerme un velo sobre mis ojos porque yo tenía la sabiduría de un ángel de Dios. Ella era una aduladora después de todo. Y así como ella sabía manipular, había una cosa en la que yo estaba de acuerdo con ella. “Ni Dios quita la vida”, dijo ella, “sino que provee medios para no alejar de sí al desterrado.»

Palabras tan ciertas nunca se habían pronunciado. Observen lo lejos que el Señor ha ido para que tanto ustedes como yo, no permaneciéramos desterrados de Él. “Por cuanto agradó al Padre que en él [Jesús] habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:19-20). Habiendo escrito el Salmo 22, yo sabía lo que iba a suceder. Si Dios iría tan lejos como para hacer esto por Sus hijos, ¿no podía yo estar de acuerdo en traer de vuelta a mi hijo? Hable de estar uno convencido.

Por medio de Joab le envié a decir a Absalón que se sintiera seguro de volver a Israel, pero que yo no estaba listo para verlo todavía. (Quizás yo no era tan perdonador como me creía ser.) De hecho, durante los siguientes dos años después que regresó, nunca hablamos hasta que un día Absalón hizo que sus siervos le prendieran fuego al campo de cebada de Joab para obtener su atención y persuadirlo a interceder conmigo. Joab me convenció para ver a Absalón, y cuando lo hicimos nos abrazamos y besamos como lo hace un padre con su hijo.

A pesar de que Absalón era el escogido lógico para sucederme en el trono, él sabía que por haber matado a su hermano Amnón había quedado descalificado ante mis ojos. Entonces diseñó una astuta estratagema para socavar mi autoridad, con la esperanza de que así podía ser elegido rey por el pueblo y reemplazarme. Durante cuatro años entró y salió a la orilla de la ciudad todos los días, y cuando veía a las personas acercarse a Jerusalén con peticiones para el rey, él se les acercaba.

“Cuénteme su problema” les decía. Cuando ellos lo hacían, él consideraba que su posición era justa y que si el rey lo había nombrado para juzgar, lo haría en su favor. Pero, es triste decirlo, el rey no había nombrado a nadie en Jerusalén para hacerles justicia, y si ellos entraban a la ciudad, el rey ya no los vería. De esta manera él pronto se convirtió en la persona más popular en Israel mientras que yo decaía en popularidad.

Cuando Absalón consideró que ya era lo suficiente popular, me pidió permiso para ir a Hebrón para cumplir un voto, y por supuesto, yo le otorgué el permiso con mi bendición. Él se llevó 200 hombres consigo y cuando llegó, hizo que la gente lo proclamara rey. Luego trajo a mi consejero Ahitofel (abuelo de Betsabé), de su lado. Después de eso, su popularidad aumentó aun más, y muchas más personas se le unieron.

Cuando yo me enteré de eso, recordé la profecía de Natán y mi corazón se deshizo por la angustia. Reuní a todos los del ejército que me eran leales, y salimos aprisa de la ciudad, dejando solamente a diez de mis concubinas para cuidar el palacio. Mientras huíamos de Jerusalén oré al Señor para que confundiera el consejo de Ahitofel.

Cuando Absalón llegó al palacio, sus consejeros le aconsejaron que tuviera relaciones sexuales con las diez concubinas, frente al pueblo, para demostrar así su poder y enfurecerme aun más. (Como lo mencioné anteriormente, una persona que tuviera relaciones sexuales con una concubina del rey era una indicación de que quería derrocarlo.) Ellos colocaron una tienda especial en la ciudad y le trajeron a las diez mujeres. Esa fue otra de las profecías de Natán que se cumplió. Yo no me enojé con Absalón porque yo sabía que eso ocurriría como consecuencia de mi pecado de adulterio con Betsabé. Tan pronto como pudo, Absalón reunió un gran ejército de todas partes de Israel y los llevó para que atacaran a mi ejército como Ahitofel le había dicho que hiciera, pero el Señor nos favoreció y pudimos derrotarlos. EL consejo que dio Ahitofel para la estrategia de la batalla, estuvo equivocado, como yo le había orado al Señor que así fuera.

Cuando mis hombres reportaron que habían avistado a Absalón, les ordené que fueran indulgentes con él cuando lo capturaran. Él tenía una cabellera hermosa y rizada, la cual era su orgullo y su deleite, y pasaba mucho rato cuidándola para verse bien. Cuando intentaba escapar a través de un área boscosa, su hermosa cabellera se enredó en una rama de poca altura. A la velocidad que iba, la rama se dobló y cuando se enderezó, lo arrancó de su cabalgadura quedando suspendido en el aire. Mis hombres estaban acercándose y cuando lo vieron estaba colgando de la rama con sus pies sin tocar el suelo y sus brazos inmóviles. En otras circunstancias este evento habría sido jocoso, pero eso resultó en su caída. Joab atravesó una jabalina en su corazón, y los demás hombres lo remataron mientras colgaba de la rama.

Yo sabía en mi corazón que había sido mi pecado lo que inició esta disputa en mi familia, y por lo tanto, yo era el responsable de la muerte de Absalón. Incluyendo al bebé de Betsabé, tres de mis hijos habían muerto debido a eso. Mi corazón estaba adolorido. ¿Por qué no había sido yo el que hubiera muerto en vez de ellos?

Pero lo que estaba hecho, hecho estaba, y mi trabajo ahora era volver a unir a la nación y volver a ganar la confianza de los que se habían puesto en contra mía. Tan pronto escucharon de la muerte de Absalón, muchos de ellos vinieron al Río Jordán para saludarme y cruzar el río conmigo para entrar en Israel, y sus disculpas fueron profusas y desde lo profundo del corazón. Ellos recordaron que ellos eran a quienes yo había librado de los filisteos y de otros enemigos, y se dieron cuenta de que debía ser su rey después de todo.

Desafortunadamente, su sentimiento no era unánime entre mis detractores, y aun antes de que pudiera llegar a Jerusalén, habría otra revuelta que tenía que ser sofocada.